Por Beatriz Cancela
La Coruña. 7/10/16. Palacio de la Ópera. Temporada de la Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Dima Slobodeniouk. Violín: Frank Peter Zimmermann. Coro: Coro Joven de la OSG y Coro de la OSG. Obras de Bartók y Holst.
La ocasión así lo requería. Una ingente multitud agolpada a las puertas del Palacio de la Ópera esperaba el pistoletazo de salida de esta temporada 2016-2017, todavía bajo el signo del 25º aniversario de la OSG. Una ambiciosa programación configurada por más de 30 conciertos de abono (entre viernes y sábados), que incluye 14 recitales en Ferrol, Vigo y Santiago y 4 extraordinarios, albergando un amplio abanico de autores y obras contrastantes entre las que se encuentran tres estrenos absolutos de respectivos compositores españoles (el ponteareano Xabier Mariño, el coruñés Federico Mosquera y el madrileño Eduardo Lorenzo) y el estreno en España de una obra de Toshio Hosokawa; por no hablar de solistas y directores invitados. Todo listo: había que empezar por todo lo alto... Y de astros fue la velada.
El programa elegido fue una gran explosión. Un big bang en el que el "big" fue, sin lugar a duda, un portentoso Frank Peter Zimmermann; y el "bang" el contraste estrepitoso de Los planetas de Holst. Dos partes diametralmente dispares pese a que en las notas al concierto -con gran genialidad- se encargaban de apunta(la)r el nexo de unión entre Bartók y Holst, basándose en que a ambos han dedicado sendos cráteres en el primero de los planetas de nuestro sistema solar. Aunque cuasi coetáneos, sus estilos difieren sobremanera -más si cabe en estas dos obras- lo que nos condujo a pensar en si la elección de aquel tándem había sido la más efectiva; al menos efectista sí fue, si era lo que pretendían.
Aparecía en escena Zimmermann que, tras la primera intervención del arpa, elevaría al auditorio en un viaje que recorrería las páginas de este Concierto para violín nº 2 BB 117 de Béla Bartók alcanzando cotas elevadas en cuanto a técnica y expresividad. Con templanza y cercanía, el más que consagrado violinista alemán, mantuvo el control de la situación con absoluta naturalidad, interaccionando con orquesta, director y público, afrontando una interpretación nítida y fluida de unos pentagramas exigentes para con el violín. Con elegancia e innata expresividad abordaba agudos lacerantes y glisandos viscerales; igual afrontaba pasajes ágiles y alegres como nos conducía a la más ufana de las calmas o al drama desesperado.
A aquel estado de embelesamiento provocado por tan colosal interpretación siguieron los aplausos unánimes del contingente allí congregado, que no se hicieron esperar, retumbando fervorosamente en rendibú al insigne intérprete y a tal demostración de sensibilidad y maestría.
30 años antes de que Holst compusiera Los planetas op. 32, Nietzsche escribía: "Semejantes a una tempestad recorren los soles sus órbitas, siguen su voluntad inexorable, ésa es su frialdad". Y con ese carácter tempestivo Holst aborda la composición de esta suite en 7 movimientos que enriquece personificando y caracterizando a cada uno en base a su significado astrológico. Grandilocuencia que el director reclamaba en sus gestos, recorriendo las distintas atmósferas sonoras que plantea la obra y dejándonos entrever una orquesta que en conjunto ofrece una sonoridad consistente. Interesante labor, también, la de los distintos solistas, que aportaron ese especial colorido tímbrico que tiene la obra, aunque por momentos se percibía cierta rigidez y artificio. Especialmente brillaron los metales a lo largo de todo el concierto, con un sonido terso, al igual que el coro femenino, que entre bambalinas, nos trasladó ese toque contemplativo final de Neptuno.
Por su parte, Dima Slobodeniouk, que también está de conmemoración (esta es su tercera temporada como director musical de la OSG), se mostró resuelto, aunque de un modo progresivo. Comenzó con un Bartók moderado que fue ganando en comodidad ya hacia el tercer movimiento, mientras que en Los Planetas desbordó desparpajo.
Un planteamiento singular para arrancar la temporada de forma enérgica. Semeja una declaración de intenciones que amalgama desde la excelencia que ejemplificó Zimmermann en la primera parte, hasta la montuosidad y espectacularidad de Holst. Podemos decir, en definitiva, que se divisa una temporada estelar.
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