Por Roberto Relova Quinteiro
La Coruña. Palacio de la Ópera. 13/V/2016. Temporada 15/16 de la Orquesta Sinfónica de Galicia. Orquesta y Coro de la Sinfónica de Galicia. Messa di Requiem, Giuseppe Verdi. Director musical: Dima Slobodeniouk. Director del Coro: Joan Company. Solistas: Ekaterina Metlova, soprano, Dolora Zajick, mezzosoprano, José Bros, tenor, Luiz-Ottavio Faria, bajo.
La Messa da Requiem per l’anniversario della morte di Alessandro Manzoni fue compuesta para su presentación al público en Milán, con ocasión del primer aniversario del fallecimiento del escritor, el 22 de mayo de 1874. La dirección de Dima Slobodeniouk fue memorable, desnudó la partitura quedándose con los símbolos de un héroe que amaba lo humano, demasiado humano, por encima de todo: Verdi. Los primeros pianisimi de la orquesta y coro fueron una declaración de intenciones, sí, respetó a la muerte, una vez pasado el responsorio comenzó el espectáculo, nada de teatralidad, nada de pesimismo o tristeza, ¡ah! Pero la inevitable angustia frente al más allá no pudo encontrar ningún tipo de consuelo. Slobodeniouk buscó el dramatismo en la más pura definición, expresar los ideales que se mueven en los territorios del imaginario colectivo: la angustia, la tradición y la desoladora mirada hacia la infinita y abismal nada. Verdi utiliza una orquestación que se acerca más a una visión apocalíptica que a los textos del propio de la misa de muertos, se inspira en una clara tradición de involucrar los instrumentos de la orquesta en la adscripción de atmósferas y sentimientos humanos. No en vano el Orfeo de Monteverdi no podía mirar hacia atrás, no podía revelarnos las verdades que oculta la otra orilla, y por supuesto Verdi, se queda con el universo real de las emociones del Hombre que pregunta y no halla respuestas. La fuerte presencia del viento metal obtiene el doble encargo de expresar las movedizas arenas del inframundo o quizá la hiriente maldad de de una justicia de otro lugar. El implacable sonido de las trompetas fuera y dentro del escenario juega con esta visión de un juicio final apocalíptico que configura dos espacios terroríficos ¿existe pues algún tipo de consuelo? Creo que no.
El bajo Luiz-Ottavio Faria protagonizó y desató los momentos más aterradores del Réquiem, su nobleza vocal en las profundidades del Mors stupebit et natura evidenciaron la propia visión del bajo, optó por la gestualidad, por el carácter expresivo y con su voz verdiana nos acercó a los temores y angustias del ser humano. Su instrumento es rico en matices, dramático, doliente en la zona más grave y muy hermosa en su poderoso centro, sus recursos expresivos se concentraron en el sobrecogedor texto en el que mostró una extraordinaria capacidad de conmover.
La concepción más belcantista, más pura en la línea vocal la desarrolló con belleza el tenor José Bros. Su hermosa voz resultó conmovedora en el Ingemisco, las súplicas del perdón las cantó con su eficaz técnica para dominar las frases y los complicados ataques. En todo el concierto mantuvo su dominio a través de su virtuosismo vocal para subrayar las contenidas emociones y que logró un extraordinario momento en Hostias et preces en que su piano inicial detuvieron la respiración del público.
Dolora Zajick, mítica mezzosoprano ofreció maestría, sabiduría y una prodigiosa proyección de un sonido timbrado, eficaz y conmovedor. Su registro parece no tener límites, en sus intervenciones escuchamos la riqueza de sus armónicos, emisión limpia que inunda cualquier auditorio, contenida o emocionada su interpretación dejo visualizar su eterna admiración hacia Verdi. Zajick es única por su poderosa técnica moviéndose por todo los registros y expresando su propio análisis de la partitura, siempre profunda y rigurosa que encaminó las difíciles vías del dominio vocal, renunció a la teatralidad, aunque la composición recuerde memorables momentos de Aida o a los trenos del Don Carlo.
Ekaterina Metlova fue consciente de que una partitura como el Réquiem necesitaba de un amplio espectro de matices y contrastes a lo largo de todas sus intervenciones. Fue inteligente, la soprano deslumbró nada más iniciar la obra con un control absoluto del fiato e impactantes filados, es decir, optó por embellecer la partitura y explorar con sus propios medios vocales sus solos, dúos e impecables momentos camerísticos con la orquesta. Necesitaba la complicidad del público y para ello fue gestionando sus medios, ofreció compromiso y esfuerzo. Su línea vocal no encontró escollos, zonas de paso sin problemas y un control absoluto de las frases. Fue consciente, en el final, de que ella era la heroína de una historia sin personajes y el vehículo de cualquier emoción o sentimiento humano. En el Libera me la música se conduce libremente desde el recitativo dramático hacia un fuerte ascenso al arioso, fue emocionado, no hubo concesiones gratuitas hacia el auditorio. Se empleó a fondo, no hubo respiros, declamó el texto a modo de dramática oración y cerró el concierto en un poético silencio apoyado desde la batuta.
El Coro de la Sinfónica estuvo a una altura extraordinaria, protagonista de momentos ya imborrables de nuestra memoria, su director, Joan Company tiene el honor de haber construido un coro a base de un muy duro trabajo y sacrificio. Pero es cierto que la partitura y la ocasión merecían la pena. El coro logró un sonido verdiano, y esto es ya es de matrícula de honor, impactó en los momentos más espectaculares y sobrecogió en los matices más sublimes de la partitura. Algo similar ocurrió con la Sinfónica de Galicia bajo la elaborada dirección de Dima Slobodeniouk. El maestro indagó en las posibilidades de una interpretación ajenas a la religiosidad o a la pura concepción operística que algunos defienden a la hora de dirigir el réquiem verdiano. Organizó y dominó absolutamente todo, hasta las propias emociones del público. Se centró ante la inmensa grandeza de una orquesta que interpretaba una suma de ideas, ideales y continuos guiños a la tradición compositiva desde el Renacimiento hasta el Siglo XIX (fugas, dobles fugas, plainchant, melodía diatónica, etc.) Incluso parecía defender la propia actitud del compositor alejándose de las ideas del movimiento europeo de finales del XIX, los cecilianistas, que mostraban su preocupación por los excesos “operísticos” en la música sacra. En todo caso, Slobodeniouk optó por la inconmensurable belleza de una partitura producto de una reflexión postromántica, viva, heroica, en la que no existe racional temor, en todo caso, asumida tristeza por la ausencia de vida. El musicólogo Luca Zoppelli en su incontestable análisis del Réquiem afirma que: “No es justo decir que Verdi fue indiferente a lo sagrado: lo destroza”.
Foto: Web Dima Slobodeniouk
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