Por Aurelio M. Seco
Oviedo. 15-11-16. Teatro Campoamor. Temporada de Ópera de Oviedo. Così fan tutte, Mozart. Carmela Remigio, Paola gardina, Isabella Gaudí, Alek Shrader, Joan Martín-Royo, Umberto Chiummo. Director musical: Corrado Rovaris. Director de escena. Joan Anton Rochi. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Coro de la Ópera de Oviedo.
Menudo año llevamos en Oviedo, y no hablo sólo del desastre que se avecina con la supresión del dinero aportado por el Ayuntamiento a los Premios Líricos Teatro Campoamor, una entidad que, de la mano de Cosme Marina en las últimas ediciones, venía realizando un meritorio trabajo y había conseguido dotar a la ciudad de un magnífico evento, capaz de unir y atraer, siquiera por un día, a algunos de los más importantes cantantes y músicos del planeta, artistas de enorme calidad que, por ejemplo, ni por asomo tenemos la oportunidad de ver en la temporada de Ópera de Oviedo. Se ha recortado también en la temporada de zarzuela y en los magníficos ciclos de conciertos del auditorio. El año pasado Marina consiguió traer al Campoamor a dirigir ópera a Riccardo Muti nada menos, no lo olvidemos, uno de los más importantes artistas de la actualidad. En aquella ocasión nadie de Ópera de Oviedo se acercó a saludar y hablar con Muti, a quien parece que le llamó la atención el hecho, como es natural. Esta forma de actuar lo dice todo del actual equipo artístico de la Ópera de Oviedo.
El tercer título del año en el Campoamor fue la ópera Cosí fan tutte, obra del genio de Mozart que, en este caso, tuvo que poner música a un argumento monótono, repetitivo y un tanto enredado, que presenta personajes sin demasiadas aristas, una obra que, desde el punto de vista musical, conviene tener clarísima en cuanto a estilo y dirigirla desde la búsqueda de la expresividad, no desde luego contemporizando batuta. En fin, que parece obvio que no estamos ante la más inspirada partitura operística de Mozart, por muy refinada y luminosa que parezca a la luz de la costa napolitana. La producción era nueva, un trabajo de Joan Anton Rechi para Ópera de Oviedo que, si en principio parecía tener potencial sobre todo por su estética, poco a poco se volvió un tanto repetitivo. La escenografía diseñada por Alfons Flores nos pareció muy atractiva. Fue lo mejor de la producción, sin duda. Alfons Flores realizó una bonita y gran estructura simulando una especie de local a medio camino entre un circo y un cabaret, que ofrecía la posibilidad de girarse y, de esta forma, aportar cierta novedad, al ser el único elemento que se puso sobre el escenario de principio a fin.
Lo malo es que tras los primeros giros se perdió el efecto y, en los restantes, éste se volvió pesado. La idea de vincular la acción con la magia nos pareció gratuita y sin más encanto que el de observar como los artistas habían aprendido de verdad una serie de trucos. De la propuesta escénica nos gustaría destacar un fallo muy llamativo, como es la decisión de poner a la orquesta sobre el escenario y dentro de la estructura. Esta decisión marcó negativamente la sonoridad que llegaba al patio de butacas, por volumen y calidad. Esta cualidad ayudó a que las voces nunca se taparan, obviamente. De la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias emanó, casi como norma general, un sonido muy atenuado – que en ocasiones nos recordó a un grupo de cámara-, sobre todo cuando al girar la estructura ésta se ponía entre la orquesta y el público. ¿No hubiera sido más interesante, incluso a nivel económico, incluir público en el lugar donde se puso a los músicos, como si de asistentes al cabaret o restaurante se tratase? Nosotros hubiéramos pagado por poder ver la función encima del escenario. Nos hubiera encantado vivir la experiencia.
Al contrario, la idea de Anton Rechi obligó al director musical a subirse también al escenario y dirigir de espaldas a los cantantes. Esto no parece razonable, y no entendemos como el director aceptó esta situación tan ilógica desde el punto musical que, además, acaba con siglos de sabiduría arquitectónica plasmada en centenares de teatros con foso.
A veces da la impresión de que los directores de escena ya no saben qué inventar para desviar la atención de la música. En la obertura de este Così se puso delante de la orquesta al personaje de Don Alfonso para hacer el típico truco de cortar a una persona en dos. Al terminar la obertura y el truco, ¿por qué creen ustedes que aplaudió el público? ¿Por la obertura? No, por el truco.
Nosotros preferimos fijarnos en lo rápido que dirigió el fragmento Corrado Rovaris –demasiado para nuestro gusto-, y en lo inapropiado de la sonoridad que propuso a la OSPA, un tanto destemplada y demasiado contenida. Lamentamos decir que el estilo nos pareció incluso insulso. Corrado Rovaris sin duda influyó en los músicos. Seguramente inspirado por batutas como las del maravilloso Harnoncourt, quitó vibrato y brillantez a la afinación, pero proponiendo un toque insustancial, ligero, superficial, y una forma de dirigir tan falta de pasión que en ningún momento llegó a epatar. Un aspecto positivo fue que a pesar de dirigir de espaldas se lograron solucionar las cuestiones de concertación con bastante naturalidad.
El reparto lo hizo bien, sin haber realizado grandes alardes ni conseguido momentos especialmente brillantes o emotivos. Carmela Remigio fue la más aplaudida. Estamos ante una notable intérprete cuyo registro agudo notamos un tanto retraído pero, en cualquier caso, siempre emitido con gusto. Su interpretación del aria Come scoglio resultó lo más destacado de su participación. En ocasiones notamos cierta tendencia a exagerar el volumen de algunas frases, y también creemos que es mejorable en uniformidad el amplio registro que tiene que afrontar el personaje de Fiordeligi, ya que la cantante parecía poseer dos voces diferentes, una en el grave y otra en el registro medio y agudo. De cualquier forma actuó y cantó bien, realizando un gran esfuerzo por matizar la expresión de una música que, si no nos pareció exquisita en su voz, sí meritoria en recursos. La mejor actriz del reparto fue Paola Gardina, de la que se puede hablar en parecidos términos, pero haciendo hincapié en sus notables cualidades escénicas, muy llamativas y edificantes. Hay que decir que, en general, todo el reparto resultó bastante homogéneo en calidad. A Umberto Chiummo se le podría haber pedido más carisma, en un papel, el de Don Alfonso, que se presta a la exageración y parece diseñado para dejar mella en el espectador. Chiummo cantó bien, aunque a veces la voz pareciera un tanto desvaída y carente de carácter. Buen trabajo desarrollado por Joan Martín-Royo, quien mostró unas cualidades vocales que siempre estuvieron presentes y remarcadas con buen gusto. Tanto él como su compañero de reparto resolvieron con templanza y acierto sus papeles sobre el escenario, aunque en el caso del Ferrando de Alek Shrader hubiéramos agradecido un mayor empaque vocal. Siempre apropiada la Despina de Isabella Gaudí y correcto el Coro de la Ópera de Oviedo.
Compartir