"Volodos cerró una actuación brillante, en la que posiblemente mostró el inicio de una nueva senda en su interpretación que sin duda reportará importantes logros".
Por F. Jaime Pantín
Oviedo. Auditorio Príncipe Felipe. Jornadas de Piano "Luis G. Iberni". 5-11-16. Arcadi Volodos. Obras de Schumann, Brahms y Schubert.
Parece que fue ayer, pero 25 años han pasado ya desde que un joven y visionario Luis G. Iberni echara a andar un proyecto que muy pronto llevaría a colocar a Oviedo como capital del piano. Muchas cosas han pasado desde entonces -entre ellas la triste desaparición del padre de estas Jornadas- y la nómina de grandes pianistas que han pasado por la ciudad, primero por el Teatro Campoamor, ahora por el Auditorio Príncipe Felipe, impresionaría a cualquiera que la revise. El empuje y talento de su creador y el apoyo decidido de sucesivas corporaciones municipales, en su apuesta por la cultura, hicieron posible un milagro cuya llama sigue viva en la actualidad merced a la labor de sus actuales gestores, cuyos criterios de excelencia se ponen de manifiesto en esta actual edición, que traerá a Oviedo a artistas inéditos en la ciudad, como la mítica Martha Argerich junto con otros ya conocidos y profundamente admirados como Grygory Sokolov.
Todo un acierto ha sido encomendar la apertura de esta edición tan señalada a Arcadi Volodos, así como hacerlo con un recital, modalidad por excelencia en el universo pianístico, donde se pueden apreciar los valores más profundos de un intérprete.
La irrupción de Arcadi Volodos en el mundo musical supuso un acontecimiento de referencia, ya que suponía la recuperación de un estilo relativamente olvidado, una suerte de romanticismo extremo basado en un dominio del piano aparentemente ilimitado que se traducía en una síntesis entre la magia funambulesca de algunos pianistas del pasado y el rigor que se supone en un virtuoso contemporáneo. Volodos empezó tocando sus personales paráfrasis, aparatosas y electrizantes hasta el extremo, y no dudaba en introducir sus propias “correcciones” en algunas de las obras que interpretaba. Sin duda esto le ayudó, en su momento, a situarse en vanguardia del panorama pianístico, si bien de alguna manera también contribuyó a su encasillamiento en unos registros interpretativos no muy valorados por determinados sectores de la crítica y del mundo del piano en general. Pero el pianismo de Volodos distaba mucho de ser una simple exhibición de fuegos artificiales. Desde el primer momento mostró un halo poético que le acercaba también a muchas de las músicas de carácter intimista y de alto potencial expresivo, así como una especial devoción hacia las grandes sonatas de Schubert. Su oído sensible y su alto grado de refinamiento sonoro parecían un vehículo idóneo para abordar un repertorio que, paulatinamente, fue ocupando sus programas de manera paralela a la búsqueda de una mayor introspección y reflexión sobre su interpretación que motivó incluso una importante reducción en su agenda de conciertos.
En este recital nos encontramos con un Volodos diferente, que propone un programa duro para el público en el que no hay lugar para el exhibicionismo, en el que todo es música y en el que el pianista ruso asume grandes retos expresivos de diferente calado.
Comenzó el concierto con Papillons op.2 de Schumann, título equívoco para una obra de inspiración carnavalesca, claro precedente del conocido Carnaval op. 9, y en la que nada es lo que parece ser. La conocida referencia literaria a Jean-Paul Richter resulta evidente y el conjunto de estas 12 breves piezas abre un canal inagotable de posibilidades a la fantasía del intérprete. Microuniverso schumaniano en que ya están presentes sus referencias universales: la dualidad de personalidades antagónicas, las máscaras, los códigos secretos, el amor romántico, el humor, la sátira…servido todo ello a ritmo de vals o de polonesa. Volodos conecta a la perfección con esta temática y expone la obra en toda su belleza, con un sonido mágico sólo posible como resultado de la unión de una imaginación desbordante y una técnica pasmosa, en precisión y facilidad. Impresionante agógica en la que el tempo fluye de manera paralela a las ideas, en devenir constante de acontecimientos, pasando de la frescura a la ensoñación y de la pomposidad al lirismo, con una fanfarria final- el conocido Grossvatertanz- que impresiona en su paulatina extinción sonora. Impresionante versión que supuso quizás el momento cumbre del recital.
Con los Klavierstücke op. 76 rompe Brahms un silencio de más de 15 años en su obra para piano. Su última composición importante, las Variaciones sobre un tema de Paganini op. 35, máxima expresión de un estilo pianístico de gran desarrollo virtuosístico, dejan paso ahora a una escritura concentrada, de alta complejidad polifónica y donde la expresión parece destilarse en la búsqueda de una esencialidad que se manifiesta en pequeñas piezas de variado signo a las que llama Caprichos, Intermezzi,Baladas o Fantasías y en las que Brahms parece volver su mirada hacia sí mismo, creando un universo propio en el que dominan de manera preferente la ensoñación y la melancolía. El rigor formal continúa siendo premisa fundamental y la depuración armónica y contrapuntística alcanza en estas piezas su máxima expresión. Estamos ante uno de los estadios últimos de la interpretación pianística y es, probablemente, en estas 8 piezas op. 76, donde la complejidad y el enigma se manifiestan en toda su magnitud. De hecho son las menos abordadas por los pianistas y, como ciclo, las más áridas para el público, páginas para iniciados que, en la versión de Arcadi Volodos, muestran ampliamente su belleza insondable. El estilo apasionado y pleno de nobleza del pianista y la redondez y densidad de un sonido siempre atento al mínimo detalle, matiz articulatorio o dinámico, propiciaron la audición relajada de una música sentida a flor de piel en la que quizás se echó en falta una mejor definición contrapuntística y una concepción de mayor diversidad en el rubato. Por otra parte la imaginación colorista del pianista ruso es aspecto primordial en sus interpretaciones y en música de este nivel puede llegar a resultar excesiva y distraer de lo esencial, en una piezas que, pese a su brevedad, encierran todo un universo de expresión intemporal.
La segunda parte del recital estuvo dedicada íntegramente a la Sonata D.959 de Schubert, segunda de la trilogía genial que pone fin a su producción pianística y prácticamente a su existencia. Es sabido que Schubert trabajó de manera simultánea en estas tres últimas grandes obras, por lo que es posible apreciar importantes relaciones entre ellas, tanto desde el punto de vista formal como instrumental. Todas parecen confluir, en algún momento, en idénticos climas emocionales, aunque a ellos se llega desde ópticas diferentes. Frente al aliento trágico que ilumina la sonata anterior D.958 y la serenidad sobrecogedora con la que Schubert parece aceptar un destino inevitable en la última Sonata D. 960, esta sonata en La mayor se desenvuelve en un clima más vital que turbulento, si bien su ambigüedad se manifiesta de manera constante. Los frecuentes cambios de humor, las modulaciones inesperadas, la búsqueda del registro medio-grave en muchos de los pasajes líricos y la presencia del silencio como elemento de ruptura sirven de guía espiritual a una estructura sólida y coherente, de profundo corte clásico. La movilidad emocional constituye una de las características esenciales de la música de Schubert, si bien este constante devenir suele estar fundamentado en una idea global de estabilidad, generada a partir de una determinada actitud de espíritu. El rubato no sigue sus leyes habituales, derivando más bien en una evolución del tempo hacia diferentes esferas impredecibles que se manifiestan a través de modulaciones tan constantes como inesperadas, armonías sorprendentes y otros recursos que consiguen la abstracción del tempo real y la percepción de una sensación de intemporalidad. Volodos planifica la sonata desde el prisma de una fluidez constante, tanto en el tempo como en la dinámica. En ocasiones el exceso de fluctuación sonora llega a desdibujar las líneas lo que, unido a ciertos excesos en la pedalización, resta transparencia a la dicción articulatoria, casi mozartiana, propuesta por Schubert. Es un hecho aceptado por muchos intérpretes que a Schubert se llega desde Mozart más que desde Beethoven y no es casualidad que muchos de los grandes pianistas auténticamente schubertianos como Haebler, Wüher, Brendel, Baremboim, Endres, Schiff o Lupu han tocado mucho a Mozart, incluyendo la totalidad de sus sonatas y conciertos.
Sorprendente resultó el tempo sumamente lento con el que el pianista ruso abordó el Andantino central de la sonata, un nuevo canto de caminante que en sus manos pareció una marcha fúnebre, algo probablemente inapropiado, a pesar del aliento trágico que esconde esta bellísima melodía. El episodio central, una especie de improvisación caótica, de violencia desatada, tuvo una mejor traducción en manos de Volodos, que consigue extraer todo su espíritu descarnado, conduciendo a una reexposición en la que retorna el lied, que en esta ocasión aparece adornado con ecos de voces lejanas y en la que el pianista corrige buena parte de la lentitud observada en la exposición.
Impecable ejecución del Scherzo, chispeante, luminoso y efervescente, cuyo contraste sombrío en el trío es perfectamente dibujado por Volodos para enlazar directamente con el Rondo final, cuyo tema amplifica la melodía del Andantino de la Sonata en La menor D 537, situando su entorno en un nuevo ámbito liderístico, el de la canción En primavera D.882 (“Estoy sentado en paz en la ladera de la colina. El cielo es tan limpio…”). Dos temas luminosos se complementan, en búsqueda de la liberación, mediante la utilización sutil de diversos elementos temáticos del primer movimiento de la sonata, cuyo encabezamiento rítmico es utilizado aquí para culminar la obra. Asistimos a un desarrollo rítmico continuo y a modulaciones constantes que conducen a una coda desbordante que Volodos resuelve de manera magistral.
Versión meritoria que sin duda puede madurar aún y que gustó mucho a un público entregado a un pianista cálido, natural y sincero que destila talento por todos los poros.
No se hicieron de rogar los 4 bises con los que Volodos cerró una actuación brillante, en la que posiblemente mostró el inicio de una nueva senda en su interpretación que sin duda reportará importantes logros.
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