Tercer concierto de la temporada de abono de la Sinfónica de Castilla y León.
Por Agustín Achúcarro
Valladolid. Sala sinfónica del Auditorio de Valladolid. 03/11/16. Temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Andrew Gourlay, director. Obras de Grieg, Smetana y Berlioz.
Le tocaba elegir al espectador las obras del concierto “Homenaje al abonado”, partiendo de una lista preestablecida y votada previamente, y se decantó por partituras muy conocidas del repertorio: la Suite Nº1 de Peer Gynt, El Moldava y la Sinfonía fantástica.
La interpretación de la obra de Berlioz se caracterizó por la sensación de que realmente la música tenía la capacidad de trasmitir lo que un joven puede sentir ante la ola de pasiones de un enamorado, y cómo guiado por el opio podía vivir en su propia mente la ensoñación de que había matado a su amada, era condenado a muerte y se veía envuelto en un aquelarre. Seguro que entre las ideas contrastadas que hacen sentir los cambios de humor provocados por el amor obsesivo del joven y el mundo onírico que lleva a un desenlace fatal existe un clima “agitato”, como se enuncia en el primer movimiento. Y no cabe duda de que esta agitación, que ya llegó apresurada desde la melancólica introducción, está presente en la interpretación de la sinfonía, pero su exacerbación propició desequilibrios, como en la fanfarria, y contribuyó a ahogar otros efectos con los que se hubiera conseguido lo mismo pero de una manera más plena. Este fue el flanco más vulnerable del planteamiento del director Andrew Gorulay, que pese a ello consiguió una lozana sensación de espontaneidad, unida a una excelente respuesta de la orquesta y sus solistas.
Muy reseñable el dúo pastoril mantenido entre el corno inglés y el oboe en la Escena campestre. En la Marcha hacia el suplicio quizá no quedó demasiado patente la ruptura temática entre la cuerda y los vientos.
El concierto comenzó con la Suite Nº1 de Peer Gynt impregnada de una transparencia sonora casi constante, desde el inicial motivo de la flauta y su paso al oboe, para adquirir más fuerza cuando llegó a la cuerda. Resultó precisa la formidable orquestación propuesta por Grieg en la Danza de Anitra, y en las sucesivas repeticiones de En la gruta del rey de la montaña se alcanzó cada vez más intensidad.
El Moldava fue la obra que en mayor medida sufrió ciertos aspectos relacionados con un brío excesivo, en particular ese ligado fluctuante que conlleva la melodía de la partitura de Smetana. El planteamiento del director pudo funcionar bien en los momentos en que el río adquiere su mayor pujanza, pero no en el resto de la partitura. Al final, cuando las aguas del Moldava se acercan a Praga la orquesta debió de sonar más majestuosa y menos impetuosa, si bien el diminuendo y el subsiguiente piano conclusivo hicieron honor a ese “desvanecerse del río” del que habla el autor.
Era el programa elegido por el público y por su respuesta pareció que no se sintieron para nada decepcionados con el resultado.
Foto: Johan Persson
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