El CNDM celebra una curiosa Navidad barroca para despedir el año en su Universo Barroco, con un magnífico recital protagonizado por Pergolesi y excepcionales intérpretes italianos.
Por Mario Guada
Madrid. 18-XII-2016 | 19:30. Auditorio Nacional de Música | Sala sinfónica. Universo Barroco. Entrada: 12 a 30 €uros. Obras Giovanni Battista Pergolesi y Charles Avison. Silvia Frigato, Sara Mingardo • Accademia Bizantina | Ottavio Dantone.
Uno de los inventos más cuestionables en la historia de la música es eso llamado repertorio canónico, que a lo largo de los siglos –especialmente en los dos últimos, de donde subyace precisamente uno de sus grandes inconvenientes– ha ido dictando y seleccionando aquellas obras que supuestamente han pasado el filtro del tiempo y han de permanecer de manera indefectible entre las obras interpretadas por los mejores conjuntos y en los escenarios más importantes del mundo. Afortunadamente, el célebre Stabat Mater de Giovanni Battista Pergolesi (1710-1736) ha sido una de las piezas que ha logrado traspasar dicho filtro. Esta es sin duda una de las obras más interpretadas y registradas de toda la música creada durante el período barroco, lo que es decir mucho. La obra es de una calidad innegable, muestra de la inmensa capacidad creadora de su autor, que a pesar de abandonar injustamente este mundo a una edad tan pronta, fue capaz de legar una cantidad de obras notables, con un estilo realmente particular y reconocible. Pergolesi es, sin duda, uno de los compositores con un lenguaje propio más característico. Que quizá utilizó una serie de patrones muy cerrados y recurrentes en muchas de sus obras: es posible; pero qué bien utilizados y qué magnífica capacidad compositiva la suya. Personalmente me parece uno de los melodistas –en el buen sentido del término– con mayor naturalidad y facilidad de la historia, a la altura de un Hasse o un Porpora.
El Stabat Mater per soprano, alto, archi e basso continuo fue compuesto por el autor en 1736, aunque recientes estudios le atribuyen una fecha dos años anterior. La obra, que fue solicitada al napolitano para reemplazar una composición anterior de Alessandro Scarlatti –compuesta en su segunda etapa en Napoli, entre 1708-1717– que al parecer se había quedado ya algo anticuada en su uso para los viernes en la Iglesia de San Luigi di Palazzo [Napoli], obtuvo rápidamente una fama extraordinaria, de lo que da buena cuenta que el mismísimo Johann Sebastian Bach hiciera un arreglo sobre ella. Cabe preguntarse, pues, el porqué de que la obra de Scarlatti quedase anticuada en un lapso de tiempo tan relativamente corto, llevando inevitablemente a una comparación entre ambas piezas. La predilección de Alessandro por las texturas extremadamente densas se aprecia con claridad en su obra, con la clara renuncia del maestro de Palermo por adscribirse al estilo melódico que empezaba a estar en boga por aquel entonces, y del que Pergolesi es, por otra parte, uno de sus máximos exponentes. La experimentación de Scarlatti se dirige por derroteros de tipo armónico, lo que no interesa tanto a Pergolesi. Es evidente que la escritura pergolesiana resulta mucho más teatral que la de su colega, que se preocupa más por los términos puramente musicales, siendo quizá su principal obsesión que el flujo de la polifonía entre las tres líneas superiores se desarrolle con naturalidad, logrando complejos unísonos entre los dos violines entre sí o entre estos con la voz. La viola se restringe como dobladora del bajo, obteniendo una línea propia, lo que contrasta con el lenguaje de Pergolesi, que dobla instrumentos con asiduidad, reduciendo a veces la textura a dos o tres líneas. Ambos, eso sí, experimentan de manera profunda con la retórica y la imitación, pero utilizando cada uno recursos compositivos realmente distantes. La hermandad napolitana pasaba por dificultades económicas, por lo que las necesidades de plantilla ofertadas –más bien impuestas– no parecían las adecuadas para el evento al que iban destinadas. Sin recaer en demasiados detalles, parece obvio que Scarlatti y su obra pagaron el precio de los cambios de gusto y moda que se producen de manera cíclica en la música, lo que dio lugar a la llegada de esta magnífica creación de Pergolesi, de lo cual hay que regocijarse.
Se despidió el ciclo Universo Barroco, del Centro Nacional de Difusión Musical, de este 2016 con la presencia sobre el escenario de uno de los conjuntos italianos de mayor proyección y solvencia en las últimas dos décadas: Accademia Bizantina, que en su etapa con Ottavio Dantone como director –en la que dio salto de conjunto al uso a conjunto historicista, cuando en 1996 se hizo cargo de la dirección del ensemble– ha regalado a los oyentes algunos momentos de absoluto deleite, tanto en directo como en sus muchas y extraordinarias grabaciones discográficas. Las solistas seleccionadas para la ocasión fueron la soprano Silvia Frigato y la contralto Sara Mingardo. La elección, una suerte de mixtura entre juventud y experiencia, resultó de lo más satisfactoria. Frigato, una magnífica soprano de excepcional proyección artística y especialista en repertorios pretéritos, ofreció una lectura realmente sutil, con un registro agudo muy aposentado, de gran recorrido, y con un timbre elegante y aterciopelado. Únicamente mostró algunos problemas al acometer intervalos de cierta extensión hacia al agudo, pero se mostró enérgica y con gran saber estar escénico. Mingardo –quien ha sido profesora de la primera– es una cantante bien conocida a estas alturas, sin duda una de las contraltos más asentadas desde hace décadas en el panorama del canto histórico. Su voz, de graves envidiables, es poderosa, estable, muy homogénea en el cambio al registro medio-agudo, con un timbre obscuro, pero en su justa medida. Es una de esas altos puras que es difícil encontrar para el repertorio barroco. Gracias a Mingardo, en gran medida, las altos han conseguido mantener su status dentro de la interpretación historicista, sin ser fagocitadas completamente por la emergente vocalidad de los falsetistas –magnífica, por otra parte–. Ambas lucieron realmente bien en el Stabat Mater, adaptándose como un guante en los dúos, y brillando a cada cual mejor en las arias solistas. Además, acometieron con gran solvencia los sendos Salve Regina del autor napolitano que se interpretaron en la primera parte del concierto –La menor para la soprano y Fa menor para la alto–. La exigencia técnica en varios de los pasajes del Stabat Mater es notable, sin embargo supieron salir indemnes de la prueba, logrando además momentos realmente hermosos y expresivos.
Por su parte, Accademia Bizantina ofreció una visión brillante, muy asentada sobre los violines, con gran empaste y un fuerte trabajo conjunto, buscando una sonoridad tersa y límpida. Ofrecieron, además, una excepcional versión del Concerto grosso n.º 5 en Re menor, de Charles Avison (1709-1770), extraordinaria composición que conforma, junto a otros once, una colección de concerti compuestos, en gran parte, sobre una selección de sonatas para clave de Domenico Scarlatti. Exquisito el trabajo de Alessandro Tampieri [concertino] y Ana Liz Ojeda como solistas en los violines barrocos. La orquesta, compuesta para la ocasión por una plantilla 5/5/2/2/1, se completó con el órgano positivo de Stefano Demicheli, el archilaúd de Tiziano Bagnati y el clave del propio Dantone, que conformaron un continuo –junto a los chelos barrocos de Alessandro Palmeri y Paolo Ballanti, y el contrabajo barroco de Nicola Dal Maso– poderoso y refinado, que sustentó a las mil maravillas a todo el conjunto.
Como digo, lo que más me sorprendió fue la visión brindada por Dantone y los suyos de la célebre obra del napolitano. En una obra como esta, que se ha interpretado hasta la saciedad, parece que se hace necesario más que nunca un aporte artístico extra, con el que mostrar la personalidad del intérprete, en una lectura alejada del estándar. Esto resulta, en muchas ocasiones, peligroso, pues se corre el riesgo de no saber dónde parar. Creo, sin embargo, que Dantone ha sabido mostrar una versión muy teatral, realmente expresiva, con gran dominio de las dinámicas bajas y mucho contraste dinámico y de carácter, fundamentado a su vez sobre unos tempi ligeros, a lo hay que sumar el inteligente uso de recursos como el sforzando o las appoggiature, reforzando con los instrumentos los pasajes vocales y obligando a las solistas a dar lo mejor de sí. Una visión que en ocasiones abandonó la sutileza y el acento lacrimógeno de otras lecturas, en pos de una versión más dramática, que sorprendió y funcionó realmente bien. Un cierre de año realmente fantástico para un Universo Barroco que en 2017 augura momentos aún más maravillosos, si cabe.
Fotografía: accademiabizantina.it
Compartir
Aviso: el comentario no será publicado hasta que no sea validado.