Por Aurelio M. Seco
Oviedo. Teatro Campoamor. Temporada de Ópera de Oviedo. Sansón y Dalila, Saint-Saëns. Dalila: Nancy Fabiola Herrera. Samson: Stuart Skelton. Sumo Sacerdote de Dagón: Carlos Álvarez. Abimélech: Alex Sanmartí. Un Viejo Hebreo: Miguel Ángel Zapater. Un Mensajero Filisteo: Gonzalo Quirós. Primer Filisteo: Albert Casals. Segundo Filisteo: Javier Galán. Director musical: Maximiano Valdés. Director de escena: Curro Carreres. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Coro de la Ópera de Oviedo.
El último título de la Temporada de Ópera de Oviedo, Sansón y Dalila de Camille Saint Saëns, parecía destinado a ser el mejor del año por reparto y perspectiva artística pero, aun con el estimable nivel alcanzado, es probable que algunos acaben recordándolo más como aquel Sansón que, además del pelo y la vista, también perdió la voz; o como el Sansón de los dos Sansones, o incluso como la producción en la que el tenor inicialmente previsto, Stuart Skelton, tuvo que salir a escena simulando que cantaba durante toda la ópera (magníficamente, por cierto) mientras quien de verdad lo hacía era otro tenor, Dario di Vietri, desde una esquina del escenario, en penumbra y con partitura. La situación no nos pareció seria ni respetuosa con el público de la primera función de una temporada –nada menos que la del Campoamor, la segunda más antigua de España- con tan sólo cinco títulos. Si Skelton no estaba bien de salud, algo que parece que se sabía desde hacía días, se tenía que haber contratado a un sustituto que ocupase su lugar, y si Di Vietri no se sabía la partitura de memoria, parece obvio que se tenía que haber contado con otro artista. Aunque buena parte del público se mostró comprensivo ante la situación, algunos asistentes estaban molestos, en nuestra opinión, con razón.
Fue una pena que Skelton no se encontrase bien porque, en plenitud de facultades, seguramente la función habría lucido todavía más. Sin su voz, la producción funcionó bien y el reparto y el acompañamiento orquestal permitieron disfrutar de una buena velada operística, un cierre de temporada que se debatió entre la citada anécdota y las positivas sensaciones artísticas percibidas. Si hablamos de los que sí cantaron, nos llamó poderosamente la atención la participación de Carlos Álvarez. Qué gran trabajo realizó el barítono español, un artista que, desde su aparición en escena, dejó patente su excepcional carisma y unas condiciones interpretativas llenas de carácter e inteligentemente expresadas. Interpretó a un Sumo Sacerdote imponente. No pudimos apartar la vista de él ni un momento mientras estaba en escena, energizante, carismático, poderoso. Ayudó mucho su atractiva caracterización física y gestual, un gran trabajo de figuración, sin duda. Álvarez sigue siendo uno de nuestros cantantes más destacados, un barítono realmente único, verdadero artista y un privilegio que hay que conservar.
Nancy Fabiola Herrera tuvo el siempre difícil reto de interpretar a Dalila, un personaje con aristas, sensible, sedoso, atractivo, sensual, en fin, muy complejo desde el punto de vista escénico y vocal. Estuvo afortunada la mezzosoprano, que fraseó con el buen gusto de siempre y encontró momentos de especial fortuna en los pasajes más célebres de la obra, que no sonaron mágicos, pero sí bien expresados. Es posible que en su trabajo se echaran en falta unos agudos más luminosos y consistentes, pero incluso en los momentos más comprometidos, la cantante dio muestras de poseer recursos para solventarlos. Fue la suya una Dalila francesa de raza española, atractiva y, sobre todo, reconfortantemente musical.
Dario di Vietri también acertó como Sansón, y si su fraseo no siempre resultó igual de elegante que el de Álvarez, ni su voz del mismo color y consistencia en todas las situaciones, cantó con notable gusto siempre, e incluso en los momentos más exigentes de registro y carácter supo estar a la altura, algo que, en estas circunstancias, hay que valorar mucho. También destacó el trabajo de Álex Sanmartí como Abimélech, quien lució una voz bellamente timbrada y llena de intención. Una participación con personalidad que fue recompensada por el público. De gran presencia vocal y escénica el Viejo Hebreo de Miguel Ángel Zapater. Solvente el resto del reparto y notable el trabajo vocal y escénico del Coro de la Ópera de Oviedo.
Hace tiempo que venimos observando con gran interés el trabajo desarrollado por Curro Carreres. De su mano, recordamos una magnífica propuesta escénica para Entre Sevilla y Triana, de Sorozábal. Debe seguir por este camino Carreres, que sabe unir, a una llamativa dosis de reconfortante fantasía, las acertadas gotas de inteligencia y sensatez que tan a menudo echamos en falta en algunos directores de escena. Volvió a acertar Carreres en el fondo y en la forma con su acercamiento a la obra. Tomando como excusa la ciencia ficción, eligió una estética atractiva y eficaz, que enmarcó la historia con indudable tino. Llamó la atención el vestuario de Jesús Ruiz Moreno, por su llamativo diseño e incluso belleza. Fue el elemento que, desde luego, mejor trajo el contexto suntuoso de la escena. La famosa bacanal se solucionó de manera elegante y creativa, pero creemos que resultó un tanto pobre, siendo como es uno de los momentos más espectaculares de la obra, musical y escénicamente.
Volvió Maximiano Valdés a dirigir a la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, conjunto del que fue titular nada menos que 16 temporadas, y lo hizo para obtener una saludable y coherente versión de Sansón y Dalila. En su intento por cuidar a los cantantes, es posible que incluso por momentos rebajase demasiado el volumen orquestal, pero el tono elegido y la naturalidad con que dirigió esta música sentó muy bien a la ópera. Resultó especialmente atractivo el estilo claro, desenfadado y vivo que imprimió a la escena de la bacanal. Nos alegró ver a Max Valdés de vuelta en Asturias, un director que ha demorado excesivamente su regreso al Principado, una región en la que, por sus cualidades humanas y artísticas, se le tiene cariño y consideración profesional.
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