Por Javier del Olivo
17/01/2015 Bilbao: Palacio Euskalduna. Jules Massenet: Werther. Roberto Alagna, Elena Zhidkova, Elena de la Merced, Manuel Lanza, Stefano Palatchi, Jon Plazaola, Fernando Latorre y otros. Coral Gaudeamus. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Michel Plasson, dir. musical. David Alagna, dir. de escena. 63 Temporada de la ABAO.
Habían pasado dos actos (y dos descansos) y Werther no remontaba el vuelo. Había que reconocer que la ABAO (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera) había reunido todos los elementos para que la cosa funcionase mejor: un conjunto de solistas de primera categoría, un auténtico maestro al frente de la dirección musical y una orquesta de las habituales en el foso del Euskalduna. Pero aún así la función transcurría sin ese brillo, sin ese esplendor que el aficionado que llenaba el teatro esperaba. Pero, como tantas veces en este mundo que llamamos ópera, surgió la chispa y la segunda parte de la representación, los actos tercero y cuarto, fueron espléndidos.
Pero empecemos por el principio. Werther volvía a las temporadas de la ABAO. Es un título querido en la Asociación, que va a unido al recuerdo del gran Alfredo Kraus. No es fácil sustituir a un ídolo en la admiración de los aficionados pero Roberto Alagna nunca había cantado en estas temporadas y buena era la ocasión para que debutara con uno de sus papeles fetiche, de los que más fama le han dado y que mejor han caracterizado su trayectoria. Werther, como se sabe, es una de las óperas más importantes del repertorio francés, la más destacada de Jules Massenet. Fue estrenada en 1892 en Viena con un libreto de Eduard Blau, Paul Milliet y Georges Hartmann, que se basaba en la obra cumbre de Goethe: Los sufrimientos del joven Werther. Esta novela epistolar publicada en 1774 fue una de las más influyentes en el movimiento romántico y en toda la cultura alemana del s. XIX. Massenet y sus libretistas mantuvieron este espíritu romántico pero realzaron la figura de Charlotte, la amada de Werther, en relación con la novela, donde no tenía tanto protagonismo, para crear dos figuras con personalidad clara y cuya relación y contraste vertebrará la obra. De hecho la figura femenina es la que más evoluciona a lo largo de la representación, acorde con la evolución dramática de la historia. Nos encontramos al principio una Charlotte inocente y jovial, que va, poco a poco, asumiendo que la relación con Werther es algo más que amistad hasta que, en los dos últimos actos vemos a una mujer plenamente enamorada y dispuesta a cualquier cosa por salvar a su amado. Por el contrario, Werther siempre presenta las mismas características de joven enamorado y enaltecido, que al no conseguir el amor deseado no ve otra salida que el suicidio. Con estas premisas, Massenet compuso una bellísima partitura donde el oyente va recorriendo, y reconociendo perfectamente, las peripecias de este amor imposible. La ópera está llena de momentos memorables que culminan en un tercer y cuarto acto de una tensión dramática y una belleza musical pocas veces alcanzadas.
Como decíamos al principio, los aficionados que llenaban el Palacio Euskalduna, esperaban con interés este estreno dentro la 63 temporada de la ABAO. El papel protagonista lo encarnaba uno de los tenores más importantes a nivel mundial de los últimos veinte años: el francés Roberto Alagna. Alagna conoce a la perfección esta partitura y es uno de los referentes en este papel. En esta ocasión, ya desde su primera intervención, "Je nesais si je veille", se pudieron apreciar los rasgos que le han dado merecida fama: el maravilloso fraseo, la delicadeza con los pianissimi, el fiato estupendo. Pero los agudos no salían con la limpieza de otras ocasiones y al tenor no se le terminaba de ver cómodo. La tónica siguió en el segundo acto y al público, que esperaba lo máximo, le quedaba un regusto agradable pero no pleno. La fabulosa escena a nivel musical que protagonizó Elena Zhidkova, Charlotte, al comienzo del tercer acto dio el pie para que toda la función, para que todos los que participaban en ella, elevaran su nivel. La irrupción de Werther en la habitación de Charlotte que da paso al dúo más conocido de la obra fue espectacular y nos permitió ver al Alagna que más admiramos, el del timbre bellísimo, el del arrojo en el agudo, en el del matiz más sutil cuando se necesita. Su "Pourquoi me rèveiller", lo más esperado de la noche, no defraudó y su muerte en el cuarto acto estuvo perfecta y bellamente dibujada. Al final el aplauso y los bravos del público fueron sinceros y unánimes.
Elena Zhidkova fue una fabulosa Charlotte y, si me lo permiten, la mejor cantante de la noche. Porque desde su primera intervención demostró las cualidades que atesora: un bellísimo y homogéneo timbre, un volumen y proyección que no temen a teatros como el Euskalduna, una ductilidad perfecta para todos los matices de su papel y un amplio registro dinámico en toda la tesitura. Como decíamos más arriba, su escena del tercer acto dio alas a la representación haciendo que ésta remontase hasta el bello final. Una gran artista que recibió el agradecido aplauso del público. También un poco dubitativa empezó Elena de la Merced en su papel de Sophie, la hermana de Charlotte. Tanto su colocación en el escenario como el tamaño del Euskalduna no ayudaron a que su voz se oyera con el volumen necesario y para que se apreciaran sus cualidades que sí se mostraron en su pequeña, pero bella, aria "Frère! Voyez! Vouyez le beau bouquet". Más floja la intervención de Manuel Lanza como Albert, el primero prometido y luego marido de la protagonista. Su voz, que sí tiene el color y el volumen necesario, sonó siempre proyectada con brusquedad, sin matices, poco agradable. Muy correctos tanto Stefano Palatchi como Le Bailli, como Fernando Latorre como Johann, destacando Jon Plazaola como Schmidt. Bien conjuntada la Coral Gaudeamus que dirige Julia Foruria.
Es un auténtico lujo para cualquier teatro contar en su foso para una representación de Werther con el gran maestro francés Michel Plasson. No vamos a pararnos aquí a enumerar las excelentes cualidades de esta batuta, que domina este repertorio con sabiduría y cuya dirección se entronca con lo mejor de la tradición francesa. Lástima que la Orquesta Sinfónica de Bilbao, que otras veces nos ha brindado grandes noches, esta vez demostrara evidentes carencias. Aún así desde el foso se pudo escuchar un Werther elegante, delicado pero no ñoño, atrevido y pasional pero siempre melancólico, una auténtica lección de cómo dirigir una partitura.
Massenet sitúa la acción de Werther en la década de 1780. David Alagna, responsable de la dirección de escena, opta por situarla en su propuesta a principios del s. XIX. Toda su producción, procedente del Teatro Regio de Turín, es de corte clásico, nada dada a la experimentación y se sustenta en una escenografía (que también firma él) de gran monumentalidad. Cada acto tiene su decorado diferenciado, como mandan los cánones, pero hay detalles en esta presentación tan realista que chirrían un poco. El más evidente ocurre en el segundo acto, que se desarrolla en la puerta de la iglesia del pueblo. Allí, antes de comenzar la acción, una pareja de enamorados se hace carantoñas y juega sin ningún pudor, algo impensable tanto en la Alemania de finales del XVIII como en la Francia de principios del XIX. También queda un poco trasnochada (además de los peligros que conlleva) la aparición de animales vivos en escena. Pero sí que resulta espectacular todo el cuarto acto en la habitación de Werther. El vestuario, que firma Louis Désiré, es acertado si exceptuamos el traje blanco impoluto que luce el protagonista en los dos últimos actos y que parece poco adecuado dentro de la línea realista de toda la producción, en la que destaca para bien la buena iluminación de Aldo Solbiati.
Fotografías: E. Moreno Esquibel
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