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Crítica: 'Una voce in off' y 'La voix humaine' en el Teatro del Liceo

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Autor: Albert Ferrer Flamarich
24 de enero de 2015

VOCES AUSENTES, VOCES PRESENTES

Por Albert Ferrer Flamarich
Montsalvatge: Una voce in off. Ángeles Blancas (Angela); Vittorio Prato (Mario); Antoni Comas (Voz de Claudio). Poulenc: La voix humaine. Maria Bayo (Elle). Coro del Gran Teatre del Liceu de Barcelona. OBC. Pablo González, director. Dirección escénica y escenografía: Paco Azorín. Vestuario: María Araujo. Gran Teatre del Liceu de Barcelona. 20-1-2015.

   La ópera como reflejo social y contemporáneo ha sido espejo y ente fagocitador de los avances tecnológicos como medio y finalidad. Algo que parte de la elegante audiencia abonada (“de toda la vida”) del turno del martes 20 no llegaba a entender por considerarla absurda: “como en el cine, de todo hacen una película… esto no es un argumento de ópera”, pregonaba “la sujeta” de al lado. Hay veces que ni lo mejor de Carolina Herrera o Adolfo Domínguez esconden el hedor a reliquia. Al margen de disquisiciones y perogrulladas snobs e ignorantes, si los únicos títulos más “contemporáneos” que suben a escena en un teatro que se las quiere de dar de centro europeo fueron compuestos alrededor de los años 60, puede que los que estemos fuera de lugar seamos otros. Y es que un servidor a veces tiene una suerte… Suerte que, esperemos, sea más equitativa con los que quieren participar de la crítica seria y les permita acceder  a los espectáculos sin las restricciones de la antigua jefatura de prensa del teatro. Algo que tenía sus días más negros cuando se recibía un rotundo “no” arropado en sedas de diplomacia, mientras se sabía de quienes –incluso venidos con el puente aéreo- se paseaban acompañados de algún Ganímedes o de pequeñas cortes feéricas.

  Por su parte, el espectáculo, el realmente programado, contó con dos títulos que subieron a escena solamente tres días: Una voce in off de Xavier Montsalvatge y La voix humaine de Francis Poulenc. The telephone de  Giancarlo Menotti hubiera sido un lógico complemento para este simulacro de teatro por horas y la consiguiente reflexión sobre la soledad y el duelo tras la ruptura conyugal con el teléfono/magnetófono como vehículo de la voz ausente del Otro (en mayúscula). Todo ello podría remitir a una lectura psicológica con ligeros tintes de thriller. No obstante ésta no fue la apuesta de Paco Azorín que es un director de escena con ideas sugerentes, a pesar de ciertas irregularidades dramatúrgicas y la falta de tensión dramática.

   Su propuesta para Una voce in off tuvo un atenuado componente psicologico, más que en La voix humaine, potenciando la vertiente sexual de la relación entre Angela y Mario. Aquí el elemento simbólico de la invidencia de la protagonista se reforzó con carácter retroactivo al desprecio servido por ésta a su difunto marido de quien solo puede escuchar su voz gracias una máquina Super 8. Pero ninguno de los dos títulos consiguió el impacto en el espectador de esa vivencia desgarradora de la pérdida y el abandono, sobre todo en las tres fases emocionales de la obra de Poulenc. Sin duda la propuesta de Azorín fue elegante y correcta en lo visual (juego de atrezzo, vestuario y dirección de cantantes) con pinceladas de inteligencia en la unificación del espacio escénico en un mismo interior. Esto emparentó la situación de las protagonistas cuyo mundo mental quedaba plasmado con una proyección fílmica de la parte superior de la escenografía, mucho más elaborada en Una voce por su turbación, soledad, nostalgia, aislamiento y huida de la realidad de las situaciones vividas.

   Con todo, discrepo de la solución en la última escena en el simulacro de reencuentro –¿en un más allá?- de los dos protagonistas con cena de gala envuelta por el coro, con Claudio pagando la cuenta y distintos “Marios” y “Claudios” en los palcos de proscenio. Más simbólica y lograda fue la desnudez final de La vox con la protagonista enroscada en el cable telefónico tras la mudanza, en un ejercicio de realismo que asimilaba la protagonista a la dimensión de cantactriz en la línea de “un squarzo di vita”.

Solistas

   Ángeles Blancas protagonizó el rol de Ángela manteniendo sólo el lujo visual de su presencia. El vocal ha mermado considerablemente y en un rol de la exigencia de pero su canto presento excesivas impurezas: voz calante, incipiente vibrato tambaleante, un timbre prieto que estilistamente deslució la vocalise, nada fluida y de proyección irregular. Es una verdadera lástima pues Blancas abordó su encarnación con el talento y fuerza escénica que la caracteriza transmitiendo muy bien la prisión emocional de su rol. El tenor Antoni Comas, conocedor del papel de Claudio correspondió con su habitual pericia. Vocal y escénicamente Vittorio Prato fue un discreto y rudo Mario. Sus méritos de antaño habrán justificado su presencia en la producción pero a juzgar por su prestación ni por el timbre, ni la técnica, ni las habilidades escénicas estuvieron a la altura de lo que se espera del Liceo. Es más ¿no hay voces catalanas capaces de abordar esta página? Las hay, y algunas jóvenes, pero no llevadas por el agente oportuno.

En el rol d’Elle a La voix humaine María Bayo parecía la garantía de la personalidad dramática necesaria. El papel no requiere una voz de nervadura particular ni un talante spinto por eso la calidad vocal eran adecuados aun no siendo un rol habitual de su repertorio. Su francés fue bastante inteligible y la impostación siempre fue adecuada con un timbre que mantiene el esmalte que le recordaba. No obstante, su actuación transitó por una homogeneidad general que, salvo puntuales reacciones, distó del sufrimiento consabido en situaciones como la buscada por Poulenc y Cocteau. Por ejemplo, el “Je t’ame” final no respondió a ninguna progresión dramática. Su consecución fue bastante literal, sin someter al espectador a la tensión y a la incertidumbre inexorable de quien está sufriendo un trauma emocional y se ve abocado a un duelo que quiere evitar desesperadamente.

Coro y orquesta

   Bajo la dirección de Pablo González, el apartado orquestal y coral tuvo una participación convincente aunque es obvio que la redondez y nitidez tímbrica de la cada vez más mermada formación coral difiere de los méritos logrados con José Luis Basso. El maestro Burian saca partido al conjunto vocal pero sin la brillantez, la claridad de textura ni la cohesión de lo oído antaño. Démosle tiempo aunque su participación en esta producción no era exigente en exceso. Por cierto, ¿cuándo acabarán los sucias jugadas en la gestión del coro por parte del teatro y determinados agentes?

   La OBC, en intercambio con la del Liceo que actuó en L’Auditori, encontró un mundo sonoro acorde, especialmente en Poulenc y su temperamento delicuescente sin amplio vuelo dramático. Su sonoridad estuvo cohesionada, bastante nítida y con dinámicas moderadas para no sobrepasar en decibelios a una María Bayo antepuesta a ellos. Es decir, el cubículo escenográfico, situado en primer plano, dejaba la formación orquestal en la parte posterior del escenario y no en el foso. Con ello Azorín buscaba una dialéctica a medio camino del off-stage, muy proto-cinematográfica y de la que podría sustraerse una alusión de lo masculino ausente pero cuya incidencia envuelve y determina. Ello conllevó, claro está, que en determinadas localidades la recepción acústica no fuera la idónea.    

Fotografía: A. Bofill

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