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Crítica: Raquel Andueza y La Galanía presentan 'Yo soy la locura II'

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Autor: Mario Guada
31 de octubre de 2015

La soprano pamplonica y el conjunto instrumental, que comanda junto a Jesús Fernández, inauguran el Universo Barroco en la sala de cámara con un recital que presenta por primera vez su nuevo registro discográfico.

MÁS Y MÁS LOCURAS

Por Mario Guada

28-X-2015 | 19:30. Madrid, Auditorio Nacional de Música | Sala de cámara. Universo Barroco. Entradas 10, 15, 20 €uros. Yo soy la locura II. Obras de Henry de Bailly, Álvaro Torrente, Santiago de Murcia, Juan Hidalgo, Luis de Briceño, Lucas Ruiz de Ribayaz y anónimos. Raquel Andueza • La Galanía.

   Hace ya cinco años desde que Raquel Andueza y Jesús Fernández dieron uno de los pasos de mayor importancia en su carrera: crear la discográfica Anima e Corpo. El estreno en la misma se produjo con la edición de un álbum que vinieron a titular Yo soy la locura, una recolección de obras del XVII europeo sobre textos en español. Aquel disco, a pesar de que suponía un cierto riesgo, terminó por convertirse en un éxito extraordinario. Debo admitir que cuando Raquel y Jesús me comentaron en su día que su próximo proyecto discográfico sería una continuación de aquel, titulándolo –para evitar inequívocos– como Yo soy la locura II, me quedé un tanto pensativo, no porque el primer disco no me gustase –aunque sí admito que es quizá el que menos me gusta de su discografía–, sino porque uno siempre espera de ellos cosas novedosas y sorpresivas. Hoy, tras haber escuchado el disco, pero especialmente tras presenciar su puesta de largo en concierto –lo que aquí nos ocupa–, debo volver a alabar sin ambages la labor de unos artistas que están en la cúspide de los repertorios pretéritos en este país.

   El concierto presentó una a una las catorce obras que se han registrado en disco, las cuales continúan en la línea de aquel primer álbum: un ramillete de piezas extraídas de colecciones, manuscritos y fuentes extranjeras con una simple premisa, texto en castellano. El ambiente era el de las grandes noches. La sala de cámara llena a rebosar –con entradas agotadas en tan solo diez horas– presentaba un aspecto fascinante, con un público al que se intuía tremendamente expectante e interesado. Abrió el programa –como no podía ser de otra forma– Yo soy la locura, pieza compuesta por Henry du Bailly [¿-1637] y recogida por Gabriel Bataille en la colección Airs de différents auteurs, cinquisiéme livre de 1614. Una versión sin duda más imaginativa, ornamentada y ampulosa que a la que nos tenían acostumbrados, la cual quizá pierde en expresividad, pero gana en colorido y apasionamiento.

   Tras la apertura, siempre compleja y más en ocasiones en la que la carga de responsabilidad para el artista pesa más que en la mayoría de los casos, se fueron revelando las diferentes piezas con una interesante alternancia de aquellas más pausadas con otras de tono más animoso, diferentes a la manera en que se presentan en el disco, por necesidades escénicas y del directo. Algunos de los momentos álgidos se pudieron disfrutar en obras como Crédito es de mi decoro, extraída de la obra Pico y Canante compuesta en 1656 por Juan Hidalgo [1614-1685], hermoso lamento de carácter italianizante que se acompañó de manera magistral por el arpa de dos órdenes a solo. Si queréis que os enrame, recogida en Método mui facilissimo publicado por Luis de Briceño [c. 1610-c. 1630] en Paris en 1626, es una fantástica obra estrófica que se acelera en su segunda parte y que se adecúa en registro y carácter a la perfección a la voz de la soprano pamplonica. Ya no les pienso pedir, obra anónima del XVII sobre un exquisito texto de Calderón, incluido en su Andrómeda y Perseo, fue otro de los momentos más emocionantes y musicalmente excelsos.

   Los pasajes instrumentales fueron también de especial interés. Fantástico los Impossibles de Santiago de Murcia [1673-1739] con posteriores improvisaciones, así como las Marionas en combinación de las compuestas por Lucas Ruiz de Ribayaz [1626-1667] y Gaspar Sanz [1640-1710], grande dominadores del arpa de dos órdenes y la guitarra española en su época. Una de las mayores sorpresas del programa vino precisamente de la mano de lo puramente instrumental con el Pasacalle encontrado en un manuscrito actualmente albergado en la Real Academia Española que supone el manuscrito español con música para violín más antiguo de los que se han conservado, una pieza repleta de disonancias, cromatismos casi increíbles y una virtuosismo realmente fascinante.

   Capítulo aparte merecen las tres reconstrucciones contemporáneas realizadas por el musicólogo Álvaro Torrente [1963], tres creaciones sobres algunos de los «aires» más habituales en la España barroca: jácara, seguidilla y zarabanda. Torrente se ha servido de algunos de los patrones armónico-rítmicos más practicados en la época –tanto por los músicos callejeros como por los compositores de obras escénicas– para poner música a algunos textos de carácter pícaro y humorístico de la España del Siglo de Oro, dos de ellos anónimos [Seguidillas de la venta y Zarabanda del catálogo] y uno sobre texto de Francisco de Quevedo [Jácara de la trena]. Realmente hay que felicitar al autor por tan interesantes reconstrucciones, de lenguaje muy logrado, que combinan la creación e investigación a partes iguales.

   La interpretación de Raquel Andueza continúa con los estándares a los que nos tiene acostumbrados: una dicción absolutamente memorable, un facilidad para el cambio de registro que no deja de asombrar y una espectacular facilidad para la expresión. Sobre estos tres pilares la soprano sustentó un recital plagado de momentos inmensos, y que a pesar de que contó con algunos altibajos –el inicio fue complicado–, terminó por resultar deslumbrante. Y es que estos tres puntos resultan, no por habituales en su manera de cantar, menos destacables. Resulta tan trascedente en un cantante que su dicción sea clara y diáfana –y se encuentra tan poco entre los cantantes de todos los repertorios vocales de este país–, que no podemos menos que clasificar de absoluto tesoro su clarificadora manera de paladear lo que canta. No deja de sorprender que de la misma manera que se critica duramente a un instrumentista cuando su articulación es pastosa o se alaba cuando sus alardes en esta faceta son notorios, no suceda lo mismo con los cantantes. Parece que el dedicar una faceta muy amplia del canto a tratar con mimo el texto no es un terreno que todavía se valora en este país al nivel que debería.

   La Galanía es un ensemble conformado por instrumentistas que «sirven al nombre» de Andueza como un absoluto guante. Cuando un conjunto se fundamenta en el talento, pero también en una fantástica relación humana, lo que se crea es algo como esto. La simbiosis sin igual que podemos encontrar en estos intérpretes no deja de sorprender y no es tan habitual como pudiera parecer. El trabajo de fondo es obvio –más notable aquí por estar una reciente grabación detrás–, y la sincronización, el feedback y la naturalidad con las que todo fluye son realmente fascinantes. El resultado: una sinergia memorable que deja a la altura del betún a  esos artistas de gran talento que consideran que este es suficiente para mantener una interpretación de conjunto a la altura que se merece. Nada más lejos: el talento sin trabajo real no es capaz de mantener el estándar interpretativo al mayor nivel. Por eso este grupo de intérpretes se merecen todo el éxito que llevan años viviendo y todo el que les queda, a buen seguro, por vivir.

   Impresionante el trabajo de Alessandro Tampieri al violín barroco. Sus lecturas son todo pasión, pero con control. Es un intérprete realmente dotado en lo técnico, pero a la vez muy expresivo. Se amolda a las mil maravillas a la voz de Andueza y es un exquisito creador de ambientes. El apartado de la cuerda pulsada estuvo inmejorablemente representado por el arpa de dos órdenes de Manuel Vilas –sin duda el mejor representante del instrumento en este país–, la guitarra española de Pierre Pitzl –fascina su facilidad para la interpretación, una exquisita mixtura de naturalidad y técnica, demostrando su gran dominio del punteado y el rasgueado–, y la tiorba de Jesús Fernández –todo elegancia, sutileza, pero también gran sustento del conjunto desde la base armónica y un sonido extraordinariamente cuidado con una pulsación que consigue colores sorprendentes–. El complemento perfecto vino de la mano de David Mayoral, cuya presencia se ha incrementado en el presente recital respecto a la grabación –por razones evidentes–, pero que siempre sabe aportar el color, carácter y toque adecuado para cada pieza. Es sin duda uno de los mejores representantes de la percusión histórica del panorama actual.

   Sin duda un recital de primer orden que sigue posicionando a estos intérpretes entre lo mejor del panorama no solo ya nacional, sino a nivel mundial, porque encontrar un programa tan bien fundamentado, que suponga además una recuperación patrimonial en su práctica totalidad, no es algo que pueda admirarse todos los días. Es una verdadera lástima que el Centro Nacional de Difusión Musical –con todo lo bien que está haciendo otras muchas cosas– no haya visto adecuado dotar de una gira por algunas ciudades a este proyecto, sin duda uno de los más interesantes y esperados de la temporada.

Fotografía: Michal Novak.

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