Por Alejandro Martínez
24/01/2015 Niza: Ópera de Niza. Britten: Peter Grimes. John Graham Hall, Fabienne Jost, Vincent Le Texier y otros. Bruno Ferrandis, dir. musical. Marc Adam, dir. de escena.
Cuánto agrada de tanto en tanto comprobar que también en provincias, lejos del oropel de los grandes repartos y las producciones de derroche sin fin, es posible cuajar espectáculos de impecable factura, con un gran respeto por la obra original y capaces de generar emociones auténticas. Eso es lo que nos encontramos con este Peter Grimes de la Ópera de Niza, bajo la dirección escénica de Marc Adam, a su vez director artístico de dicho teatro. La suya es una producción limpia, de buena factura, sin alardes pero intachable en su realización, con una buena dirección de actores y detalles de buen oficio por doquier, partiendo como decíamos de un gran respeto por la obra, en una literalidad bien entendida. Es un Grimes más, si ustedes quieren, como los de toda la vida, con sus limitaciones pues, pero realizado de forma impecable de principio a fin. Por cierto, que siempre me ha parecido increíble que ésta sea la primera opera propiamente dicha de Britten, habida cuenta de su fuerza teatral y amén de la imaginación e intensidad que derrocha su música. Una ópera de semejante hondura, acabamiento, trascendencia y belleza sólo puede salir de las manos de un compositor genial.
La dirección musical corría a cargo de Bruno Ferrandis, una batuta con oficio, sin alardes, pero capaz de plasmar una concertación casi impecable, con tiempos claros y bien medidos, conduciendo la representación con tensión y sin forzar las costuras de una orquesta capaz pero limitada en su expresividad. Ferrandis supo extraer asimismo un estupendo trabajo por parte del coro, esmeradísimo en su desempeño.
El papel protagonista recaía en el tenor británico John Graham Hall, a quien ya habíamos visto interpretar a Gustav von Aschenbach en unas representaciones de Muerte en Venecia en la ENO y que será asimismo Moses en el próximo Moses und Aron del Teatro Real. La voz, de un atractivo tímbrico limitado, está ciertamente fatigada en el tercio agudo, pero el tenor es un cantante valiente, entregado y con tablas. Su Grimes, ciertamente atormentado y alterable pero un tanto más lírico, se acerca más si acaso a la creación original de Peter Pears o a la posterior de Philip Langridge que a la más mítica de John Vickers.
Fabienne Jost, una cantante poco mediática pero muy curtida en teatros europeos de todo pelaje y condición, plasmó una Ellen más madura y firme de lo acostumbrado y ciertamente convincente, con un timbre más propio de una Senta o de una Mariscala de Rosenkavalier. Del resto del reparto apenas cabe comentar el tosco aunque efectivo Balstrode del ya veterano Vincent Le Texier.
Fotos: Dominique Jaussein
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