Por Javier del Olivo
06/02/2015 Sevilla: Teatro de la Maestranza. Vincenzo Bellini: Norma. Daniella Schillaci, Sonia Ganassi, Sergio Escobar, Rubén Amoretti, Mireia Pintó, Vicenç Esteve Madrid. Corro de la A.A. del Teatro de la Maestranza, Íñigo Sampil, director. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Maurizio Benini, dir. musical. Alberto Fassini, dir. de escena.
En este comienzo de año hay dos “epidemias” que recorren los teatros de España. Por una parte, seguramente debido a las inclemencias del tiempo, con pocas semanas de diferencia, tres temporadas diferentes han sufrido la cancelación de alguno de los cantantes protagonistas. Si en Oviedo fue Stuart Skelton y en Bilbao se anuncia la de Barbara Frittoli, en Sevilla era Angela Meade la que tenía que renunciar a subirse al escenario del Maestranza para protagonizar Norma. Estas cancelaciones, que casi siempre son justificadas, dejan un poso de inquietud en el aficionado. Muchas veces una de las razones que mueve al público a acercarse al teatro no es ya el título representado sino el o la protagonista de la ópera. Cuando se anuncia una anulación siempre se piensa en quién sustituirá al enfermo y qué consecuencias tendrá en el resultado final del espectáculo. El resultado del cambio en Bilbao aún está por ver, ya que el estreno de Madama Butterfly será el próximo sábado 14 de febrero. De la sustitución de Oviedo ya se habló en esta revista y el que firma se guarda su opinión personal para sí. Sólo nos queda comentar el resultado de la Norma del pasado viernes 6 en Sevilla. Sí, Norma. Esa obra maestra de la que luego hablaremos pero que es la protagonista de la otra “epidemia española”. En dos meses, en cuatro teatros, incluyendo tres de ellos con temporadas estables, se representa la obra cumbre de Vincenzo Bellini. Algunos pensarán que esto es una bendición, y no voy a contradecirles, pero resulta por lo menos chocante esta coincidencia en el tiempo y el país. Sea para bien de los aficionados y las arcas de los teatros.
Volviendo a Sevilla, el Teatro de la Maestranza anunciaba hace un tiempo que Angela Meade no podía asumir por enfermedad el papel protagonista de Norma y sería sustituida por Daniela Schillaci. Esta soprano está desarrollando la mayor parte de su carrera en Italia y no se tenían muchas referencias por aquí sobre su capacidad para cumplir con garantías la sustitución de una artista consagrada como Meade. Y, afortunadamente, sí que lo ha hecho y el resultado final se puede calificar de muy satisfactorio.
No nos vamos a alargar en esta crónica sobre el argumento o la genialidad de esta obra básica del repertorio operístico que es Norma. Sólo volver a recalcar la maestría que demostró Bellini en la composición y génesis de la ópera apoyado en un excelente libreto de Felice Romani. El dibujo realizado por los dos de la protagonista es uno de los más logrados de la historia de la Ópera. Norma es un personaje contradictorio y por tanto muy humano, que se aleja de los arquetipos tan en boga en las composiciones de la primera mitad del XIX. Es la pieza clave de la ópera y toda la trama gira a su alrededor y la tiene como protagonista indiscutible. Grandes damas del teatro operístico han encarnado este personaje que es un regalo para mostrar la actriz que toda soprano debe llevar dentro. Mucho más complicado es cumplir con las rocosas exigencias vocales que el papel tiene, pero quien lo consigue tiene el rendido aplauso del público. Daniella Schillaci consiguió sortear estas tremendas dificultades vocales sin aparente dificultad. Demostró ya en la celebérrima Casta Diva sus cualidades y a lo largo de la representación se siguió apreciando la calidad y perfección de sus coloraturas, el gusto en el fraseo, el impecable legato y una admirable proyección que llenó completamente el teatro y, aunque alguno de sus agudos rozó el grito, siempre se mostró valiente y decidida. Su timbre no es la mejor de sus cualidades pero fue haciéndose más grato al oído según transcurría la obra. Destacó en todas sus intervenciones pero resaltaría el dúo con Adalgisa del segundo acto y la ya citada Casta Diva. Aunque al final de la obra se notaba algún signo de fatiga en su voz, acabó con sobresaliente el concertante final. Como actriz le faltó algo más de prestancia e interiorización del rol. Norma es una mujer dura y a la vez tierna, enamorada y engañada, vengativa pero al final compasiva y valiente. Y Schillaci no transmitió todos estos matices. Es como si le faltara madurar el personaje, conseguir como actriz la calidad que ha conseguido como cantante. Seguramente, con el tiempo, si consigue esa prestancia escénica, será una Norma de referencia.
Sonia Ganassi fue un lujo como Adalgisa. Es verdad que su voz no luce el esmalte y la brillantez de hace unos años y que tuvo algún problema puntual a la hora de atacar alguna frase, pero dio una lección de canto bien ligado, de intencionalidad en cada palabra, de acento perfecto. Dibujó un personaje sensible y tierno y lo hizo totalmente creíble para el público. Sin tener ninguna aria destacada en la obra, sus intervenciones en los dúos con Norma fueron antológicos y creó la tensión amorosa necesaria en su intervención del primer acto con Pollione. Pese a sus imperfecciones puntuales y el volumen menos restallante que el de sus compañeros, fue un verdadero placer oírla. Pollione es un personaje poco agradecido actoralmente. Aunque humano, su comportamiento con las dos sacerdotisas galas es bastante censurable. Sólo al final, con su inmolación junto a Norma, consigue esa nobleza que se le pedía desde el principio. Vocalmente tiene su piedra de toque en su aria de presentación Meco all’altar di Venere. El tenor Sergio Escobar nos escamoteó las notas agudas, que por tradición, acompañan esta aria, pero en el resto de intervenciones vimos a un cantante con unas cualidades indudables entre las que destacan su hermoso timbre, su excelsa proyección y potencia, y su buen fraseo y legato. Se nos antoja un papel el de Pollione poco adecuado para su voz que parece reclamar roles más dramáticos, pero salió muy bien parado de sus intervenciones con Adalgisa y Norma, destacando notablemente en el concertante final en el que, allí sí, oímos agudos bien ejecutados.
Simplemente cumplidor el Oroveso de Rubén Amoretti que tiene prestancia escénica pero que no lució vocalmente en sus intervenciones. Correcta Mireia Pintó como Clotilde y algo flojo Vicenç Esteve como Flavio. Excelente el coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza que dirige Íñigo Sampil. Muy bien conjuntado en todas sus intervenciones destacó en el aguerrido Guerra, guerra del segundo acto, donde no sucumbió al endiablado ritmo impuesto por el director.
Maurizio Benini es un consumado director que es invitado a los más destacados teatros del mundo. Conoce la partitura al dedillo y lo demostró desde las primeras notas de la obertura. Siempre atentísimo al escenario (destacaron sus precisas indicaciones al coro) dirigió con elegancia dejando fluir las “interminables” melodías bellinianas y acelerando el ritmo cuando lo exigía la partitura. Un gran director que fue secundado por una destacada y bien conjuntada Real Sinfónica de Sevilla. Siempre sonó con una calidad estimable pero destacaría sus prestaciones en la deliciosa introducción musical del segundo acto donde los violonchelos sonaron bellísimos. Esperemos que el cambio de dirección musical de la orquesta no repercuta en las excelentes prestaciones que siempre ha tenido esta orquesta en el foso cuando la dirigía Pedro Halffter.
Lo mejor que se puede decir de la producción, proveniente del Teatro Regio de Turín, y que firmaba en origen Alberto Fassini y en la reposición de Sevilla Vittorio Borrelli, es que no molestó. Se ciñó al libreto en todo momento, sin ninguna concesión a la modernidad ni al simbolismo. Los únicos elementos “modernos” de la escenografía, que firmaba William Orlandi, fueron unos paneles móviles con forma rocosas que nos iban introduciendo con sus cambios en las diversas situaciones escénicas. Pero tanto la escena de la invocación a la Luna del primer acto como los telones pintados que aparecían al fondo del escenario en muchos momentos de la representación tenían un regusto claro a kitsch. Tampoco se puede destacar los figurines que firmaba también Orlandi, podían ser perfectamente los del estreno milanés de la obra. Pero lo peor fue la dirección escénica que, sobre todo con el coro, careció de imaginación y teatralidad. Ésta vino, pero en pocas dosis, en las actuaciones individuales de los protagonistas, destacando la de Ganassi, seguramente más por ser la artista con más tablas sobre el escenario que por las indicaciones del director de escena. Sí que resultó impactante teatralmente la llamada a los galos a la guerra del segundo acto con unos golpes de gong impecablemente ejecutados por Daniella Schillaci.
En resumen, una velada a la que se iba con ciertos reparos, sobre todo por el cartel de protagonistas anunciado, y que al final resultó muy estimable y de la que el público salió satisfecho.
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