Por Alejandro Martínez
Viena. 29/06/2015. Festwochen (Theater an der Wien). Bartók: El castillo de Barbazul. Schumann: Geistervariationen. Gábor Bretz (Barbazul), Nora Gubisch (Judith). Elisabeth Leonskaja (piano). Gustav Mahler Jugendorchester. Dirección musical: Kent Nagano. Dirección de escena: Andrea Breth.
La presente edición de la Festwochen vienesa estrenaba un atractivo y atípico programa doble compuesto por El castillo de Barbazul de Bartok bajo la batuta de Kent Nagano y las Geistervariationen de Schumann en manos de la pianista Elisabeth Leonskaja, todo ello bajo dirección escénica de Andrea Breth. No casan demasiado, a priori, ambas obras, pero lo cierto es que el trabajo de Breth, sin duda lo mejor que le hemos visto, atina a establecer un vínculo interesante entre ambas partituras, partiendo de un hilo de gran fecundidad histórica, en torno a la relación entre la música y la locura. Cabe recordar que las Geistervariationen son la última obra para piano compuesta por Schumann, que tuvo un triste destino final en el hospital mental de Bonn-Endenich. El compositor vivió sus últimos días creyendo que estaba rodeado de espíritus que tocaban música para él y estas variaciones no serían sino la hipotética transcripción de esas revelaciones sonoras. Mientras las escribía, el 27 de febrero de 1854, Schumann se arrojó vestido a las heladas aguas del Rhin, de las que fue rescatado in extremis, en lo que se cree a todas luces que fue un intento de suicidio. La noche posterior al mismo, Schumann terminó de escribir las Geistervariationen y las envió a Clara Schumann, que le había dejado sólo la noche anterior, por prescripción médica.
Esta soledad postrera del viejo Schumann, amalgamada entonces la locura con un genio musical todavía no periclitado, es el hilo temático que vertebra la propuesta de Andrea Breth, que propone un trabajo más o menos clásico y atinado para El castillo de Barbazul, con la consabida sucesión de puertas, en un escenario giratorio, con una esmerada dirección de actores y con una serie de figurantes que encontramos después en la segunda parte de la representación. Una segunda parte que comienza con una larga performance, ciertamente irritante y provocadora en su duración (en España se hubiera silbado con toda seguridad a los diez minutos). Se trata de la recreación de un día cualquiera en una sala cualquiera de un sanatorio mental, con diversos internos dedicados a sus quehaceres, con sus correspondientes intervenciones de viva voz, disputas entre ellos, etc. Es como si tras cerrarse la representación de El castillo de Barbazul, con un protagonista abandonado a la soledad y ciertamente desquiciado, Breth quisiera dar paso a la vivencia de sus últimos días como interno, estableciendo un paralelismo remoto pero afortunado entre Barbazul y Schumann. Tras casi media hora de performance, de repente el sonido de un piano que no vemos interrumpe el inquietante silencio de la sala y asistimos a al interpretación de las Geistervariationen conforme la luz del escenario se atenúa progresivamente hasta quedar en una completa oscuridad. La interpretación musical de Leonskaja fue simplemente magistral, con una quietud interna que sobrecogía.
Por lo que hace a la versión musical de El castillo de Barbazul, Kent Nagano comandó con una intensidad sobresaliente a la Gustav Mahler Jugendorchester que sonó de lujo, absolutamente admirable habida cuenta de las joven media de edad de sus componentes. Una versión musical, verdaderamente, que nada tiene que envidiar a la que podría haber ofrecido allí mismo la Filarmónica de Viena. La pareja de voces compuesta por Gábor Bretz (Barbazul) y Nora Gubisch (Judith) nos dejó un sabor agridulce. Él es un actor estimable, dueño de un instrumento notable, pero su canto es a menudo rudo y poco contrastado. Ella en cambio es quizá una artista más completa, más magnética y redonda, pero con un material algo impersonal y anónimo.
Fotos: Festwochen / Bernd Uhlig
Compartir
Sólo los usuarios registrados pueden insertar comentarios. Identifíquese.