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Crítica: 'Nabucco' en el Liceo de Barcelona

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Autor: Alejandro Martínez
18 de octubre de 2015

DE VASOS MEDIO LLENOS Y PATRIAS IRREDENTAS

Por Alejandro Martínez

Barcelona. 17/10/2015. Gran Teatro del Liceo. Verdi: Nabucco. Ambrogio Maestri (Nabucco), Martina Serafin (Abigaille), Vitalij Kowaljow (Zaccaria), Roberto de Biasio (Ismaele), Marianna Pizzolato (Fenena) y otros. Dirección musical: Daniel Oren. Dirección de escena: Daniele Abbado.

   No hay nada como ir al teatro con bajas expectativas. Sobre el papel el Nabucco con el que el Liceo inauguraba su presente temporada lírica prometía más bien poco. No fue tampoco la de ayer una representación memorable, pero seguramente el rodaje de las funciones precedentes contribuyó a que todo tuviera un tono mucho más redondo de lo que cabía prever: el vaso medio lleno, pues, cuando antes de alzarse el telón preveíamos encontrarlo medio vacío. Expresivo hasta el histrionismo, el director israelí Daniel Oren propuso un Nabucco firme y entusiasta, con una dirección rica en dinámicas y contrastes que la orquesta, si bien más entonada que en recientes ocasiones, no siempre supo plasmar. De alguna manera todo este Nabucco se sostuvo gracias al vívido desempeño de su batuta. El coro del Liceo firmó una de sus mejores labores en los últimos tiempos, si bien el bis del “Va, pensiero” se antojó forzado y premeditado en exceso.

   La producción escénica de Daniele Abbado, que ya habíamos comentado al hilo del debut de Plácido Domingo como Nabucco en Londres, es un quiero y no puedo. Y es que tomarse en serio una actualización del drama histórico del pueblo hebreo exige hoy en día meterse en camisas de once varas y Abbado no demuestra ni capacidad ni valor para ello, limitándose las más de las veces a un trabajo superficial y complaciente hecho de gabardinas grises y unos monolitos que son un eco vago y remoto del impresionante monumento berlinés a las víctimas del Holocausto que se yergue a pocos pasos de la Puerta de Brandeburgo, si bien reducido aquí a una caricatura de si mismo. Amén de unas proyecciones banales, la propuesta la rematan una suerte de ridículos ninots vagamente inspirados en el mejor hace de La Fura y que hacen aquí de ídolos paganos. Si este es el Nabucco que quieren teatros de la talla del Liceo, el Covent Garden, la Scala o la Lyric Opera de Chicago, me temo que tenemos un problema.

   La soprano vienesa Martina Serafin fue una Abigaille más plausible de lo que cabía esperar tras su desempeño como Mariscala o Tosca en este mismo teatro en fechas recientes. Temperamental, muy creíble en su construcción del personaje, resuelve el rol alla Scotto, si bien sin el respaldo técnico de aquella. De hecho Serafin fuerza las costuras de su instrumento en varias ocasiones. No es el suyo por descontado un material de soprano dramática de agilidad, y hay una indudable tensión en su aproximación al canto di sbalzo que cuaja la escritura vocal del papel y en donde no por azar brillan hoy voces mucho más dotadas para estas lides, como Anna Pirozzi o Liudmyla Monastyrska.

   Ambrogio Maestri es un cantante honrado, de los de la vieja escuela, dueño de una voz baritonal grande, sonora y timbrada. Canta con toda el alma, con vívido acento, si bien la emisión como tal no siempre es limpia y ortodoxa. Su Nabucco convenció, aunque le encontramos falto de legato en el “Dio di Giuda” y fatigado al final del “Deh, perdona”. Aunque pulcro en líneas generales, el Zaccaria de Vitalij Kowaljow se antojó tibio de acentos y falto de empaque, con una voz que sonó por momentos capitidisminuida. Del resto del reparto cabe destacar a Marianna Pizzolato, que fue una cálida Fenena, de lirismo bien entonado. Menos nos gustó el Ismaele, entre envarado y aterido, de Roberto de Biasio

   En otro orden de cosas, nos vemos obligados a destacar, y no para bien, el desigual contenido del programa de mano en esta ocasión, cuajado de textos de dudosa valía, como la escueta y obsoleta reseña bibliográfica, en la que faltan no pocas referencias de cabecera sobre Nabucco. Lo mismo cabe decir del texto del agente Miguel Lerín, hablando de técnica vocal y las voces verdianas a calzón quitado, precisamente él que ha encumbrado y malogrado voces a partes iguales. Y curioso, por último, que se incluya en este programa de mano un texto sobre el rol de Abigaille firmado por Maria Guleghina, soprano todavía en activo y que sin embargo no actúa en estas funciones. Así las cosas, el acostumbrado e intachable trabajo de Teresa Lloret glosando el argumento de la ópera se sitúa por descontado a otro nivel, lo mismo que el atinado y habitual repaso por la historia del teatro firmado por Jaume Tribó.

   No podemos obviar tampoco el conflicto laboral, que vuelve a estar en la palestra y amenaza la normalidad de las próximas representaciones de Benvenuto Cellini. El comité de empresa informaba a los espectadores a la entrada del teatro acerca de su situación, argumentando que la dirección del teatro no ha cumplido con la palabra dada a la hora de negociar la devolución de las pagas adeudas, lo que al parecer se suma al despido acumulado de más de cien trabajadores, la rebaja de un 5% del salario, la no aplicación del IPC desde el año 2009, etc. Desde Codalario intentaremos recabar próximamente una información más contrastada escuchando a las dos partes implicadas.  

   Permítanme por último un comentario a pie de página. Si algo apuntala hoy el Nabucco de Verdi es un universalismo que no conoce ya razas, lenguas o patrias de rancia raigambre; todo ello es ya agua pasada que no mueve molinos, un argumentario propio del irredentismo decimonónico pero que en pleno siglo XXI no hace sino ir en contra de una corriente que renuncia a poner puertas al campo. Con Verdi no hay más patria que la música, por mucho que tirios y troyanos se empeñen cada día en demostrarnos lo contrario a fuerza de titulares cicateros. El Liceo ha atinado manteniendo estas representaciones al margen de cualquier connotación política; la tentación era evidente.

Fotos: A. Bofill

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