Por Alejandro Martínez
09/01/2015 La Coruña: Teatro Rosalía de Castro. Amigos de la Ópera de A Coruña. René Pape, barítono. Camillo Radicke, piano. Obras de Beethoven, Dvorak, Quilter y Mussorgsky.
No ha sido René Pape un liederista muy fecundo. De hecho se diría que sus acercamientos al género tienen algo de terapéutico para él, como buscando reposar el instrumento y templar la emisión tras un repertorio operístico ciertamente exigente, desde el rey Marke a Sarastro pasando por Felipe II y tantos otros roles con notable carga dramática y exigente escritura vocal. Con demasiada frecuencia se sostiene ese engaño según el cual el lied es un género menor; no ya menor por su seguimiento sino menor por su exigencia musical. Craso error, si repasamos con detalle las partituras, con una infinitud de detalles y demandas a las que debe hacer frente el intérprete.
Sea como fuere, René Pape (que cumpliera 50 años el pasado septiembre) llegaba al Teatro Rosalía de Castro en una de las citas más relevantes del ciclo de Grandes Cantantes organizado por los Amigos de la Ópera de A Coruña, por el que desfilarán también Natalie Dessay o Bryn Terfel. El aforo no respondió con gran derroche de público, a decir verdad, aunque eso no empece el acierto de esta asociación, con su director artístico César Wonenburger a la cabeza, y ahora embarcada en el establecimiento de una temporada lírica estable en la ciudad, con el respaldo del Ayuntamiento y sumando fuerzas con el otrora Festival Mozart y la Orquesta Sinfónica de Galicia. Ojalá otros muchos consistorios municipales españoles mostrasen tanto empeño y empuje a la hora de respaldar una temporada lírica estable.
Con el acompañamiento al piano de Camillo Radicke, Pape presentó un programa con un marcado acento espiritual, específicamente religioso si me apuran, desde los Gellert-Lieder de Beethoven a los Cantos y danzas de la muerte de Mussorgsky pasando muy especialmente por las Canciones bíblicas de Dvorak y deteniéndose brevemente en las Three Shakespeare Songs de Roger Quilter. Pape, que se mostró en plena forma y exultante de medios, ha poseído siempre un instrumento rotundo, homogéneo, ciertamente no muy extenso, pero indudablemente bien timbrado. Su canto es siempre teatral (de forma destacada en su Mussorgski, siniestro e inquietante) aunque la desenvoltura que muestra en escena, cantando ópera, estuvo sin duda menos presente en este caso, más pendiente de las partituras. Cabe destacar y elogiar su exquisita dicción en todas y cada uno de las lenguas presentadas en esta Liederabend, desde su alemán natal al ruso pasando por el inglés y el checo.
El programa escogido, aunque no tuviera nada en común con aquél, venía a ser de nuevo un periplo por esos God, Kings and Demons que protagonizasen su CD de 2008 bajo la batuta de Sebastian Weigle. Las canciones de Beethoven tienen un tono muy particular, propio y reconocible, y una escritura nada fácil de resolver, con la que Pape bregó de forma más que notable. Estas canciones apuntaban ya, no en vano, el hilo conductor de toda la velada, con ese Gott ist mein Lied que se escucha abriendo la quinta canción del ciclo, el “Gottes Macht une Vorsehung”. Las Biblical songs de Dvorak, compuestas en sus años en los Estados Unidos, son un ciclo a reivindicar, por la belleza de su escritura vocal y por la hondura de su dramatismo. Pape ofreció aquí, a nuestro entender, lo más elaborado, maduro y logrado de este concierto, familiarizado con ese tono de plegaria y salmo, solemne, conmovido y conmovedor, que Dvorak requiere de tanto en tanto en este ciclo y con una emisión de gran riqueza, llena de detalles e inflexiones.
Para las tres canciones de Quilter Pape expuso un tono a nuestro juicio demasiado extrovertido, un tanto rudo y envarado, enfático en exceso, diluyendo un tanto la original poesía de Shakespeare que anida en los textos. Por otro lado, como ya indicásemos, su Mussorgsky fue un perfecto colofón a la velada, no sólo por su contrastada lectura en un plano vocal, sino asimismo por la comunicación que asentó asimismo con su mirada y su gesto, verdaderamente siniestro. Aplaudido sin reservas por el público asistente, Pape ofreció tres propinas, comenzando por el Zueignung de Strauss, siguiendo con el Kinderwacht (Wenn fromme Kindlein schlafen gehn) de Schumann y terminando con L´ultima canzone de Tosti, valiente Pape aquí pero ajena la pieza por completo a sus medios y a su estilo. Durante todo el concierto el acompañamiento al piano del citado Camillo Radicke sólo tuvo virtudes, en un diálogo atento, preciso, detallista y sensible con Pape.
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