La Real Cámara estrena un exquisito programa dedicado a los efímeros compositores franceses que compusieron en la corte de Felipe V, con música de tres maestros que nos dejaron algunas joyas inéditas hasta el momento, que el conjunto español interpretó con solvencia aunque con algunos desajustes propios del estreno.
Por Mario Guada
22-IV-2015 | 20:30. León, Auditorio Ciudad de León. XI Ciclo de Músicas Históricas. Entrada 10 €uros. Música francoespañola en la corte de Felipe V [1701-1705]. Obras de Jean-Baptiste Volumier, Henry Desmarest y Charles Desmazures. La Real Cámara | Emilio Moreno.
El desarrollo de la música a lo largo de la historia está ligado, de manera indisoluble, al surgimiento de las monarquías, los reinados y la vida en la corte. En algunos casos, como las dinastías de los Habsburgo o los Borbones, la plétora de compositores que encontramos al servicio de los diversos cabezas de estado que en la historia fueron es realmente asombrosa, pues muchos de los grandes compositores del Renacimiento y Barroco pasaron por sus cortes.
Así, a través del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM], que sigue empeñado en dar cabida en los escenarios al patrimonio musical español –una «perogrullada», si se me permite la expresión, pero que realmente hasta la creación de esta institución no había tenido ni la centésima parte de la atención prestada en la actualidad–, se nos presentó este singular programa, titulado como Música francoespañola en la corte de Felipe V [1701-1705], en el que tres compositores, de esos que pocos conocen, desfilaron por el escenario del auditorio leonés –que sigue agonizando en cuanto al público asistente, como vaticinábamos en la primera de las críticas dedicadas al presente ciclo–. Las piezas presentadas en este programa son, como decimos, novedad absoluta y suponen –hasta donde se sabe, pues este es siempre un asunto problemático– «estreno en tiempos modernos». Se trata de música relacionada de manera directa con las nupcias entre Felipe V y María Luisa Gabriela de Saboya, que tuvieron lugar el 2 de noviembre de 1701 en la localidad de Figueres. Felipe V, que recordemos había nacido en Versailles y era nieto de Louis XIV, llegaba a España tras vivir toda su niñez y adolescencia en su país natal, por lo que las costumbres francesas estaban muy arraigadas en él. No es de extrañar, pues, que su llegada a España supusiera una apertura hacia la música francesa, trayéndose consigo a algunos compositores e intérpretes.
Se abrió el programa con música de Jean-Baptiste Volumier [c. 1670-1728], compositor flamenco, que aunque nacido en España, recibió su formación en Francia y que posteriormente fue violinista en la capilla de la corte del Elector de Brandenburg en Berlin. Se interpretó una suite de piezas sobre la Proserpine de Jean-Baptiste Lully –hallazgo del propio Moreno–, que parece datar de 1705. Algunas de las danzas no aparecen en manuscrito original de la ópera conservado en la Bibliothèque nationale de France, por lo que parece plausible considerar que puedan ser añadidos del propio Voluminer. Se trata de una suite característicamente francesa, con su Ouverture tripartita –lento, con la típica figuración francesa, seguida de un movimiento rápido, con escritura fugada, para terminar con un nuevo lento el cual puede hacer alusión al primero–, seguida de danzas de diverso carácter y colorido, que corresponde a una escritura cercana a la francesa [violín, viola I/II y bajo] –si bien la francesa consta de cinco partes independientes–. Música interesante, sobre todo porque se basa en algunos fragmentos de una de las grandes óperas del que fue el gran maestro francés del XVII, pero que no mostró la calidad de los autores posteriores.
La segunda de las obras pertenece a Henry Desmarest [1661-1741], compositor de mayor calado y autor de obras de un calibre considerable, especialmente en el terreno sacro, así como en la escena. Compositor de azarosa vida, llega a España casi por casualidad, tras haber sido desterrado de Francia por casarse con una joven de 19 sin permio paterno y por haber servido de negro para algunos compositores falsos o de escaso talento. Su Divertiment para la boda de Felipe V y María Gabriela de Saboya es en realidad otra suite de danzas de tipo francés. Un total de nueve números, de notable calidad en su escritura, que termina con un fabuloso Passacaille típicamente francés. La versión aquí rescatada se corresponde a una reconstrucción de la representación de la misma en Barcelona, el año de 1701 y en ella se observa ya una curiosa adaptación a la escritura de la capilla española, en la línea de la italiana, con la cuerda a cuatro partes [violín I/II, viola y bajo].
La segunda parte del concierto se dedicó de manera íntegra a Charles Desmazures [1669-1736], compositor galo que desempeñó gran parte de su carrera como organista en la catedral de Marseille, ciudad en la que parece se produce el primer encuentro entre este y la futura reina María Luisa. En 1701/02 Desmazures compone una serie de siete suites bajo el título de Pièces de Symphonie à Quatre Parties dédiées a la Reine d’Espagne, de la cual se interpretó aquí la sexta, en ocho movimientos, con una escritura orquestal a cuatro y que comienza con una fantástica Ouvertue y concluye con una Pasacaille de interesante escritura. La última de las piezas del concierto correspondió a la reconstrucción de la representación en Barcelona, en 1701, del arreglo de Desmarest sobre el ballet L’Amour Malade –original de Lully, Paris, 1651–, que se adapta a la escritura orquestal, de nuevo, de las capillas españolas, y que tiene algunos números de interesante colorido y carácter, como Le Carillon, Les Échos o la preciosa Chaconne final.
Un programa realmente fascinante, que La Real Cámara y su director, y primer violín, Emilio Moreno, se encargaron de traer hasta este 2015. Fantástico y digno de felicitación el trabajo de recuperación, edición y reconstrucción de las piezas por parte del propio Moreno, que sin duda supone todo un regalo para los oídos del público español. Como él mismo destacaba, se trata de música muy efímera, pues apenas se mantuvo la moda de la música francesa en la corte española tres años, hasta que se produce el primer viaje a Italia del Borbón, donde queda prendado del estilo italiano, despidiendo a sus músicos franceses de manera inmediata a su regreso a España, para traer a la corte a los italianos.
La interpretación del conjunto español, formada para la ocasión por ocho instrumentistas, fue notoria, especialmente al conseguir el delicado, elegante y muy característico sonido afrancesado que esta música necesita y que no es tan fácil de conseguir, especialmente por la densidad que requiere y por las ornamentaciones específicas que solicita. El arco, además, tiene una manera particular de cogerse en la Francia del momento directamente desde las cerdas –al contrario de la italiana, por ejemplo, que lo hace en la vara–, lo que configura de manera importante la escritura y la sonoridad de los instrumentos de cuerda en el país galo. Se hubiera agradecido una formación más contundente en cuanto al número de intérpretes, puesto que adoleció, especialmente en los movimientos de mayor hondura, de un sonido algo raquítico. Sin embargo, al contar con un instrumentista por parte el equilibrio y la inteligibilidad de líneas se vieron favorecidas. Hubiera sido de agradecer una pulcritud mayor en la afinación, especialmente en el violín barroco de Moreno, cuya pasión le hizo desmerecer un tanto en esta faceta. Bien por lo demás Antonio Almela en la parte del violín II, y especialmente brillantes en sus partes las violas barrocas de Antonio Clares y Lola Fernández; que sonido tan preciso, presente y cuidado el suyo. La parte del bajo en la cuerda frotada quedó a merced de Mercedes Ruiz, extraordinaria en el cello barroco, que siempre sabe imprimir el carácter y sonido justo en cada momento; y de Vega Montero, de contundente sonido en su violone, muy bien avenida con el cello de Ruiz. El resto del continuo recayó sobre el clave de Eduard Martínez, que supo sabiamente sostener todo el conjunto sobre sí, peleando para evitar los pequeños desajustes rítmicos que se produjeron especialmente al comienzo del concierto; además de la cuerda pulsada de Pablo Zapico, aportando el color apropiado y el carácter preciso tanto en la guitarra barroca –precisos rasgueos para las piezas más alegres y rítmicas– como en la tiorba –gravedad y expresividad en las piezas más solemnes–.
Un concierto de estreno del que nos debemos congratular poderosamente, especialmente porque aunque muy francés, es también patrimonio español, y de notable calidad. Para los apasionados de la música gala del XVII esta fue una maravillosa oportunidad de escuchar algunas obras que puede no se vuelvan a volver a escuchar en años, al menos en este país en el que todavía queda tanto por hacer en cuanto al rescate de nuestro patrimonio cultural y artístico.
Fotografía: Mónica Hernández
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