Por Monterrat Ferrer
28/1/2015. AUDITORIO NACIONAL/ FILARMÓNICA SOCIEDAD DE CONCIERTOS/ PHILHARMONIA ORCHESTRA INTERPRETA OBRAS DE L.V.BEETHOVEN Y F.CHOPIN / DIRECTOR: CLEMENS SCHULDT / PIANO: DANIIL TRIFONOV.
En el número 3 de su tercera temporada, La Filarmónica. Sociedad de Conciertos, ofreció un repertorio romántico donde los haya. Clemens Schuldt, en su debut con la Philharmonia Orchestra, eligió como aperitivo la Obertura Coriolano en do menor, op.62 de Ludwig van Beethoven. Caracterizado por su energía y dinamismo, el joven director de orquesta alemán, dirigió la obra marcando los golpes de los contratiempos con nerviosismo y tensión. Desde un principio supo transmitir lo que la música representaba, abriendo camino entre dos temas que, contrastados entre sí -uno muy dramático y otro mucho más lírico-, nos situaron en la música escénica de forma directa. El primer tema, que recuerda el ataque con el que el protagonista Coriolano decide invadir Roma, tiene un carácter masculino, oscuro y siniestro. En contraposición, el segundo nos lleva al momento en que se encuentra ante el ruego de su madre para que no ejecute el ataque. En su interpretación, Schuldt pretendió ser gráfico, esbozando la música desde su batuta con delicadeza y mucho dominio tanto en los momentos más sentidos como en los enérgicos fortes, que en esta obra se presentan en bloque armónico. Inmersos en el siglo XIX, y dando por concluida la obertura, se dio paso al segundo protagonista de la velada.
El pianista Daniil Trifonov, que había interpretado meses atrás, con la Filarmónica de Londres, el Concierto para piano núm. 2 en fa menor, op.21 de Fréderic Chopin, llegaba a Madrid avalado por una trayectoria que pocos pueden gozar a tan temprana edad. El dominio demostrado por Trifonov a la hora de interpretar este concierto fue muy preciso, tanto en los detalles técnicos como en las sutilezas que demostró en algunos pasajes. Da la impresión de que para este pianista este tipo de repertorio no supone (o eso al menos nos pareció) ningún esfuerzo. Abordó el primer movimiento con carácter y decisión. El rubato del final de las frases estuvo en consonancia con el canon que se conoce para este tipo de repertorio, así como los delicados finales, nada fáciles de interpretar, teniendo en cuenta los pianissimi de los que se haya repleta la obra. Más cómodo aún se le notó en el segundo movimiento, que supo llevar con una sutileza que provocó en los oyentes un estado próximo a una ensoñación que se prolongó hasta el final. En el tercer movimiento se mostró ágil y desenvuelto, demostrando en todo momento un gran virtuosismo. A pesar de sus 23 años, motivo por el cual algunos podrían atribuirle ciertos elementos de poca madurez, este pianista ruso ha encauzado una carrera interpretativa en la que hasta ahora ha colaborado con las más grandes orquestas del mundo, interpretando el gran repertorio de Tchaikovsky y Chopin entre otros, lo cual, además de prestigio, le ha proporcionado un caché que pocos concertistas de su edad tienen a día de hoy.
Para la segunda parte, la orquesta londinense escogió la Sinfonía núm. 3 en mi bemol mayor, op.55, denominada popularmente como “Heroica”. Las sinfonías bethovenianas son complicadas de abordar por ser obras muy conocidas del público, pero después de escuchar la interpretación de la Philarmonia Orchestra no nos queda duda de la muy buena lectura realizada. El singular carácter agitado que tiene la obra se pudo percibir desde los primeros acordes del primer movimiento.
El Scherzo nervioso y enérgico, supo filtrar el sentimiento anterior para transformarlo en algo brillante que los músicos disfrutaron abiertamente. A destacar la calidad interpretativa de los metales. Ante la falta de educación del público, que siempre rompió el clima entre movimiento y movimiento, el director y el concertino (tomándoselo a modo de broma,) determinaron aunar el Scherzo con el allegro molto con el cual acaba la obra, para no perder la concentración y el ambiente creado.
Sin estar presente en el programa, pudimos disfrutar del Vals triste de Jean Sibelius, una pieza que vino como caída del cielo para cerrar la velada. La composición del músico finés nos dejó abstraídos, en un estado de nirvana que solo logró romper el aplauso generoso del público.
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