Por Gonzalo Lahoz.
Madrid. 13 y 14/03/15. Teatro de la Zarzuela. Jacques Offenbach: La gran duquesa de Gérolstein. Nicola Beller Carbone / Susana Cordón (La gran duquesa). Andeka Gorrotxategi / José Luis Sola (Fritz). Elena de la Merced / Elena Sancho (Wanda). César San Martín / Gerardo Bullón (Bum). Manuel de Diego (Puck). Gustavo Peña (Príncipe Pol). Francisco Crespo (Grog), entre otros. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. Dirección musical: Cristóbal Soler. Dirección de escena y escenografía: Pier Luigi Pizzi.
La vida en Gérolstein, donde Offenbach hizo musicar su particular crítica a la beligerante Francia de mediados del XIX, se dibuja en el Teatro de la Zarzuela más allá del technicolor, en una monocromía azul playero en el que se desubica la humanidad, la valentía y el humor del joven granadero Fritz, sin paralelismos posibles ya con su contemporáneo literario Svejk.
Habiendo ya destrozado la Carmen de Bizet hace un par de meses al traducirla al castellano, guarda mayor lógica el hacerlo ahora con La Grande-Duchesse de Gérolstein, siendo una opereta con cantidad de texto hablado y numerosos gags humorísticos que requieren del entendimiento inmediato por parte del espectador para hacerlos efectivos. La cosa es que lo hemos vuelto a hacer mal. Si el momento más conocido de toda la partitura Ah! Que j'aime les militaires lo traducimos como Qué vivan los militares, pues como que se nos está escapando el concepto básico... y si para buscar este significado hacemos que la Gran duquesa se refriegue en cómicos aspavientos con los militares, entonces ya es que nos estamos liando entre la traducción y la dirección escénica. Tampoco es que haya que ponerse trascendentales con la música de Offenbach, que es tan ligera como sencilla, aquí hemos venido a reirnos y nos reímos, pero al menos una mayor lógica y coherencia en las traducciones y el uso de estas (numerosas diferencias con los sobretítulos, expresiones reiteradas como “caspitina” para traducir la coletilla de Fritz, o la tendencia constante al dequeísmo) eliminarían sensaciones enfrentadas entre lo que se está escuchando y lo que uno puede leer en la partitura o el libreto original.
Sobre el escenario una estética noventera, algo o bastante acartonada ya, donde la única puesta al día es el nombre de los soldados llamados a formar: Wunderlich (Fritz), Björling (Jussi) y ahora sí, Kaufmann (Jonas), muy del gusto del italiano Pier Luigi Pizzi en una apuesta no minimalista, sí austera en elementos escénicos, con pasarela alrededor del foso que no aportó nada nuevo en su primera noche allá por 1996 (de planteamiento muy similar por ejemplo Il viaggio a Reims rossiniano y ochentero del recientemente desaparecido Luca Ronconi, habitual colaborador de Pizzi) y que mucho menos lo hace ahora, todo en una predominante tonalidad azul, sin cambios relevantes durante los tres actos, presidiendo cada escena tres carpas de campaña de trazo a lo Uderzo y de gran parecido a las casetas de baño de la playa de La Concha, todo ello unido a una iluminación correcta y un vestuario pobre, tan kitsch como soso para las féminas (a excepción de la Condesa) y bien traída para los militares.
En la dirección de escena, también de Pizzi y como todos los demás elementos supervisada ahora por Massimo Gasparon, resultó cuidada, permitiendo algo de sana improvisación en la comedia a los cantantes en un trabajo con el control del histrionismo que en ocasiones se vio claramente desbordado y además de que ciertas escenas, en su concepción global, estuvieran remachadas con trazo grueso, como todo el primer cuadro del último acto.
No es la mejor puesta en escena pero, ¿hubiésemos preferido acaso una nueva producción de un Offenbach en una temporada de zarzuela en la que sólo se cuenta con una zarzuela escenificada? Definitivamente, no. El debate y la solución hubiese pasado por otros derroteros pero, ya metidos en esta programación, mejor que sea así.
Que, como decía anteriormente, la música de Offenbach sea ligera, cómica y recaiga en el uso de las mismas fórmulas a través de estructuras musicales que se repiten escena tras escena, no debería ser motivo para establecernos en el estruendo en que por desgracia Cristóbal Soler y la Orquesta de la Comunidad de Madrid nos tienen acostumbrados. Querer recordar aquí a un Plasson o un Minkowski es casi absurdo. En cualquier caso, una pena que algunos sigan aplicando la fórmula “cómico + ritmo marcado = chunta-chunta” Y esta partitura, como es lógico, está plagada de comicidad y marchas, así que deduzcan ustedes mismos el silogismo.
Entre los cantantes, dos repartos muy similares que harán disfrutar al mismo nivel. En las dos grandes duquesas, destacan sendas construcciones del personaje por parte de Nicola Beller Carbone como duquesa “señorona” y picarona, en la línea de grandes damas que se han hecho cargo del rol como Felicity Lott, y la más presumida y caprichosa protagonista de Susana Cordón. Correcto y adecuado el Fritz de José Luis Sola, al que adelanta Andeka Gorrotxategi (ambos de canto no del todo liberado) por comicidad y trabajo del detalle en el mismo personaje. Con él podemos recordar, ahora así, al valeroso soldado Svejk de Hasek como “inocente” crítica al panorama bélico desde su sutil impertinencia y comicidad. Para comicidad la de Gustavo Peña como el Príncipe Pol, en las antípodas de su Don Luis de Vargas en la Pepita Jiménez de los Teatros del Canal hace dos años, y de misma saneada proyección en una parte no tan exigente en la línea de canto, demostrando así su gran capacidad actoral. Algunos podrían decir que excedido y algo desmedido, pero estamos en una puesta totalmente kitsch y noventera... y ¿hay acaso algo más desmedido que los noventa?
Dos Wandas con vibrato marcado, más comedido el de Elena Sancho, quien estuvo francamente bien en su cometido, y algo más tremolante Elena de la Merced, quien defendió la breve coloratura del papel. Como General Bum tanto César San Martín como Gerardo Bullón les dejarán buen recuerdo en el oído. El primero con mayor gracia natural, el segundo con mayor derroche vocal. Dos buenas voces con las que en ocasiones no se cuenta para dar vida al rol.
Si a ustedes les gusta reír, acérquense al Teatro de la Zarzuela. Si a ustedes no les gusta reír... pues mediten un poco el por qué... y vayan también a la Zarzuela, que lo mismo se les pega algo.
Compartir
Aviso: el comentario no será publicado hasta que no sea validado.