Por Hugo Cachero
Madrid. 24/10/2015. Centro Cultural Conde Duque: Boccherini: Quinteto de cuerda op.30 nº1 (G319). Quinteto de cuerda op.30 nº3 (G321). Stabat Mater op.61 (G532). Camerata Boccherini (Massimo Spadano, director) y Gemma Bertagnolli (soprano).
Escuchar la obra de Luigi Boccherini en cualquier ocasión que se presente debería elevarse a la categoría de imperativo estético musical, no solamente por su propia calidad y la vinculación de este compositor con nuestro país, sino porque por desgracia estas ocasiones aún no son todo lo frecuentes que deberían. Es por ello que ya es de agradecer el mero hecho de que instituciones no dedicadas de manera específica a la Música Clásica como es el Centro Cultural Conde Duque del Ayuntamiento de Madrid acojan en su programación iniciativas como el Ciclo Boccherini que, en cuatro conciertos, se ofreció entre los días 20 y 24 de octubre. Con referencia al último de ellos, el que nos ocupa, recayó la responsabilidad del mismo en la Camerata Boccherini a cuyo frente se encuentra el violinista Massimo Spadano, cuya afinidad con el compositor italo-español es superfluo recalcar considerando el propio nombre de la formación.
Para la ocasión, entre la excepcional obra camerística de Boccherini, el programa incluyó en su inicio dos de los quintetos para cuerda (2 violines, viola, cello y contrabajo) del Opus 30, cuyo número 6 es el celebérrimo “La Musica Notturna delle strade di Madrid”, en concreto los número 1 y 3. La interpretación del primero resultó discontinua en ocasiones, no lográndose captar y trasmitir plenamente el tono justo de la composición (en mi opinión se echó en falta un desarrollo más cantabile), y tal vez por ello destacó por exceso el hacer del primer violin, aunque cierto es que tiene en este, como en el siguiente, el mayor protagonismo de todos los instrumentos. Mucho más redonda le segunda pieza, donde sí se alcanzó el punto justo de equilibrio, con contraste y enfasis adecuado, así en los tutti tempestuosos del cuarto movimiento o la sutil transparencia del segundo movimiento y sus delicados pizzicati; ejemplar la acumulación y relajación de tensión en el tercer movimiento, perfectamente graduada. En general, una interpretación muy correcta pero algo impersonal.
La pieza más destacable de la tarde sin duda la constituía el Stabat Mater op.61, una auténtica delicia que cabe situar por propio derecho entre las numerosas grandes composiciones que este texto ha proporcionado (a la cabeza de las cuales no podemos situar otra que la “quintaesencial” de Giovanni Battista Pergolesi); la propia naturaleza del mismo, el dramatismo que encierra pero que no descarta contrastes emocionales traducibles a musica de carácter igualmente contrastante no podía dejar de aprovecharla Boccherini para componer una versión que destaca sobre todo por el tratamiento excepcional de la línea vocal, preñada de sutilezas y trampas –en lo que tiene que ver sobre todo con algunas secciones desarrolladas inmisericordemente en tesituras bajas para la cuerda de soprano- que tiene como consecuencia una obra que es una joya de variedad y belleza. Es por ello que no resulta nada fácil de traducir por la cantante si se quiere hacerle verdadera justicia, que nos tememos es lo que ocurrió con Gemma Bertagnolli (que sustituía a la inicialmente prevista María José Moreno) en esta ocasión. Nada que objetar desde luego a sus intenciones interpretativas, emocionalmente muy implicada con el texto, pero los medios vocales sí resultaron en exceso alejados de las necesidades que apuntábamos. Por encima de todo, una evidente irregularidad en la voz, manifestada en particular en una zona grave que al verse forzada perdía totalmente la colocación de una forma que solamente puede desmentir una técnica correcta; el inicio en las frases "Stabat Mater dolorosa / Iuxta crucem lacrimosa" resultó obvio, pero aún más comparado con la sección siguiente, "Cuius animam gementem", de tesitura más aguda. Falta de corrección técnica que es de suponer se esconde igualmente detrás de algunas fijezas en el sonido y que la voz sonase por momentos excesivamente áspera. En cuanto a los fragmentos con coloratura, nunca excesivamente exigente, fueron resueltos de forma más o menos correcta ("Quae maerebat et dolebat"). Sin duda lo mejor de su actuación se produjo en las frases "Sancta mater, istud agas / Crucifixi fige plagas / Cordi meo valide", donde las largas frases centrales jugaban más a su favor y resultó comunicativa sin necesidad de recurrir a una efatización fuera de lugar. Así las cosas, una interpretación poco memorable que casi impulsó a prestar mayor atención a la labor de los instrumentistas durante la obra, muy destacables en el hermoso acompañamiento de construcción casi arcádica del "Virgo virginum praeclara", tan diferente de la energía y fuerza que supieron transmitir en "Tui nati vulnerati".
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