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Crítica: 'Il Trovatore' en la Bayerische Staatsoper de Múnich

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Autor: Alejandro Martínez
11 de febrero de 2015

AH, LEONORA!

Por Alejandro Martínez

Múnich: Bayerische Staatsoper. Verdi: Il Trovatore. Yonghoon Lee, Anja Harteros, Anna Smirnova, Vitaliy Bilyy, Goran Juric, Golda Schultz, Francesco Petrozzi. Paolo Carignani, dir. musical. Olivier Py, dir. de escena.

   Próximo ya su debut como Aida, el día 27 de febrero en Roma, en una única representación en concierto junto a Pappano y Kaufmann, Anja Harteros volvía a encarnar a la Leonora de Il trovatore en Múnich hace unos días, en la producción de Olivier Py estrenada hace un par de años en la Bayerische Staatsoper. Harteros ofreció un verdadero recital de canto magnético, vaporoso y elegíaco, francamente encantador. Con un material bellamente timbrado, oscuro pero luminoso, denso pero ágil y dúctil, se plegó casi a placer a la expresividad suspendida y eterea que Verdi escribiera en la partitura de esta Leonora. Tal era la pureza, tanta era la tersura del sonido resultante que por momentos se diría que si estuviese cantando Bellini, puro belcanto. Con un gesto estoico pero intenso, vivido, se nos antojó muy meritoria su entrega a la producción de Olivier Py, que dispone que Leonora sea ciega, lo que implica por supuesto una gesticulación, lo mismo corporal que facial, muy particular y por cierto muy lograda en el caso de Harteros, quien por cierto carta la parte de Leonora íntegra, con las escenas completas, con su cabalatta, con las repeticiones prescritas, etc. Su interpretación reunión así, sumando la faceta vocal y la faceta actoral, un magnetismo inimitable. Imposible olvidar esa forma de suspender el tiempo, como si todo lo demás pasase a un segundo plano, al entonar el “D´amor sull´ali”. Memorable, moviéndose a placer por la tesitura, modulando su voz como en un lento oleaje, transida pero nunca sobreactuada. Vaporosa, elegíaca e imperial, su Leonora fue un dechado de virtudes, con una capacidad consumada para suspender, sostener y regular el sonido, abundando en una sensación casi mística con su canto.

   Conviene recordar lo que atesora Harteros a sus espaldas, en estos últimos quince años, desde que eclosionase en aquel certamen lírico de Cardiff en 1999. Tras sus primeras y exitosas incursiones con Mozart y el repertorio barroco, Haendel sobre todo, Harteros brilla ahora mismo con un ramillete verdaderamente exigente de papeles de primer orden, amén de esta Leonora de Il trovatore que nos ocpua. Nos referimos a su Desdemona (Otello), a su Elisabetta (Don Carlo), a su otra Leonora (La Forza del Destino), a su Maria/Amelia (Simon Boccanegra), a su Traviata, a su Arabella, a su Mariscala (Der Rosenkavalier), a su Ariadne (Ariadne auf Naxos) a su Elisabeth (Tannhäuser), a su Elsa (Lohengrin) y a su Tosca. A toda estas, como decíamos, va a sumar de inmediato la parte de Aida y se rumorea que podría debutar también con la Amelia de Un ballo in maschera el próximo año en Múnich. No tardará en llegar su Sieglinde, incluso podría plantearse una Isolda en concierto en condiciones ideales. Su material es asimismo idóneo para algunas partes del verismo, como la Maddalena de Andrea Chénier. Harteros se ha labrado pues un hueco personal y único dentro del panorama actual, sin el brillo comercial de una Netrebko, por citar el caso paradigmático, pero con sobradas credenciales para ser tenida hoy en consideración como una de las tres o cuatro primeras sopranos del panorama mundial.

   El tenor coreano Yonghoon Lee, aquí como Manrico, no es desde luego un fino estilista. A decir verdad, su canto vive apenas de cuatro notas bien timbradas y con squillo arriba, junto a esporádicos aciertos y detalles en el acento. Un poco al estilo de Bonisolli, alterna una de cal y otra de arena, ora detalles de buen gusto, ora excesos de un mal entendido corte verista. La colocación es un tanto sui generis, enfocada toda ella a producir un sonido estallante en el agudo, pero con un centro engolado y con constantes cambios de color. Tras un “Ah si ben mio” ciertamente bien ligado, interpretó la Pira sin repetición, enfocado todo su hacer a brindar un Do sonoro y sostenido casi a placer. Su Manrico, ciertamente tosco, queda así a años luz del que aquí mismo en Múnich firmase Jonas Kaufmann, que estrenó esta producción de Py en el verano de 2013 y que participó en su reposición la temporada pasada junto a la estupenda Leonora de Krassimira Stoyanova.

   Anna Smirnova, a la que recientemente se escuchase en Bilbao como Odabella, es una mezzo-soprano de voz poderosa, extensa, timbradísima y homogénea. Aunque un tanto envarada como intérprete, con un canto de intensidades poco elaboradas, compuso una Azucena muy acorde a lo dispuesto por la producción de Py, amén de vocalmente consistente.

   Vitaliy Bilyy es un barítono ucraniano de material bien timbrado, de resonancias típicamente eslavas, aunque poco imaginativo como intérprete. Su interpretación fue un constante ir y venir de pequeños detalles e inflexiones que parecían anunciar algo más, sosteniendo la esperanza en que su Conde de Luna no volviese a plegarse, como así sucedió, al retrato rudo y uniforme que tantos barítonos acostumbran a ofrecer de este papel.

   Empezó bien el bajo Goran Jurić como Ferrando en su escena inicial, aunque su buen hacer se fue diluyendo conforme avanzaba la representación, cada vez más rudo y emborronado. Buen hacer de los habituales de la casa (Dean Power, Golda Schultz, Matthew Grills y Leonard Bernad) en los papeles más pequeños del reparto.

   La producción de Olivier Py, estrenada en julio de 2013, con escenografía y vestuario de su habitual colaborador, Pierre-André Weitz, se antoja francamente extravagante, con sus esporádicos acentos de interés y sus no pocos excesos.No es menos cierto que el libreto original es ya de por sí francamente insostenible, sobre el que se impone por cierto una música genial e inspiradísima. Py busca una originalidad no siempre bien entendida, pegado en muchas ocasiones a la literalidad del libreto y forzando con ello no poco las costuras. Hay asimismo una cierta mofa sobre el libreto original, no con afán ridiculizante, sino como un ejercicio bien entendido de distanciamiento y crítica. Lo más atractivo de su propuesta es todo su código estético, de indudable fuerza, atractivo y sugerente, expuesto en blanco y negro, vinculado de algún modo al trasunto de la ceguera que articula en su caso la caracterización de Leonora. Fantástico hallazgo, por cierto, aunque pueda parecer una ocurrencia, este de mostrar a Leonora como una mujer ciega, literalmente, algo que resuelve por ejemplo de manera genial la confusión de ésta con Manrico y Luna en el primer terceto. Hay asimismo un intento no del todo resuelto de generar una suerte de ejercicio de meta-teatro, convirtiendo de algún modo la trama original como en el eje temático de una representación a medio camino entre el circo y el cabaret. Nos encontramos ante una dramaturgia muy elaborada, seguramente en exceso, presidida por una pretensión de originalidad un tanto desmedida.

   La dirección musical de Paolo Carignani no pasaría de rutinaria si no contase en el foso con una orquesta de semejante nivel, que suena por descontado por encima de su batuta, genérica hasta el hastío. Hubo pequeños destellos, sobre todo en los momentos más líricos, pero a la postre Carignani ofreció un Trovatore más entre tantos, sin pena ni gloria. Intachable asimismo, como cabía esperar, la respuesta del coro titular del teatro, a la misma altura que la estupenda prestación ofrecida por el los atriles que integraban el foso.

Fotos: Wilfried Hösl

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