Por Gonzalo Lahoz.
Madrid. 20/03/15. Auditorio Nacional. Ciclo La Filarmónica. Denis Matsuev, piano. Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky. Orfeón donostiarra. Dirección musical: Valery Gergiev. Obras de Shostakovich y Beethoven.
Si a uno no le especifican y le dicen que va a escuchar, por ejemplo, una Tercera, una Primera o una Séptima, tendrá que preguntar de quién si quiere saber de antemano qué va a escuchar. Si a uno le dicen que va a escuchar una Novena, lo más fácil es que piense en Beethoven antes que en ningún otro.
Nos encontramos ante el culmen sinfónico del Beethoven revolucionario, un hito personal y para la posteridad que marcaría a los que vendrían después (en las formas y también en las metas: de entre los grandes sinfonistas que surgirían tras el de Bonn, sólo Shostakovich superó las nueve sinfonías). El mayor despliegue de medios utilizados hasta la fecha (el innovador uso del coro levantaría una larga sombra que llamaría la atención de Mahler, Liszt o Berlioz, entre otros) en la máxima expresión heroica y romántica – ahí está además el An die Freude schilleriano- jamás escrita, donde hasta el habitual breve scherzo, que aquí se traslada de su tradicional tercer movimiento al segundo, adquiere una longitud y efectividad inusitadas.
La Novena de Beethoven es una de esas obras del acervo musical por supuesto germano, pero no sólo europeo (recordemos a Bernstein ante el muro de Berlín o a Karajan registrándolo como himno de la Unión Europea) sino también universal, como lo son El Quijote de Cervantes o el Guernica de Picasso; obras todas ellas que reclaman nuestra libertad como seres humanos. Por mucho que uno no entienda media palabra en alemán, la música de Beethoven, no será menos la Novena, es tan propia, nos pertenece tanto como le pertenece al primer trompa de la orquesta que la interprete, a nuestro compañero de butaca o al autobusero que nos ha acercado hasta el auditorio, porque cada vez que la escuchen, sentirán que es parte de su historia, de su sentir, parte de ellos al fin y al cabo. Es lo grande de Beethoven.
Y a lo grande quiso Valery Gergiev presentarnos este Beethoven. Si en la Quinta dirigida pocas horas antes por David Afkham en el mismo escenario faltó un ápice de personalidad (en todo caso y ante la duda, mejor que premie la de Beethoven), la Novena de Gergiev por momentos pecó de lo contrario, en medidas y dinámicas grandilocuentes y una efusividad incluso agresiva que impelía continuamente al director ruso hacia sonoros resoplidos. Tras un Allegro inicial y un scherzo de impecable factura (si acaso pequeños deslices en la trompa), llegó un adagio muy personal, no tan adagio y aunque cantabile, no molto, de lirismo ardoroso diríamos, que desembocó en un Finale prestissimo en el que el Orfeón Donostiarra echó el resto, galopó con Gergiev y terminaron por regalar una épica, abrasiva lectura de la fraternal alegría de Schiller junto a unos correctos solistas de la compañía del Mariinsky. Podría haber salido estrepitosamente mal, pero Gergiev al fin y al cabo es mucho Gergiev y en su impronta todo está sumamente medido, terminando por salir victorioso mientras ofrece, siempre, su visión de los hechos.
Tanto se proclamó la Novena por Gergiev que pocos recayeron, para sorpresa de muchos asistentes, en el Concierto para piano Nº2 de Shostakovich que precedía a la sinfonía, anunciado así desde hace meses y que resultó un estupendo broche para una noche de altura. Al teclado, el pianista también ruso Denis Matsuev, habitual tándem de la batuta y quienes ya han grabado juntos la partitura, como muchas otras. La cohesión, la coherencia, la comunicación y la expresión alcanzada fueron totales entre solista y formación, con un allegro desenfadado tan del compositor que fue dibujado por el virtuoso Matsuev un punto más lento de lo acostumbrado, añadiendo nitidez al tema principal y sin perder por ello una pizca del descaro exigido por Shostakovich en el fraseo. De igual modo fue presentado el segundo movimiento, en su punto justo de delicadeza y recogimiento, para dar paso al virtuosismo más marcial en el tercero.
En Beethoven triunfó Gergiev sí, pero en Shostakovich, con ayuda de Matsuev, cautivó.
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