Por Alejandro Martínez
Madrid. 27/05/2015. Teatro Real. Beethoven: Fidelio. Michael König (Florestan), Adrianne Pieczonka (Leonore), Franz-Josef Selig (Rocco), Anett Fritsch (Marzelline), Ed Lyon (Jaquino), Goran Juric (Don Fernando), Alan Hed (Don Pizarro). Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección musical: Hartmut Haenchen. Dirección de escena: Pier´Alli.
Reinhardt Koselleck, un historiador alemán fallecido en 2006, principal artífice de la llamada “historia de los conceptos”, forjó en su día una nomenclatura ciertamente paradójica pero elocuente en su contradicción in terminis, al hablar de un “futuro pasado” para referirse al desaparecido horizonte de expectativa de esta postmodernidad nuestra en la que todo es aceleración y presente y en la que no queda ya rastro apenas de esa ilusión emancipadora que preñase los avances más notables alcanzados en los siglos precedentes. Lo cierto es que la citada expresión de un “futuro pasado” viene al pelo precisamente para nombrar lo que sucedió en el Teatro Real con este Fidelio. Y es que si hay una obra que mire al futuro esa es precisamente el Fidelio de Beethoven, todo un canto en pos de un horizonte de libertad, y por eso asombra encontrársela hoy servida todavía con ropajes tan caducos y revestida con los mimbres de una producción un tanto casposa. Un futuro pasado, una contradicción, una ocasión perdida.
Dicho en pocas palabras: un reparto compacto, una versión musical irregular y una producción sin el menor interés. Así podríamos resumir lo visto en el Teatro Real, en el estreno de Fidelio de Beethoven. Fruto de un acuerdo entre dicho coliseo y el Palau de les Arts de Valencia se ponía en escena la producción de Pier´Alli. El propio Joan Matabosch nos dijo en su día que se encontraba así una alternativa a la nueva producción originalmente prevista a cargo de Alex Ollé y La Fura dels Baus, que se había desvelado como inviable. Sea como fuere, la producción de Alli es un exponente más bien trasnochado y caduco de un modo de hacer y entender la ópera hoy por hoy cada vez más desacreditado y pasado de moda. Nos encontramos ante un realismo corto de miras, sin el más mínimo interés dramático. Poco más que unos decorados y un vestuario para dar vida a una representación que se diría casi una versión en concierto aderezada con esos mimbres. El trabajo de Alli es muy decepcionante. No posee estimulo alguno para el espectador y añade algunos momentos entre insultantes y risibles, como la patética dirección de actores en el caso del coro de prisioneros o la bajísima calidad de las proyecciones que aderezan la representación de principio a fin.
La versión musical planteada por Hartmut Haenchen estuvo generalmente por debajo de sus anteriores trabajos en el foso del Teatro Real, en los proyectos en los que Gerard Mortier le involucró (Lady Macbeth, Boris Godunov y Lohengrin). No fue la suya una versión mediocre pero si desigual y falta de carisma, con más brío que brillo genuino. Igualmente por debajo estuvo el rendimiento de la orquesta titular del teatro, que acumula un peligroso descenso de su calidad general durante las últimas producciones. Para nuestras sorpresa, entre los dos cuadros que articulan el segundo acto, en lugar de la acostumbrada obertura Leonora III se interpretó en esta ocasión una sucesión de los movimientos tercero y cuarto de la sinfonía No. 5 de Beethoven. Curiosamente, fue el momento en el que mejor sonó la orquesta. Ahora bien, ¿por qué esa sinfonía? ¿Por qué esos movimientos? ¿Por qué en fin esa licencia por parte del director musical? Una nota de Haenchen en el programa de mano explicando las motivaciones musicales de la decisión hubiera sido más que bienvenida. En su ausencia, el asunto queda como poco más que una opción personal y un tanto arbitraria.
Lo mejor de la noche vino de la mano del reparto, destacando una sobresaliente Adrianne Pieczonka en la parte de Leonora, con una voz timbrada y bella, con la dosis justa de metal, con una línea impecable y capaz de resolver con soltura una línea vocal ciertamente compleja. No por causalidad Pieczonka es también la Leonora prevista este verano en el Fidelio de Salzburgo con Jonas Kaufmann. El Florestan en esta ocasión era Michael König, quien a pesar de lo ingrato de su timbre, mostró solvencia suficiente para resolver una parte no por breve menos exigente. No es un fino estilista, pero suple con entrega y voluntario lo rudo de su emisión. König ha mejorado mucho desde sus primeras intervenciones en el Real durante el pasado lustro. Por lo demás, excelente el trabajo del resto del reparto, sea por el oficio de Franz-Josef Selig como Rocco, sea por la entrega de Alan Held como Don Pizarro, o sea en fin por la promisoria disposición de vocal de Anett Fritsch como Marzelline, llamada ésta a hacer una carrera importante, como demuestra ya de hecho su agenda, plagada de compromisos de entidad. Un punto por debajo, aunque implicados y resueltos, encontramos a Ed Lyon como Jaquino y Goran Juric como Don Ferrando.
Fotos: Javier del Real
Compartir
Sólo los usuarios registrados pueden insertar comentarios. Identifíquese.