El CNDM abre su XI ciclo leonés tirando de una agrupación de gala y una obra de las de emergencia para presentar un cuasi lleno por primera vez desde hace años en el auditorio de la capital, repleto de un público ruidoso y populista que mordió el anzuelo de las «estaciones vivaldianas».
Por Mario Guada
29-I-2015 | 20:30. León, Auditorio Ciudad de León. XI Ciclo de Músicas Históricas. Entrada 10 €uros. Cuatro estaciones. Obras de Antonio Vivaldi, Georg Philipp Telemann y Vicente Martín y Soler. Europa Galante | Fabio Biondi.
De los creadores del esperpento multitudinario que supone el Festival Internacional de Órgano «Catedral de León» –el concierto de Cantus Cölln fue un claro ejemplo del despropósito que es programar en un edificio de esas dimensiones para un público cercano a las 1.000 personas, que acude ante la llamada de la gratuidad–, llega la inauguración del XI Ciclo de Música Históricas que tiene a la ciudad de León como su sede desde los albores del siglo XXI y que pretendía ser la cabeza visible de aquel monumental proyecto que convirtiera a la ciudad en el epicentro de la llamada música antigua, con un centro que fomentara la investigación, interpretación y gestión de los repertorios pretéritos en el territorio patrio, y que finalmente se quedó, como es habitual en estos casos, en una fanfarronada política de turno. Y es que uno, que está acostumbrado a acudir anualmente a este ciclo, no puede menos que quedarse realmente perplejo al presenciar el aluvión de espectadores que acudieron a esta primera cita, especialmente si tenemos en cuenta que el ciclo lleva años teniendo una media de 50 asistentes y que en el presente concierto se multiplicó por más de 10 el número de espectadores habitual.
¿Cuál es el secreto de tan excelso cambio en el paradigma de la asistencia con relación a otros años, podrán preguntarse algunos –entre los que me encuentro–? ¿Puede deberse a la notable reducción en el precio de las entradas en relación a otras ediciones, pues se ha pasado de los 18 y 12 € del año pasado a los 10 € de precio único de este? ¿Quizá debamos achacarlo a la presencia de una formación de primera línea mundial y que no es fácilmente visible por estos lares? Qué duda cabe que la rebaja económica es un factor de gran impacto que hay que tener en cuenta. En cuanto a lo segundo, considero que si bien un parte del público puede ser consciente del nivel real del conjunto italiano protagonista de la velada, no es este un factor suficientemente influyente como para presentar una taquilla tan numerosa.
Y es que el diagnóstico es claro, pues lo único que explica de manera lógica esta sorprendente afluencia de público fue la programación de las celebérrimas Le Quatri Stragioni, auténtico tour de force para los violinistas que el canon ha establecido como una de las obras imprescindibles de la historia de la música, lo que hace que sea escuchada por decenas de millones de personas sin un interés particular por la música clásica, el repertorio barroco, el lenguaje violinístico o el resto de la producción musical de Il prete rosso. El resultado: un público tremendamente ruidoso, inquieto, inexperto –lo que le llevó a aplaudir ya no solo entre los conciertos del ciclo de las «estaciones», sin darse cuenta de la incomodidad que esto generaba en Biondi, sino también entre algún movimiento de un mismo concierto o entre las diversas danzas de los ballets propuestos–, pero por encima de todo, excepcionalmente dotado para toser y efectuar ruidos de todo tipo en los momentos más inoportunos e inadecuados del concierto.
Mucho se debate sobre la presencia de la música española y los intérpretes españoles en la programación estatal. Desde luego, la labor que está haciendo el Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM] en este aspecto es en muchos puntos ejemplar. Por lo tanto no podemos criticar negativamente la inauguración de un ciclo de estas características por la presencia de un grupo de este nivel que interpreta una pieza tan conocida –por mucho que personalmente me interese más escuchar ya otras cosas a estas alturas de la partitura–, pero sí debemos amonestar en este escrito al público que acude de manera masiva a este tipo de actuaciones y no lo hace cuando se programa música española desconocida e interpretada por conjuntos nacionales, que si bien quizá no están todavía al nivel de un conjunto como el que protagonizó esta velada, son ya poseedores de una trayectoria notable. Así pues, quizá no se trata de poner el acento negativo de manera especial en los programadores, sino en la falta absoluta de educación y de criterio que la mayor parte del público español presenta –con sus excepciones, por supuesto–, que suponen el acuciante problema real de base que hay en este país con la cultura y las artes.
Yendo al apartado puramente musical, el concierto que protagonizó Europa Galante –conjunto italiano sobradamente conocido desde que su líder, Fabio Biondi, lo fundara allá por 1990– resultó de una brillantez técnica muy notable y una capacidad de trabajo conjunto realmente admirable. La primera parte se estructuró en torno a tres figuras, abriéndose la velada con una obra del verdadero protagonista de la noche, Antonio Lucio Vivaldi [1678-1741], del que se interpretó la Sinfonia de su Griselda RV 718 –dramma per musica con libreto de Apostolo Zeno con revisión de Carlo Goldoni, que se estrenó en el Teatro S. Samuele de Venezia en 1735–, una pieza breve que se comprende dentro del género de las sinfonie avanti l’opera, cuya estructura es igual a la de sus concerti per archi –o concerti ripieni, como el mismo Vivaldi lo denominaba–, con escritura a quattro para cuerda sin solista y continuo. Una obra de lenguaje extremadamente «vivaldiano», con trazas de ese furore tan característico y que sirvió de apetitoso entrante.
Georg Philipp Telemann [1681-1767], compositor extrañamente no tan interpretado como su talento y su ingente catálogo compositivo –el más prolífico de la historia tras el de Simon Sechter– justifican sobradamente. Representante trascendental de eso que se ha venido en llamar «estilo mixto», mezcla fascinante de estilos entre lo italiano, francés y alemán, el Concerti per tre violini, violino grosso e basso continuo, en FA mayor TWV 53:F1, datado en 1733 y que forma parte de la colección instrumental más célebre del compositor germano, su Musique de Table, es un fantástico ejemplo de su lado más italiano, con clara influencia del estilo «vivaldiano». Un concierto en el que los tres violines solistas no solo dialogan en interesantes pasajes contrapuntísticos, sino que cada uno de ellos tiene reservado para sí contundentes partes solistas.
La primera parte se cerró con una selección de dos ballets de Vicente Martín y Soler [1754-1806], compositor valenciano, uno de los mayores exponentes de la creación musical de la España del XVIII y de la enorme proyección que algunos músicos españoles tuvieron en gran parte de Europa –recordemos que compitió de tú a tú con Mozart por el poder de la música escénica en la Wien de finales de siglo–. Concretamente se interpretaron algunos pasajes de I ratti Sabini [1780] y La bella Arsene [1779/1781], ejemplos de su etapa napolitana, en un estilo puramente clasicista, pero con algunos toques residuales del estilo galante. Interesante la inclusión –aunque no sé hasta qué punto histórica– de la guitarra goyesca para acompañar el continuo y algún pasaje solístico.
Para la totalidad de la segunda parte se reservó el plato fuerte, o al menos aquel por el que la inmensa mayoría del público estaba esperando. Le Quattro Stagioni, ciclo de cuatro conciertos conocidos bajo este sobrenombre que abren su Op. VIII, Il Cimento dell’armonia e dell’invenzione, el cual contiene un total de doce conciertos per violino, archi e basso continuo. Mucho se ha escrito a lo largo del siglo XX sobre estos cuatro conciertos, en especial sobre su carácter programático, al creerse compuestos para ilustrar musicalmente una serie de soneti demostrativi escritos por Vivaldi, aunque hoy día se sabe que estos textos fueron escritos por el autor veneciano tiempo después de componer los conciertos. La colección su publicó en Asmterdam en 1725, pero los conciertos se han datado hacia el año 1720 e incluso un poco antes, y aunque casi todos los conciertos de este Op. VIII han gozado de gran fama, los cuatro conciertos de las «estaciones» [La primavera, L’estate, L’autunno y L’inverno] suponen probablemente el ejemplo más célebre en la literatura concertística para violín de toda la historia. Como siempre sucede con las obras que acaban formando parte del mainstream, llega un momento en el que se puede caer en una valoración de otros aspectos más sociológicos e incluso antropológicos que los puramente musicales. Y sin embargo estamos ante un monumento sonoro, pues se trata de obras de una calidad absolutamente indiscutible, con las que el maestro veneciano explota de manera sobresaliente el género del concerto representativo o concerto figurato, que no se practicó en su momento todo lo que pudiera parecer, al menos no en relación con el aprecio que se tenía en aquel momento por el elemento descriptivo en las obras musicales.
Europa Galante y Fabio Biondi han pasado a la historia unidos indisolublemente a estos conciertos, pues su primera versión discográfica [1991] ha sido probablemente la que causó un mayor impacto entre el público a finales del siglo XX. Biondi se afanó en poner la lupa sobre el carácter más juguetón, teatral, dinámico, contrastante y extrovertido de las obras, lo que cambió radicalmente la manera de verlas desde entonces. Otros han venido después para hacer todavía más extravagantes todas aquellas facetas, incurriendo ya quizá en un «por demás» –pero esa es otra cuestión–. Han pasado muchos años ya desde aquellas lecturas, y con el paso de los años reconozco que me esperaba un Biondi más sosegado, pero nada más lejos. La interpretación que pudimos presenciar mantuvo el acento en esos puntos, mostrando un Vivaldi casi escénico. El trabajo de conjunto fue sin duda lo más espectacular: el dominio de las dinámicas –el poder en el pianissimo y sus epatantes crescendi fueron de lo mejor de la noche–, la creación de texturas, la capacidad de evocar con el color orquestal, el increíble feedback entre él y sus músicos resultaron absolutamente apabullantes, dejando quizá en un segundo plano algunos aspectos por otro lado controvertidos, como los tempi algo desmedidos que convertían en un espectáculo circense su participación solista, acarreando con ello algunos errores de notas, digamos no escritas. A pesar de todo, Biondi está en plena forma, y aunque un tempo algo más sosegado hubiera beneficiado la inteligibilidad de las líneas, el virtuosismo al que llega es patente. Me sorprendieron sobremanera con algunas soluciones interpretativas que todavía no había escuchado anteriormente, como la realización del continuo tan particular –dando mucho protagonismo al clave, casi como si de un concierto para el instrumento se tratase en el segundo movimiento de L’autunno, o en sorprendentes descensos cromáticos en el último movimiento de L’estate–. Además la consecución de las cadencias o la inclusión de pasajes claramente improvisatorios mostraron unas «estaciones» muy arriesgadas, sorprendentes, desde mi punto de vista inteligentes, pero que pueden levantar suspicacias entre buena parte de los oyentes.
No favoreció mucho la acústica de la sala para el sonido global, especialmente porque la viola barroca y el laúd barroco –no tiorba, como se anunciaba en el programa– quedaron enmudecidos en muchos momentos por el tutti. Hay que destacar el gran trabajo de Fabio Ravasi y Andrea Rognoni como compañeros de aventuras de Biondi en el concierto de Telemann, consiguiendo una homogeneidad sonora realmente fantástica. Encomiable, aunque sufrió lo suyo, la labor de Pablo de Pedro a la viola barroca, que tuvo que defender de manera titánica su parte en solitario –especialmente en las «estaciones»–. Exquisito el trabajo de las cuerdas, con un sonido tremendamente empastado, repleto de tersura y limpidez. El continuo tuvo una realización fabulosa de la mano de las cuerdas graves, con un Antonio Fantinuoli [cello barroco] que sigue admirando aun con el paso de los años, que fue estratosféricamente doblado por Nicola Barberini [violone]. Giangiacomo Pinardi es siempre un seguro como continuista en la cuerda pulsada, a pesar de que en muchos momentos no se escuchaba con claridad el instrumento. Mención honorífica merece la clavecinista Paola Poncet, desde mi punto de vista lo impactante de la velada junto a Biondi. Una interpretación globalmente notable, que en mi opinión logró el sobresaliente en la primera parte y que se queda con el lirismo y la belleza introspectiva de los pasajes lentos, antes que con el brillante pero desmedido virtuosismo de los movimientos extremos en los conciertos del veneciano.
Así pues, velada exitosa que aglutinó a todo el público que este tipo de obras puede aglutinar, y que esperemos sirva como trampolín para que el resto del ciclo presente una entrada más respetable y merecida para el resto de conciertos cuando la presencia de obras archiconocidas y conjuntos de primer nivel mundial desaparezca. Siempre he defendido la máxima –quizá no muy políticamente correcta– de que la cultura no es para todos. Noches como la de hoy confirman lo que defiendo, pero quizá sea el precio que la llamada música antigua tiene que pagar para mantener el statu quo que tanto esfuerzo y tiempo le ha constado atesorar a lo largo de las últimas décadas. Y eso que está de moda, dicen las rotativas nacionales de manera incesante en las últimas semanas. Quizá haya que seguir mirando con asombro y anhelo lo que hacen otros países y otros públicos no tan lejanos, para seguir un camino marcado que no se desvía por los atajos. Mucho pedir, entiendo.
Foto: Ana de Labra
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