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Crítica: 'Der Rosenkavalier' en el Festival de Baden-Baden

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Autor: Alejandro Martínez
31 de marzo de 2015

ZAPATERO, A TUS ZAPATOS

Por Alejandro Martínez

Baden-Baden. 30/03/2015. Baden Festspiele. Strauss: Der Rosenkavalier. Anja Harteros (Feldmarschallin), Peter Rose (Baron von Ochs), Magdalena Kožená (Octavian), Anna Prohaska (Sophie), Clemens Unterreiner (Faninal), Carole Wilson (Annina), John In Eichen (Polizeikommissar), Lawrence Brownlee (Ein Sänger), Irmgard Vilsmaier (Marianne Leitmetzerin). Berliner Philharmoniker. Philharmonia Chor Wien. Cantus Juvenum Karlsruhe. Dirección musical: Sir Simon Rattle. Dirección de escena: Brigitte Fassbaender.

   La gran Brigitte Fassbaender, amén de una liederista de órdago, fue una de las más probadas intérpretes del papel de Octavian durante los años 70 y 80. Ella fue por ejemplo el Octavian en aquella mítica recreación de Múnich en 1978, conservada en vídeo, bajo la batuta del inigualable Carlos Kleiber. Tiempo después, tras retirarse de los escenarios, Fassbaender pasó poco a poco a labores de intendencia teatral (en Inssbruck) y quiso significarse asimismo como directora de escena. Y lo cierto hasta la fecha es que lo ha intentado sin mucho éxito, como pudimos comprobar en este Rosenkavalier que estrenaba en Baden-Baden y que parecía hecho con una suma de los retales de su memoria, rebuscando entre lo que había vivido en los escenarios, en producciones de corte clásico, y lo que había soñado entretanto que podría hacerse aquí y allá con esta ópera que tan bien conoce. Grosso modo, nos presenta un Rosenkavalier clásico, con una escenografía muy escueta, apenas un mínimo atrezzo adornado por unas proyecciones un tanto arbitrarias, sin el menor interés. Un vestuario colorista y kitsch en exceso remata la propuesta. La resolución de la dirección de escena es por lo general torpe y deja una sensación general de desconcierto, entremezclada con el tedio que produce ver algo ya visto y que al mismo tiempo camina sin un rumbo fijado. Por desgracia, pues, la buena de Brigitte Fassbaender firma así una producción desnortada y caduca ya desde su mismo estreno. En lo que se refiere a Fassbaender, y sintiéndolo mucho, me temo que se aplica aquí aquel dicho de "zapatero, a tus zapatos".

   Anja Harteros parece empeñada, y bendita sea, en hacer historia. Le hemos escuchado ya encarnaciones memorables en papeles tan dispares como las dos Leonoras verdianas (Trovatore y Forza), Arabella, Aida o Tosca, y ahora confirmamos también que su Mariscala de El caballero de la rosa es también una recreación magistral. Una grande de alcance histórico, sin paliativos ni matices. Ya sea por la hermosa coloración de su instrumento, ya sea por la consumada antelación de su interpretación, lo cierto es que su Mariscala muestra una madurez, una hondura y una credibilidad apabullantes, cuando apenas la ha interpretado en dos producciones más (Múnich y Dresde) antes de esta ocasión en Baden-Baden. Es capaz de mostrarse sarcástica y temperamental, vulnerable, compasiva, generosa… La riqueza del retrato es de tal intensidad y magnetismo que se diría que el papel, al igual que en el caso de Arabella, está escrito para ella. Cuando declinan ya las últimas representantes del papel desde los años 90 hasta aquí, y pienso en Renée Fleming y Soile Isokoski, la opción de Anja Harteros se alza como un relevo con méritos propios

   La mezzosoprano checa Magdalen Kožená, a la sazón esposa de Simon Rattle no está ya para muchos trotes y aunque retiene más o menos intacta la valía del instrumento en la zona central, todavía con presencia y buena proyección y con sonidos de buena factura, no cabe decir o mismo de su franja aguda, insegura, desigual y por momentos simplemente fallida e inexistente. Cualquier comparación con las dos mejores Octavian del panorama actual, Elina Garanca y Sophie Koch, deja en mal lugar a la solista checa, que no obstante es expresiva y resulta una actriz plausible (al margen de una masculinidad ciertamente sobreactuada) pero los medios no le permiten redondear la faena.

   La prometedora Anna Prohaska, joven voz cada vez más en alza, encarnaba aquí a Sophie, desterrando por fin con ello esa idea a veces asumida de que la parte cuadra mejor a voces muy ligeras, casi de soubrette. Al contrario, el instrumento de Prohaska, aunque modesto, es el de una lírica tout court, todavía por desarrollar pero con los papeles muy en regla, muy consciente de lo que hace y cómo lo hace. A su Sophie si acaso le faltó una mayor desenvoltura escénica y una resolución más desahogada del tercio agudo de su partitura. Pero celebramos que con ella el papel vuelva, por decirlo de algún modo, a la senda en la que lo puso Lucia Popp y del que no debería haberse alejado tanto la asignación del rol como así ha sido en las últimas décadas.

   Peter Rose volvió a ofrecer su canónica recreación del barón Ochs, que ya habíamos glosado en otras ocasiones, con la dosis justa de socarronería y en una resolución vocal intachable. Quizá algunos prefieran un retrato más grotesco y excesivo del personaje, pero Rose acierta a nuestro juicio con un punto intermedio, en el que el canto propiamente dicho no está reñido con la teatralidad. Del resto del extenso reparto cabe mencionar al brillantísimo Lawrence Brownlee, resolviendo aquí la anecdótica parte del tenor italiano con una facilidad insultante, como pocas veces se ha escuchado, no ya en nuestros días, sino en la historia del disco incluso.

   En el apartado musical confesamos que esperábamos más, porque la presencia en el foso de la Filarmónica de Berlín parecía garantía de una experiencia memorable. Y a decir verdad no fue para tanto. Lo cierto es que Rattle apenas se muestra familiarizado con la obra, escasamente afín con su estilo y un tanto desentendido de su singular naturaleza. Hubo por supuesto momentos logradísimos, como el esperado terceto del final, pero no cabía esperar menos con semejante plantel y semejantes medios. Por su parte, la Filarmónica de Berlín brilló ofreciendo una rendición de lujo, aunque en todo caso en una respuesta demasiado académica, generalmente falta de candor, seguramente porque Rattle no termino de encontrar el punto hacia el que quería llevar su enfoque de la partitura. Tras un inicio volcánico, con una primera escena voluptuosa y sensual, poco a poco el pulso de Rattle se fue desvaneciendo, no porque perdiera tensión, sino porque acentuaba todo por igual. La representación transcurrió con ese citado tono académico, tan poco teatral y que a decir verdad no lleva a ninguna parte.

Fotos: Monika Rittershaus

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