Por Alejandro Martínez
Toulouse. 17/05/2015. Théâtre du Capitole. Prokofiev: Compromiso en un monasterio. John Graham-Hall (Don Jérôme), Garry Magee (Don Ferdinand), Anastasia Kalagina (Louisa), Elena Sommer (La Duègne), Daniil Shtoda (Don Antonio), Anna Kiknadze (Clara d´Almanza), Mikhail Koleishvili (isaac Mendoza) y otros. Dirección musical: Tugan Sokhiev. Dirección de escena: Martin Duncan.
En ocasiones una producción y una batuta apuestan de tal manera por una obra que la engrandecen y la hacen llegar mucho más allá de lo que los mimbres propiamente dichos de la partitura posibilitan. En el caso de Compromiso en el monasterio de Prokofiev estamos ante una comedia arquetípica, con la dosis justa de comicidad, aterido el compositor además en su oficio por las exigencias de la censura. De hecho, en la que fue su última ópera en estrenarse, pareciera querer despedirse con una obra inocente, quizá en demasía, sin resonancias políticas y sociales que le pudieran poner en entredicho. Y es que no estamos ante una obra del calado e ironía de un Falstaff, por buscar un parangón significativo. Al contrario, el libreto de Compromiso en el monasterio, elaborado por el propio Prokofiev junto a su segunda esposa Mira Mendelssohn, se basa en el texto The Duenna or the Double Elopment de Richard Brinkley Sheridan (1751-1816), que no es mucho más que una comedia de enredo al modo del Siglo de Oro, con todos sus recursos clásicos (personajes intercambiados, tretas, confusiones y demás) y que hace pie, en suma, en una comicidad un tanto banal, superficial y ciertamente trasnochada. Ese lenguaje del siglo XVIII no termina de cuadrar además con la particular musicalidad de Prokofiev. Su composición comenzó en 1940 pero los avatares de la Segunda Guerra Mundial postergaron su estreno hasta 1946.
En esta ocasión el Capitole de Toulouse reponía la producción de Martin Duncan ya estrenada en 2011, en una coproducción con la Opéra Comique de París. Estamos ante un trabajo fresco y vistoso, que resuelve con agilidad la representación, manteniendo el interés del espectador por encima incluso de lo que el propio libreto habilita. La inteligente escenografía de Alison Chitty hace de la necesidad virtud y da lugar a muy distintos espacios con apenas algunos elementos de atrezzo y una iluminación bien dispuesta por Paul Pyant.
Tugan Sokhiev, que acaba de renovar por tres años más como titular de la Orquesta Nacional del Capitole de Toulouse, se maneja a placer con este repertorio, desentrañando con claridad el lenguaje no siempre tan cristalino e inspirado de Prokofiev, que firma una obra ciertamente desigual. Sokhiev obtiene un sonido brillante y sólido, con una lograda gama de intensidades y una atención precisa a la interlocución entre foso y solistas. Sokhiev es sin duda una de las batutas con más garantías a día de hoy a la hora de abordar el repertorio ruso. La citada orquesta respondió con la habitual y consabida solvencia a que nos tiene acostumbrados. Lo mismo cabe decir del coro titular del teatro, dirigido por Alfonso Caiani, intachable en sus intervenciones, destacando la del último cuadro de la representación.
Tratándose de una obra ciertamente coral, el Capitole de Toulouse logra reunir un equipo de solistas de probada solvencia; sin destellos, pero intachable por lo genera en su desempeño. De todos ellos destaca por méritos propios, tanto por su entrega escénica como por su buen material, el Mendoza de Mikhail Kolelishvili. John Grahm-Hall, a quien habíamos escuchado ya en partituras de Britten (Muerte en Venecia y Peter Grimes) encarnaba aquí a Don Jérôme. Aunque su material no es atractivo, es un cantante con un oficio evidente y con una musicalidad consumada. No por casualidad está previsto que protagonice la próxima coproducción de Moisés y Arón de la Ópera Nacional de Paris y el Teatro Real de Madrid. Igualmente destacaron las dos voces femeninas principales, Anastasia Kalagina como Luisa y Anna Kiknadze como Clara, desenvueltas en escena y con voces bien timbradas y de lírica acentuación.
Fotos: © Patrice Nin
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