Por Alejandro Martínez
Zúrich. 19/09/2015. Opernhaus Zurich. Berg: Wozzeck. Christian Gerhaher (Wozzeck), Gun-Brit Barkmin (Marie), W. Ablinger-Sperrhacke, Brandon Jovanovich (Tambourmajor), Mauro Peter (Andres), Lars Woldt (Doktor) y otros. Philharmonia Zürich. Coro de la Ópera de Zúrich. Dirección de escena: Andreas Homoki. Dirección musical: Fabio Luisi.
Cuando se da una conjunción tan aquilatada entre dirección de escena, dirección musical y protagonista vocal de la noche, sólo cabe aplaudir a quien ha hecho posible tal logro. En este caso, el principal responsable de este soberbio Wozzeck es Andreas Homoki, su director de escena y a la sazón intendente de la Ópera de Zúrich. Junto a Fabio Luisi, el director musical titular del teatro, dispusieron las condiciones ideales para que el debut de Christian Gerhaher con la parte de Wozzeck fuera todo un éxito. Y es que la producción de Homoki es todo un hallazgo. Todo hace pie, desde un principio, en una estética que recuerda al más esencial teatro de marionetas, como si a tales se viesen reducidos los personajes del libreto, urdidas sus vidas por los hilos de un destino aciago.
Escenografía y vestuario son obra de Michael Levine, habitual colaborador de Robert Carsen, que ofrece aquí una vuelta de tuerca genial, de tal modo que la aparente sencillez de la producción esconde un ingenio de una complejidad y una riqueza dignas de elogio. Todo el código estético ahonda en una sensación general de grotesco sarcasmo. La caracterización de todos los personajes es verdaderamente prodigiosa. La producción es dura sin necesidad de resultar agresiva, como si se limitase a mostrar una realidad que se basta por sí sola para sobrecoger al espectador. A decir verdad, tan sólo la sobresaliente producción de Andreas Kriegenburg para la Bayerische Staatsoper de Múnich nos ha dejado un desasosiego semejante el terminar la función.
El segundo acierto de la función vino de la mano del foso, manejado con brillantez desusada por Fabio Luisi, batuta por la que no tenemos especial estima, dicho sea de paso. Y sin embargo aquí, en su primer acercamiento a la obra de Berg, acertó con un enfoque casi camerístico, lleno de pequeños detalles, casi siniestro en su minuciosidad, lejos de un enfoque más pseudo-romántico cargado de grandes resonancias y sostenido por una articulación vigorosa. Luisi hizo bueno el dicho de que menos es más, urdiendo una detallada sinfonía de resonancias camerísticas (gloriosas algunas transiciones entre escenas) y de una inesperada y desasosegante belleza. La respuesta de la Philharmonia de Zúrich y el coro titular del teatro fue extraordinaria, seguramente el mejor trabajo que les hemos escuchado nunca.
En la plena madurez de su desarrollo como artista, Christian Gerhaher llegaba al rol de Wozzeck para completar un hermoscísimo repertorio en el que destacan su Wolfram, su Orfeo o su Pélleas, entre otros varios papeles a los que ha servido con especial tino. Sin duda su Wozzeck es un hallazgo. A diferencia de otros, en su caso no necesita recurrir al histrionismo, le basta con trasladar la sensación de ser precisamente una marioneta batida por el constante y desafortunado vaivén de su destino. Siniestro en su resignada miseria, se antoja digno de compasión, pero su crispación aleja al espectador de cualquier lástima banal e inmediata. Uniformado de tal manera que más que un soldado parece un preso, el Wozzeck de Gerhaher estremece por su insondable “normalidad”.
En el caso de Gun-Brit Barkmin, como Marie, cabe destacar una interesante conjunción de facultades vocales y esmero escénico, si bien la voz arriba ofrece sonidos un tanto agrios y destemplados. Como cabía esperar, el resto del reparto rindió a un nivel envidiable, que ciertamente ya quisieran para sí muchos otros teatros. Todo se encaminó pues en esta representación de manera tan sublime como sobrecogedora para que el espectador sintiera “como si el mundo estuviera muerto” (“als wäre die Welt tot”, dice Wozzeck en la segunda escena).
Fotos: Monika Rittershaus
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