Por Alejandro Martínez
La Coruña. 24/04/2015. Palacio de la Ópera. Temporada Lírica, Amigos de la Ópera de La Coruña. Bryn Terfel, barítono. Orquesta Sinfónica de Galicia. Dirección musical: Gareth Jones.
Pocas veces se ha prodigado Bryn Terfel con actuaciones en España. En la retina, apenas vivo el recuerdo de su último Scarpia en Valencia y su fugaz participación en el homenaje a Plácido Domingo del Teatro Real. Razón de más, pues, para acudir a la cita con el solista galés que nos ofrecían los Amigos de la Ópera de La Coruña en su temporada en colaboración con la Sinfónica de Galicia, bajo el auspicio del ayuntamiento local. Terfel es, tanto por su instrumento como por sus maneras, un cantante inclasificable, una suerte de outsider genial, con sus más y sus menos, ciertamente carismático y con una personalidad que a menudo suple sus excesos (más que carencias) vocales. Él lo sabe y es perfectamente consciente de que amén del espectáculo vocal está capacitado para ofrecer al público todo un show, con una vis escénica rica y contrastada. No defraudó en este sentido su actuación en La Coruña, con un programa exigente y variado, un periplo por los dioses y demonios que jalonan su repertorio durante los últimos años.
Aunque fue capital en sus comienzos, junto con el lied, el repertorio mozartiano cada vez está más lejos de las coordenadas vocales de Terfel. Y es que su voz ya no está para muchas florituras, con una emisión que siempre fue gruesa y un poco envarada. Quedan el acento, el manejo de la palabra y una teatralidad innata, tomando ya al público por las solapas con el recurso, tan fácil como atinado, de desgranar el catálogo que Leporell entona en Don Giovanni con un iPad en mano, mostrando fotos de tres conocidas sopranos (Arteta, Caballé y Fleming). De su Faust, que ya comentásemos aquí cuando se lo escuchamos íntegro en el Covent Garden de Londres, cabe insistir en lo ya dicho: manca fineza. El arrojo escénico se apodera en este caso del primor vocal, y es que Terfel se abandona un tanto a veces en lo que se refiere a lo cuidado y medido de la emisión, precipitándose en sonidos más abiertos y tensos de lo que debiera y de lo que es perfectamente capaz, pues en la misma noche ofrece a menudo una de cal y otra de arena.
Dada su personalidad, bonachona sí, pero un punto canalla y gamberra, Terfel está dotado como pocos intérpretes a la hora de ser un villano y mostrarse como un bribón y un pendenciero, como un “malote" o un “bad boy” dicho más coloquialmente. No nos extrañó pues que bordase la intervención de Mackie Messer en La ópera de tres peniques de Kurt Weill, una página infrecuente en programas de concierto y que celebramos que Terfel incorporase en esta ocasión. Nos gustó más de lo esperado su desempeño con el “Son lo spirito” del Mefistofele de Boito. Esa particular teatralidad de Terfel, tanto con el gesto como con la palabra, cuadra muy bien a la escritura vocal del afamado libretista italiano, aquí haciendo las veces de compositor, con una música francamente afortunada y un punto genial, si me apuran. Terfel muestra unos graves sólidos, aunque prefabricados, y aborda con valentía y entrega una partitura a la que cuadran muy bien de nuevo sus modos escénicos, silbando él mismo los sucesivos “fischio” que apunta el libreto y brindando de nuevo un espectáculo que fue más allá del puro desempeño vocal.
Magistral, como cierre a la primera mitad del concierto, el manejo de Terfel con la parte de Falstaff, que le va como un guante y que casi se diría escrita para sus medios vocales y su gran y socarrona figura, un poco al modo que Taddei hizo suyo también este papel. Terfel ha brillado siempre por un manejo sorprendente y casi inaudito de la media voz, que a menudo resulta más audible, medida y redonda que el sonido que obtiene en forte. En una parte tan contrastada y exigente en materia de acentos como el “L´onore!” de Falstaff esas cualidades resaltan sobremanera y hacen de Terfel un intérprete ideal para el papel, sin necesidad alguna además de una escenografía que le ayude a recrear la situación que pinta el libreto.
La exigente segunda parte, dedicada en su integridad a Wagner, comprendía uno de los monólogos de Hans Sachs en Los maestros cantores de Nüremberg (Was duftet doch der Flieder), la canción de la estrella que Wolfram entona en Tannhäuser (O du mein holder Abendstern) y la inmortal escena con los adioses de Wotan ante Brünnhilde en Die Walküre (Leb wohl, du kühnes, herrlisches Kind!). Quedó aquí patente el eterno debate interior que parece librarse en el caso de Terfel, que a veces se muestra como un refinado maestro cantor y a veces se diría casi más bien un eufórico hooligan de la Premier League. Disyuntiva singularmente patente en el caso último, con la extensa intervención de Wotan, en la que Terfel encontró una cómoda y hermosa media voz para desgranar la sección central, aunque no pudo resolver con un sonido brillante y desahogado el cierre en esas frases tan grandiosas y expuestas que Wagner deparase al dios en su despedida. Sea como fuere, a sus cincuenta años de edad, Bryn Terfel sigue siendo una de las voces graves más importantes del panorama actual y un artista consumado. Por desigual que fuera la respuesta del público, con algunos visibles huecos en la sala, los promotores coruñeses se apuntaron un tanto indudable contando con su presencia en la capital gallega.
El programa, en su apartado sinfónico, dejo algo más que desear, no ya por la prestación de la Sinfónica de Galicia, que mostró unas credenciales sólidas aunque algo anónimas, sino por lo deslavazado y arbitrario de algunas piezas, como esa Polonesa del Eugene Onegin de Tchaikovsky que no venía muy a cuento. Gareth Jones, a pesar de su dilatado oficio, tampoco es la quitaesencia del talento con su batuta. Más familiarizado y cómodo en la segunda mitad, con el repertorio wagneriano, sus incursiones anteriores en las piezas de Mozart, Tchaikovsky, Gounod, Boito, Weill y Verdi estuvieron presididas por una general brocha gorda, no saliendo apenas de un mezzoforte un tanto tedioso. A la Sinfónica de Galicia le falta un color más propio en las cuerdas y un sonido más medido en un metal por otro lado infalible y diestro. Con esos mimbres, como ya adelantábamos, lo mejor de la noche vino en el acompañamiento a Terfel durante sus monólogos wagnerianos de Meistersinger, Tannhäuser y Walküre.
Fotos: Miguel A. Fernández
Compartir
Sólo los usuarios registrados pueden insertar comentarios. Identifíquese.