Crítica: Anja Harteros es 'Arabella' en Múnich

LA HORMA DE SU ZAPATO

Por Alejandro Martínez

Múnich.17/07/2015. Bayerische Staatsoper. Festspiele. Strauss: Arabella. Anja Harteros (Arabella), Thomas J. Mayer (Mandryka), Hanna-Elisabeth Müller (Zdenka), Doris Soffel (Adelaide), Kurt Rydl (Graf Waldner), Joseph Kaiser (Matteo) y otros. Dirección musical: Philippe Jordan. Dirección de escena: Andreas Dresen

   Idílica. Ensoñadora. Memorable. Los adjetivos se quedan cortos para valorar y describir la sublime encarnación de Arabella que Anja Harteros ha vuelto a ofrecer en Múnich, tras su debut del papel hace unos meses en Dresde bajo la batuta de Thielemann. La naturalidad, firmeza e interiorización del papel, así como la familiaridad con el singular recitado straussiano nos obligan a llevar lejos la memoria hasta encontrar una interpretación comparable. Tan sólo la gran Lisa della Casa, amén de algunas funciones de Renée Fleming con el papel, puede citarse como una Arabella a este nivel. La frescura vocal con que delinea las principales escenas del papel (memorable “Mein Elemer”) se queda grabada en la memoria auditiva del oyente, con un sonido terso y que flota casi etéreo. La evolución del personaje, desde la ingenuidad de sus primeras intervenciones (el dúo con Zdenka, “Aber der Richtige”) a la madurez de la última escena (“Das war sehr Gut, Mandryka”) es verdaderamente admirable. En Harteros el papel de Arabella ha encontrado la horma de su zapato. Anja Harteros es Arabella.

   El Mandryka de Thomas J. Mayer se antoja brusco en demasía y un tanto falto de poso, como si fuese demasiado joven y demasiado rudo. No cabe duda de que el personaje como tal no es la quintaesencia de la refinación, pero cabe pedirle un poco más de esa rural nobleza que lo vertebra. La joven Hanna-Elisabeth Müller vuelve a confirmar con su Zdenka que es una voz a tener en cuenta, dueña de una emisión limpísima y capaz de un canto escrupuloso y elegante. Una más que suficiente desenvoltura escénica completa en su caso una estupenda carta de presentación, encaminada ya su voz a asumir roles mayores en los próximos años.

   La nueva producción firmada por Andreas Dresen digamos que es un ejemplo del conservadurismo bien entendido. Y es que no comete el error de pecar de ambición pero tampoco cae en la tentación de conformarse con una literalidad rancia y poco estimulante. Partiendo del buen trabajo escenográfico de Mathias Fischer-Dieskau, con unas vistosas escalinatas, y rematado por la precisa iluminación de Michael Bauer, el trabajo de Dresen resuelve con una eficaz dirección de actores (estupenda la última escena, con Arabella arrojando el vaso de agua a la cara de Mandryka en un coqueteo inesperado) un libreto que por lo demás no se presta a grandes inventos, siendo en ocasiones poco más que una comedia de enredo sustentada sobre un registro sentimental más hondo. El trabajo en su conjunto hace pie en una estética que es una suerte de reminiscencia del expresionismo alemán. El resultado final es algo parecido a una producción vanguardista de los años 60, con la virtud de que está tan bien hecha que hoy no se antoja caduca.

   Por último, en el foso Philippe Jordan expone la partitura con mimo y confianza, con evidente noción del estilo, aunque a su batuta le falta magia, una dosis mayor de encanto. Su trabajo, en el fondo, no es más que un primoroso acompañamiento, pero no termina de redondear aún una lectura personal. Actualmente titular en la Ópera de París, Jordan es en todo caso uno de los nombres con proyección que podrían sonar cuando llegue la hora de encontrar un recambio para Kirill Petrenko en la dirección general musical de la Bayerische Staatsoper.

Fotos: Wilfried Hösl