Por Silvia Pujalte
10/2/2015. Barcelona. Gran Teatre del Liceu. Obras de Haydn, Mozart, Schubert y Brahms. Andreas Scholl y Tamar Halperin.
¿Un contratenor cantando lied? Empiezo con la pregunta que me hicieron diversas personas en los días previos al recital de Andreas Scholl en el Gran Teatre del Liceu el pasado martes 10. Ya hace muchos años que Alfred Deller fue más allá del hábitat natural de los contratenores, las piezas escritas para castrati, y cantó tanto canciones renacentistas como obras escritas expresamente para él. Por otro lado, es cierto que los compositores de los siglos XVIII y XIX no escribieron sus lieder pensando en este tipo de voz pero, de hecho, no los escribieron para ninguna voz en concreto así que, ¿por qué no también contratenores?
Andreas Scholl y la pianista Tamar Halperin presentaron un programa muy similar, si no idéntico, al de su disco Der Wanderer, un programa elegido con inteligencia, con una presencia importante de canción clásica y buena parte de las obras de origen popular o populares "por imitación", lo que le permitió al cantante poner el énfasis en lecturas contemplativas o en clave pastoral más que en los rasgos más románticos (cuando era el caso) de las canciones. El canto de Scholl es directo y cálido, íntimo; su voz no es grande pero, por experiencias anteriores en el Liceu en localidades menos privilegiadas que la que ocupaba el martes, la proyección es correcta y se puede disfrutar perfectamente. Tiene facilidad para conectar con el público (aunque sobre este tema volveré más adelante) y si unimos a esto al acompañamiento delicado y también íntimo de Tamar Halperin, que intercaló un par de piezas entre los grupos de canciones a la manera de los Liederabende del siglo XIX, el resultado fue una agradable velada con momentos muy destacables.
El programa comenzó con un grupo de tres canciones de Haydn de su etapa inglesa, Despair, The Wanderer y Recollection, que recogía el melancólico espíritu semper dolens de John Dowland; Andreas Scholl las interpretó con la contención clásica que piden de manera muy convincente. Ahora bien: en la introducción del primer lied se oyó un teléfono, hacia el final se hicieron fotos con flash, las toses ruidosas fueron un acompañamiento sobrevenido y una parte del público aplaudió entre la segunda y la tercera canción, momento que se aprovechó para dejar entrar en la sala las personas que habían llegado tarde; por la cantidad de puertas que se abrieron y cerraron y el tiempo que tardaron en ocupar sus asientos, toda la tercera canción, era un grupo bastante numeroso. Difícil para el público concentrarse en estas condiciones, imagino que difícil también para los artistas y más difícil aún establecer la necesaria conexión de la que hablaba más arriba. Y si todo hubiera terminado aquí hubiéramos estado de suerte. Deberíamos hacer algo al respeto, todos, público y teatro.
Tras las accidentadas piezas de Haydn vino un grupo de lieder de Franz Schubert, empezando por Im Haine, que tuvo como preludio un breve vales del mismo compositor. Este grupo fue más irregular; en Abendstern y sobre todo en Du bist die Ruh faltó profundidad aunque, para ser justos, es muy difícil escuchar una versión de este último lied que le haga justicia.
A continuación un Intermezzo de Brahms y uno de los mejores momentos de la noche, Das Veilchen. No es fácil encontrar el equilibrio preciso para cantar la historia de una violeta que muere feliz pisada por una pastorcilla de la que está enamorada; Scholl le imprimió la intención precisa y contó la historia de Goethe pasada por el filtro juguetón de Mozart sin afectación y con aparente inocencia, como si fuera desconocedor de la tristeza que esconde; fue una versión preciosa. A continuación Mein Mädel hat einen Rosenmund de Brahms, esta sí realmente una canción popular, fresca y ligera, que cerró la primera parte.
La segunda parte fue protagonizada casi por completo por jóvenes; jóvenes que rezan desesperadas, como en Ellens Gesang III, o que asisten de lejos al entierro de su amada, como Der Jüngling auf dem Hügel, otro de los momentos más destacables del recital; Scholl dejó de lado la contención que había mostrado hasta ese momento y estrofa a estrofa fue recreando la dolorosa historia hasta la esperanzado final, bien subrayado por Tamar Halperin. También son jóvenes las dos doncellas, de Schubert y Brahms, que encuentran una respuesta muy diferente en su enfrentamiento con la muerte. En Der Tod und das Mädchen Scholl usó su voz natural de barítono para interpretar la Muerte, un recurso necesariamente atípico; cabe decir que las palabras de la Muerte, más tierna que seductora, fueron suficientemente expresivas, como lo fue también la aterrorizada muchacha de Es ging ein Maidlein zarte.
Dos obras maestras, In Stiller Nacht de Brahms y Abendempfindung de Mozart, nos devolvían a la atmósfera contemplativa con la que habíamos comenzado; la sentida interpretación del contratenor, con el mejor acompañamiento de la noche, nos llevaron hasta el final del programa oficial. Aún teníamos que escuchar dos propinas que nos llevaron a otro estilo, país y época. La primera, de nuevo In Stiller Nacht, pero esta vez los versos llevaban música del siglo XXI, la del compositor israelí Idan Raichel; la segunda, Shir Eras, una canción de cuna del compositor también israelí Sasha Argov, una muy buena manera de terminar el recital.
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