Por Alejandro Martínez
01/08/2014 Quincena Musical de San Sebastián: Auditorio Kursaal. Berlioz: La Damnation de Faust. Bryan Hymel, Julie Boulianne, Paul Gay, René Schirrer. Orquesta Nacional de Capitolio de Toulouse. Orfeón Donostiarra. Orfeón Txiki. Tugan Sokhiev, dir. musical. J. A. Sainz Alfaro, dir. del coro.
Seamos sinceros: aunque está plagada de signos de su genio, no es La condenación de Fausto la partitura de Berlioz con la que resulte más sencillo empatizar. Su tono estático, el irregular pulso de su libreto, el coqueteo con el oratorio por mor del protagonismo coral… toda una suerte de elementos que la han convertido, no en vano, en una partitura infrecuente en los teatros y salas de conciertos. No estamos ciertamente ante una ópera en sentido estricto (el propio Berlioz se refería a ella como “leyenda dramática”). Es más bien una obra para orquesta, voces y coro para la que no abundan puestas en escena solventes. El concierto que nos ocupa tuvo ciertamente sus altibajos y dejó patente el complejo reto de hacer justicia a esta partitura.
Sin la menor duda la sorpresa de la noche fue la espléndida interpretación de la mezzo canadiense Julie Boulianne en la parte de Marguerite. Cantar, dicho así en mayúsculas, es exactamente lo que ella hizo en sus dos intervenciones solistas, la hermosa canción del rey de Thulé y la extraordinaria “D´amour l´ardente flamme”. Pocas cantantes reúnen, de una forma tan sencilla y natural, tal compendio de facultades: una voz pastosa, homogénea, bien cubierta y timbrada, agradable; una emisión dúctil, bien templada; un fraseo estupendo, con exquisita atención al texto, muy sensible. Quizá no estemos ante una intérprete de trascendencia histórica, qué duda cabe, pero congratula ciertamente encontrarse con cantantes de las que nunca antes habíamos oído hablar pero capaces de ofrecer un canto tan espléndido. De lejos, ella fue lo más interesante de la velada. A su lado, decepcionante el Mefistófeles de Paul Gay, de quien teníamos buen recuerdo por sendas interpretaciones del San Francisco de Asís de Messiaen (Múnich) y del Fausto de Gounod (París). Sigue dando la sensación de ser un actor con oficio, pero el timbre, gastado y áfono, y sobre todo la emisión, mal resuelta en los extremos, corta de proyección y esforzada, le impide ir más allá de sus buenas intenciones. Así, incapaz de sonar ágil en el “Une puce gentile” o ligero en el “Devant la maison”, apenas cabe rescatar la solemnidad del acento que mostró en el “Voici des roses”.
Bryan Hymel, retomando esta parte de Berlioz que ya había interpretado anteriormente, nos dejó un sabor agridulce, por momentos muy entonado y por otros más distante. Un tanto taimado en el fraseo y menos resuelto en la tesitura alta que en otras ocasiones, logró no obstante ofrecer una espléndida rendición de su escena del cuarto acto, el extenso y complejo “Nature, inmense, impénétrable”, con una tesitura constantemente sobre el paso. Es justo destacar, asimismo, como en las anteriores ocasiones en que le hemos escuchado (Les Troyens en el Covent y Guillaume Tell en Múnich), su sobresaliente dicción en francés, infrecuente en los solistas anglosajones. Solvente, por último, René Schirrer en su pequeño cometido.
A pesar de su general solvencia, no compartimos esta vez en demasía el enfoque de nuestro estimado Tugan Sokhiev con esta partitura de Berlioz. Encontramos aquí su batuta, las más de las veces, enfática en demasía, sobre todo en el primer acto, buscando el impacto de unos decibelios por lo general innecesarios en una obra que busca la teatralidad por el efectismo en ocasiones, sí, pero que demanda grandes dosis de lirismo y contención. Lirismo y contención que Sokhiev mostró, bien es cierto, en la segunda mitad del concierto, justamente en los dos últimos actos, en los que interviene Marguerite y en los que se desarrolla el intenso final coral. Prodigioso aquí el detalle y mimo con que Sokhiev condujo a las voces del Orfeón y sobre todo al Orfeón Txiki por sus fueros. En todo caso, lo mejor de Sokhiev fue el acompañamiento en los momentos más líricos, ya fueran las dos arias de Marguerite o el intenso monólogo a la naturaleza de Fausto en el último acto.
Hemos escuchado ya en unas cuantas ocasiones a la Orquesta Nacional del Capitole de Toulouse y tuvimos la sensación en Donostia, sin embargo, de que sus naturales medios, de gran fuste, no lucían aquí en plenitud, sobre todo en el caso de las cuerdas, que no pudieron mostrar todo su brilló y empaste seguramente, nos atrevemos a decir, por causa de la acústica del Kursaal, que destaca mucho más los metales generalmente.
El Orfeón Donostiarra volvió a hacer gala de unos mimbres vocales excelentes, aunque sonó por lo general en forte, cuando no en fortissimo, quizá demasiado espoleado por la enfática batuta de Sokhiev, como antes mencionamos. Una emisión más variada y dúctil hubiera sido sin duda bienvenida en su contribución. Encontramos el timbre, el color mas específicamente, de las voces femeninas demasiado claro y próximo al que ofrecían a su vez las voces blancas del Orfeón Txiki, muy entonado este último en su importante cometido durante la escena final.
Compartir
Sólo los usuarios registrados pueden insertar comentarios. Identifíquese.