Por Mario Guada.
11-04-2014. Oviedo. Auditorio – Palacio de Congresos Príncipe Felipe. Ciclo «Conciertos del Auditorio». Johann Sebastian Bach: Matthäus-Passion BWV 244. Timan Lichdi, Falko Hönisch, Hana Blažíková, Maarten Engeltjes, Jörg Dürmüller, Klaus Mertens. Coro infantil de la Fundación Príncipe de Asturias Bach. The Amsterdam Baroque Orchestra & Choir. Ton Koopman, director.
Hay obras en la historia de la música que están fuera de toda duda. Su grandeza transgrede lo temporal y lo estrictamente musical, artístico. Este es el caso de la Matthäus-Passion BWV 244, que Johann Sebastian Bach [1685-1750] compusiera a finales de la década de 1720. A pesar de ser tan sobradamente conocida, esta enorme obra permanece aún en el campo de la discusión respecto a su fecha real de composición. Parece que la primera interpretación se realizó el Viernes Santo de 1727, en la Thomaskirche de Leipzig –al menos así lo demostró Joshua Rifkin en un artículo de 1975. Poco puede contarse al respecto de tan magna obra que no se haya repetido ya hasta la saciedad, tanto de su creación, como de su posterior caída en el olvido y redescubrimiento.
Concebida para solistas, doble coro [SATB│SATB] y doble orquesta: traverso I/II, oboe I/II [oboe d’amore I/II, oboe da caccia I/II], violín I/II, viola, violoncello, viola da gamba, órgano y continuo; el «Kantor» da aquí muestra de su absoluta genialidad poniendo música de una manera absolutamente maravillosa al crudo y palpitante texto de Picander. Pueden decirse muchas cosas acerca de esta pieza, pero simplemente destacaré las que son, desde mi punto de vista, las grandes claves de la misma: el manejo absolutamente demoledor de la retórica –se observa en decenas de pasajes–, el brutal dominio de la escritura y el contraste entre los dos coros y orquestas, el poderoso efecto que el «recitativo accompagnato» –tanto y tan bien tratado– aporta a los distintos momentos –especialmente en el rol del Evangelista–, el colorido instrumental totalmente deslumbrante, los coros brillantes y apabullantes –con especial mención a los indescriptibles «chorales», y la plasmación casi pictórica de la psicología de los personajes –a pesar de ser casi anónimos, podemos imaginarlos de una manera casi real.
Tener esta obra en una ciudad –cuando se acercan unas fechas tan idóneas– es siempre un evento de magnitudes considerables. Y si se tiene la suerte de contar con intérpretes de excepción, la cosa todavía se engrandece aún más. Oviedo sigue demostrando que está, a su manera, entre lo más granado de este país en cuanto a programación musical. No todos pueden decir que han tenido la fortuna de llevar a su auditorio a todo un Ton Koopman y su conjunto.
Comencemos, pues, por los solistas. El tenor alemán Tilman Lichdi ofreció un sólido evangelista –no en vano, este cantante está, en parte, especializado en estos papeles–, merced a un registro agudo poderoso, bien asentado, con un manejo del «falsetto rinforzato» muy solvente; si bien, su timbre resulta bastante particular, aportándole en ocasiones un carácter dramático excesivamente teatral a su rol, quizá más efectista que emocional. Su «mano derecha» en los largos recitativos fue el barítono germano Falko Hönisch, encargado de encarnar a Jesús, que a pesar de no estar especializado en canto histórico, presentó un Jesús decidido, con amplio registro, aunque quizá demasiado hierático –incluso más de lo que el personaje requiere. Para las arias se contó con algunos cantantes de excepción, más conocidos ya en el ámbito de la música antigua. Hana Blažíková, soprano checa de hermosa voz, mostró de nuevo que actualmente está en la primera fila entre las sopranos «bachianas»; canta con los mejores continuamente, y con la actuación de ayer se pudo comprobar el porqué: timbre exquisito, línea de canto elegante, fraseo excepcional y una facilidad para la expresión fuera de toda duda –solo hay que lamentar la escasa proyección en cierto momentos, que provocó que la orquesta se situase de manera demasiado imponente sobre su línea. El joven contratenor holandés Maarten Engeltjes, aun con una sólida carrera a sus espaldas pese a lo corta de la misma, fue quizá la menos brillante entre las voces solistas: su timbre no agrada todo lo que sería deseable y el registro agudo en ocasiones sufre de un sonido más abierto y «afeminado» de lo que, en mi opinión, es necesario para este tipo de voces; aun así, mostró gran dominio de su exigente papel, solventando los tremendos escollos técnicos con gran nivel. Jörg Dürmüller, tenor suizo, compañero de viaje de Koopman desde hace años, es un gran conocedor de la música de Bach, lo que se nota en cada una de sus intervenciones; en ocasiones muestra un extraño desajuste entre su registro grave y el agudo, resultando este último mucho menos redondo y algo más obscuro. Y qué decir del bajo alemán Klaus Mertens –quien sigue ostentando en indudable honor de ser el único bajo en la historia que ha interpretado todas las piezas de Bach en las que interviene un bajo-barítono–, más que, a pesar de su ya considerable edad, sigue manteniendo un color realmente favorable, además de una capacidad para entender la música de Bach que pocos en su registro tienen posibilidad de igualar; si bien ya no está en su momento álgido, sigue siendo un intérprete absolutamente válido y a tener en cuenta en toda interpretación de música del «Kantor».
The Amsterdam Baroque Orchestra & Choir es, por méritos propios, una de las formaciones más alabadas en las interpretaciones de la obra de Bach. De hecho, para muchos su nombre vendrá absolutamente a la cabeza de manera casi indisoluble al pensar en el nombre de Bach –quizá junto al Collegium Vocale Gent, The Monteverdi Choir o el Bach Collegium Japan. El coro, compuesto aquí por 25 miembros, rindió a un nivel altísimo, con momentos brillantes. Sonido muy empastado, afinación impoluta, gran balance entre líneas y un sonido siempre presente, en su punto justo, fue de lo más aplaudido por el público asturiano. También a gran nivel, aunque sin llegar a la excelencia de sus colegas cantores, la orquesta destacó especialmente por su sección de cuerdas, con unos violines y violas barrocas fantásticamente comandados por los concertinos de cada orquesta, Catherine Manson y Matthew Truscott, que destacaron especialmente por el exquisito y delicado sonido conseguido en cada uno de los recitativos «accompaganati». Sin duda fueron lo mejor de la orquesta. La sección de viento lució con claros contrastes. En general a un nivel alto, aunque con algunos problemas serios en el caso de los oboes da caccia –pero para aquellos que se preguntaban si un oboe barroco tiene que sonar mal siempre [en referencia a la Johannes-Passion ofrecida hace pocos días], hubiera sido bueno que escuchasen la interpretación de ayer, para comprobar que no–, mientras que las flautas –especialmente el gran Wilbert Hazelzet– mostraron momentos de calidad superlativa. El continuo, aun con ciertos problemas –la veterana Tini Mathot tuvo algún que otro despiste al órgano–, se mostró solvente, y especialmente colorido y personal, como siempre en el caso de los conjuntos que dirige Koopman –su continuo es, sin duda, el más brillante de todos los que pueden escucharse hoy día. El apartado solísitico también con claroscuros: muy bien los violines barrocos de Manson y Truscott es sus complejas intervenciones; al igual que la viola da gamba de Bob Smith –de nuevo hubiera sido bueno que los que se preguntaban lo mismo que con el oboe en la «Johannes» hubiesen presenciado esta intervención; bien solo los oboes barrocos, y regular –mal por momentos– el cello barroco de Werner Matzke, que deslució algunos momentos vocales de excepción.
Modesto, aunque suficiente, el papel del coro infantil de la Fundación Príncipe de Asturias, que dirige Natalia Ruisánchez, que aportó un toque tímbrico agradable, pero que pasó «sin pena ni gloria».
La dirección de Ton Koopman está ya casi fuera de debate alguno. Gustos aparte, la música de Bach respira de una manera realmente especial en sus manos. Selecciona los «tempi» y el carácter de cada número con atino, aportando en cada uno de ellos una sonoridad especial. Su carácter dicharachero se contrapone, en piezas como esta, a lecturas repletas de intelectualidad y una emoción contenida que consigue trasladar de manera poderosa al espectador. Siempre atento a los detalles, a cada sección, y con un «feedback» espectacular con el coro, Koopman demostró otra vez más por qué es considerado como uno de los máximos exponentes de la interpretación «bachiana» de los siglos XX y XXI.
A pesar de que la complejidad de la Matthäus-Passion es más y más patente en cada nueva escucha, ayer presenciamos una lectura de altura –uno no puede evitar reflexionar sobre que la calidad de los intérpretes en aquel momento no podía ser tan inferior a la actual como algunos plantean, a tenor de la música tan absolutamente difícil que Bach componía para sus efectivos. Si bien no tan profunda a nivel expresivo como hubiera cabido esperar, y contando con algunos momentos técnicos más flojos de lo habitual, el conjunto y director holandeses, rodeados de ese plantel de solistas de gran nivel, regalaron a Oviedo una velada de tres horas de esas que se recordarán largo tiempo.
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