Fidelio (Beethoven). Wiener Staatsoper. 29/12/2013
Lo clásico tiene su sentido y su vigencia, siempre y cuando tienda más bien a consagrarse como un vino añejo que como un vino rancio. De cómo se cuide el producto, musical en este caso, dependerá la deriva hacia una u otra tendencia. El Fidelio que nos ocupa, con la reposición de la propuesta escénica de Otto Schenk, se sitúa justamente en esa disyuntiva. Lo cierto es que la escena resulta ejemplar en su estilo, el de un realismo meramente decorativo y ciertamente periclitado, en el que la escenografía y el vestuario pretenden decirlo todo, con suma evidencia y sin semánticas que valgan más allá de la pura verosimilitud, aquí erguida como única y principal aspiración. Mucho ha llovido, es cierto, desde que Otto Schenk firmase sus propuestas para los principales teatros de ópera, y sin embargo en varios de ellos se siguen reponiendo. No es que retengan una vigencia inusitada, sino más bien un valor de archivo, casi arqueológico. A día de hoy, lo cierto es que junto a ese valor museístico es innegable subrayar su rancio realismo, que lejos de decirlo todo de un modo evidente, llega por momentos a no decir nada. A modo de curiosidad, pueden ustedes conocer esta producción a través de un DVD editado por Deutsche Grammophon, con Leonard Bernstein a la batuta de una función en la Staatsoper con Janowitz y Kollo como pareja protagonista.
Lo de Welser-Möst en el foso de la Staatsoper va camino de no tener remedio. Y es que ni siquiera en el repertorio a priori más ajustado a sus facultades logra presentar algo realmente memorable. ¿Cómo puede hacerse un Beethoven tan brusco y tan anodino con la materia prima de ese foso? Así fue todo el primer acto, generalmente brusco, casi bruckneriano, sin esa ligereza apolínea tan genuinamente beethoveniana. Un primer acto con un sonido apresurado y de brocha gorda, en lugar de nítido, transparente y arquitectónico. Todo mejoró por fortuna en el segundo acto, donde sí hubo momentos memorables, como la introducción orquestal a la escena de Florestan o, sobre todo, una espectacular recreación de la obertura Leonore no.3, intercalada antes del último cuadro. Eso sí fue realmente memorable, con una orquesta en estado de gracia y con un Welser-Möst que por momentos pareció reivindicar su valía en ese foso. Espectaculares de verdad esos casi quince minutos de música. No en vano todo cuanto siguió a la citada obertura tuvo un vigor y una belleza de las que quedan en el recuerdo. Memorable, ahora sí, todo el final, con una intervención brillantísima del coro.
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