Por Alejandro Martínez
03/08/2014 Festival Castell de Peralada. Jonas Kaufmann, tenor. Obras de Massenet, Verdi, Bizet y Wagner. Orquesta de Cadaqués. Jochen Rieder, dir. musical
Apenas unos segundos de crotoreo durante su interpretación del Träume de los Wesendonck Lieder de Wagner. Esa fue toda la interrupción que las impertinentes cigüeñas que jalonan el auditorio de Peralada osaron pronunciar mientras Jonas Kaufmann desgranaba su espectacular concierto. Una verdadera exhibición de medios e inteligencia que se recordará por mucho tiempo. Pocos tenores, y desde luego ningún otro a día de hoy, serían capaces de ofrecer un programa compuesto por tres arias de Verdi y una de Massenet en la primera parte y con dos páginas operísticas y dos lieder de Wagner en la segunda. Y no hablamos de partituras cualesquiera. Ni más ni menos que Don Carlo, Trovatore, La forza del destino, Die Walküre, Parsifal y Wesendonck Lieder. Kaufmann atraviesa el momento de máxima madurez y solvencia de su trayectoria y este concierto fue la perfecta suma de todas sus virtudes.
No obstante, el tenor bávaro salió muy rígido al escenario, transmitiendo tensión lo mismo en el gesto que en la postura. Venía de cancelar su última Forza de Múnich tras haber cantado las dos anteriores con una leve afección. Se percibía en su rostro, no por casualidad, la consciencia de quien sabe que se la juega y se expone con un programa exigente y ante un público expectante. El “Io la vidi” del Don Carlo verdiano, seguramente el papel del de Busseto que mejor ha cantado Kaufmann, le sirvió sobre todo para probar la voz, confirmar la colocación, asentar la proyección y ofrecer ya algunos detalles marca de la casa, como una respiración extraordinaria con la que hilar frase tras frase sin despeinarse. Prosiguiendo con la sección verdiana del concierto, continuó con una exposición sentida y bien medida del “Ah, si ben mio” de Manrico en Il trovatore. Una página a la que sientan como un guante sus dotes de fraseador medido e intenso, con un legato personal pero inatacable, hecho de inflexiones constantes, coqueteando una y otra vez con la media voz. Un verdadero trovador.
Llegó entonces la extensa página de Don Álvaro en La forza del destino, “La vita è inferno... O tu che in seno agli angeli“. Sin la menor duda el momento álgido de la noche. Nadie ha abordado así esta página, no ya hoy, sino en perspectiva histórica, con ese derroche de emisión en piano, con esa capacidad para regular y jugar con las dinámicas a placer. Una suma perfecta de su personalidad como intérprete y de su derroche de facultades técnicas. Memorable sin exagerar un ápice la valoración. Kaufmann remató la primera parte del concierto con el “Oh, souverain” de Le Cid de Massenet, una parte que nunca antes recordamos que hubiera interpretado. Con una excelente dicción en francés, incidió de nuevo en las virtudes ya recapituladas, destacando una vez más la firmeza de la emisión y la seguridad en el ataque. A su interpretación caben todavía algunos matices y acentos, pero nos quedamos sin duda con el crescendo progresivo, acompasado con la orquesta, que supo construir en la segunda repetición del aria, coronada con una franja aguda resuelta a placer.
La segunda parte la comenzó Kaufmann con el “Ein Schwert verhieß mir der Vater” de Die Walküre. Una página infrecuente en los conciertos y ante la que tiemblan no pocos de los tenores que abordan el rol de Siegmund en escena. Curiosamente, Kaufmann dio aquí la equivoca sensación de tener menos elaborado el fraseo, a causa de la insultante naturalidad con la que resolvió la partitura. Con este repertorio la colocación de Kaufmann se muestra levemente distinta, menos brillante, más dramática, con un sonido menos luminoso arriba y con un color por lo general más baritonal que con las páginas italianas. No olvidemos que Plácido Domingo construyo sus días como tenor wagneriano precisamente sobre estos dos roles, muy centrales y muy agradecidos para voces con un centro tan denso y solvente. Brillantes y sostenidos a placer en el caso de Kaufmann sus dos “Wälse!” e intachable desde todo punto de vista la resolución de toda la página. Hacer fácil lo difícil de esta manera está al alcance de muy pocos. De igual modo que muy pocos se atreverían a cerrar un concierto como este con una página tan sobresaliente pero tan poco triunfal como el “Amfortas! Die Wunde…” de Parsifal. Una página extensa, compleja y que no termina con una explosión álgida sino con recogimiento. Kaufmann volvió a demostrar aquí que se había tomado muy en serio este concierto, lejos de la tentación de ver en él una mera gala veraniega con la que hacer caja. Kaufmann tiene por delante unos años gloriosos si, como hasta ahora, gestiona su carrera con inteligencia. A la vista tiene ya sus próximos debuts como Otello, como Hoffmann y como Tannhäuser.
Entre los citados fragmentos de estas óperas de Wagner, Kaufmann intercaló dos de los Wesendonck Lieder, Schermerzen y Träume. El primero más matizado y contrastado que en la grabación de estas partituras que publicase hace un tiempo en Decca. Y la segunda con un sentimiento y un decir acariciador, trascendente, de los que son ya marca de la casa, matizando Kaufmann en ambos fragmentos las sucesivas estrofas como el buen liederista que es. El concierto se remató con cuatro generosas propinas, con un Kaufmann entregado, y cansado, que ciertamente ya no daba más de sí: “Donna non vidi mai” de la Manon Lescaut de Puccini, “Il lamento di Federico” de L´Arlesiana de Cilea, “Gern hab´Ich die Frau´n geküsst” de la operetta Paganini de Lehar y finalmente la popular “Dein ist mein ganzes Herz”, también de Lehar. Una vez más, un compendio de todas sus virtudes, con ese acento siempre variado, esa emisión rica en matices y ese timbre comunicativo. El colofón perfecto a una noche de auténtica exhbición por parte del tenor alemán, cuyo regreso esperamos ansiosos, el próximo 10 de octubre en el Palau de la Música de Barcelona, con un programa dedicado al lied.
Por su parte, la Orquesta de Cadaqués, en su días una excelente formación, con personalidad, y hoy por lo general reducida a una orquesta de circunstancias de irregular rendimiento, cumplió mejor de lo esperado aunque sin derroches. Lo cierto es que hay que tener los papeles mínimamente en regla para salir airoso de las páginas orquestales de Wagner incluidas en la segunda parte (obertura de El holandés errante, Preludio al tercer acto de Los maestros cantores y el preludio al acto tercero de Parsifal). Bastante menos solvente, en todo caso, su contribución durante la primera parte, con unos fragmentos orquestales escogidos con escasa fortuna, dicho sea de paso. Ni la obertura de Le Cid, ni el ballet de Il Trovatore ni el preludio al tercer acto de Carmen son piezas especialmente inspiradas para un programa como el presentado aquí en Peralada. Jochen Rieder, un director casi desaparecido de los fosos operísticos y con quien sin embargo Kaufmann viene trabajando a menudo en giras de conciertos como estos, dirigió con oficio pero sin mayor interés durante toda la velada. Buen pulso, poca personalidad y sobre todo mucha atención al solista, que era lo fundamental de la noche.
Foto: Shooting - Miquel González / Festival Castell de Peralada
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