POETA DEL TECLADO
Por Esteban Rey.
04/11/14. Barcelona. Palau de la Música Catalana. Obras de Liszt y Beethoven. Daniil Trifonov, piano.
Pocas veces los eslóganes de las discográficas se ajustan tan bien a la realidad como en el caso del joven pianista ruso Daniil Trífonov, cuyo recital en el Palau será recordado por los felices asistentes durante años. No se trata de un simple virtuoso del piano, de una vertiginosa máquina de teclear; Trífonov ahonda en la música que interpreta en busca de un significado o mensaje. Su madurez interpetativa es asombrosa y, a diferencia de la técnica, eso no se aprende en el conservatorio o escuchando a los grandes maestros del pasado. Trífonov tiene alma de músico y eso se nota en el modo en que toca.
La fantasia y fuga, transcripción de Liszt, con la que inició el programa sonó alejada a la idea actual de Bach, tan marcada por las tendencias historicistas. Trífonov ejecutó la fuga con un sonido seco y conciso que acercaba el timbre del piano moderno al mas adecuado del clavecín, a la vez que mostraba con transparente claridad los juegos contrapuntísticos de la partitura.
Sin recrearse en los aplausos pero concediendose unos largos segundos fuera de escena para concentrarse, Trífonov volvió al escenario con decisión para ofrecer una versión referencial de la última sonata de Beethoven. Superando sin dificultad aparente los inmensos escollos de la partitura, logró convertir la audición de esta obra maestra en una experiencia más que musical. La coherencia y profundidad de su concepción seria admirable en un músico veterano - para un músico tan joven resulta simplemente increible. La energia con que atacó el maestoso inicial dio paso a una versión meditativa y visionaria, especialmente en la arietta, donde consiguió sonoridades sublimes, llegando a pianísimos tan sutiles que el simple vuelo de una mosca los hubiera ahogado. Afortunadamente no habia moscas y el público estaba de tal modo hipnotizado por el arte de Beethoven servido -o mejor, destilado- por Trífonov que ni el mas leve ruido rompió el hechizo. Esta última palabra se antoja especialmente acertada, puesto que en ocasiones el poeta se convertía en mago, jugando con el flujo del tiempo y suspendiéndolo a placer en los fragmentos homofónicos, en los que la rigidez de las barras de compas se desvanecía y cada nota o acorde parecía sonar inevitablemente en el momento necesario. Antes de estallar en aplausos, el público acogió el final de la sonata con unos largos segundos de reverente silencio, como intentando asimilar lo escuchado. Si la música es capaz de algun modo de comunicar algo más que sentimientos, si es capaz de transmitir algun tipo de verdad profunda e indecible, entonces no hay duda de que todos los que asistimos a esta interpretación en el Palau nos llevamos a casa mucho mas que un recuerdo imborrable.
Si la exhibición de musicalidad de la primera parte era imposible de superar, en la segunda Trífonov se mostró casi sobrenatural al interpretar durante poco más de una hora y con una intensidad pasmosa los Doce estudios de ejecución trascendental, de Liszt, una de las obras mas difíciles -por no decir imposibles- de la literatura pianística y que raramente se interpreta entera en concierto. De nuevo, lo mas destacable fue su habilidad para combinar la fuerza con la sutileza, y la aparente pero efectiva simplicidad de su aproximación a las obras.
No hubo propinas después de tan exigente programa; no era necesario. Nos conformamos con que vuelva pronto.
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