Por Gonzalo Lahoz.
11/03/14. Madrid. Teatro de la Zarzuela. XX Ciclo de Lied. CNDM. Obras de Robert Schumann. Christian Gerhaher, barítono. Gerold Huber, piano.
Con frecuencia al público de música clásica se le exige una preparación, concentración y flexibilidad que no suele pedírsele a otros aficionados en otros ámbitos culturales. Por poner un ejemplo, no se concibe que uno asista a una función de teatro en la que se combinen extractos de Las suplicantes, La cabeza del Bautista y La noche de la iguana; mientras que sí en cambio, tal vez por ser la más viva de todas las artes, hoy en día se da por hecho la inclusión de piezas y obras de los más diversos estilos y épocas dentro de una misma cita musical. En la mayoría de las ocasiones los programadores y artistas procuran un hilo conductor, en otras la mezcolanza es tal que acabamos comprando pulpo como animal de compañía.
Con todo, es de agradecer que, de vez en cuando, podamos encontrar un programa tan compacto como el que Christian Gerhaher y Gerold Huber ofrecieron el pasado 11 de marzo en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, organizado por el Centro de Difusión Musical, que gracias a su labor prolonga la vida del Ciclo de Lied madrileño, en esta su vigésima edición.
Mayor coherencia imposible por parte de quien a menudo ha expresado su oposición a realizar heterogéneos programas para sus recitales: 32 lieder de cuatro ciclos, dos de ellos (Op.35 y Op.39) ofrecidos en su integridad, pertenecientes a 1840, ferviente época de composición del Schumann más primerizo en estas partituras, en la que también vieron la luz otros ilustres ciclos como Frauenliebe und -leben o Liebesfrühling y a la que el público pudo trasladarse desde un primer momento gracias al buen hacer de barítono y pianista.
1840 no fue un año cualquiera en la vida de Robert Schumann, supuso el la culminación de su idealización de la figura de Clara Wieck, que pasaría con su matrimonio en septiembre de ese mismo año a ser Clara Schumann y compartir con el compositor cada momento de su vida, con todos los altibajos posibles, hasta el día de su muerte. Schumann se encuentra en pleno descubrimiento de sí mismo como liederista, a la vez que su amor se ve pues realizado, justo los ingredientes necesarios para componer, dentro de las formas románticas y siguiendo el poemario de ilustres figuras de su época, un nutrido número de soberbias piezas del romanticismo de corriente germánica.
La voz de Christian Gerhaher debe su parte al hacer del mítico Fischer-Dieskau, que por algo fue alumno suyo (también de otra grande como Elisabeth Schwarzkopf) y siempre ha habido quienes le han acusado de imitarle. Lo cierto es que su carrera hubiera terminado hace tiempo si esto hubiese sido así, pues ninguna voz resiste el paso del tiempo sin seguir su propio cauce y menos en la forma en que se mostró en la Zarzuela. Las formas de Gerhaher son de una elegancia supina, de emisión canónica y nítida dicción, con alguna que otra fruslería y liviano amaneramiento como ciertas erres arrastradas y afectado fraseo por momentos que no le hicieron ahondar en gazmoñerías y exageraciones en las que muchos otros caen, siempre servido con un juego de contrastes y dinámicas y gran manejo de las medias voces que le facilitan su ascenso y andanza por el tercio superior, resultando una emisión siempre coperta, más a la italiana que de tradicionales guturalidades germánicas y sin fisuras o aperturas en el paso.
Con ella fue desgranando una noche que fue a más con cada pieza emprendida, comenzando ya en un alto nivel, quizá un tanto comedido, probándose a sí mismo en los primeros lieder, una selección de Myrthen, Op.25, para pasar a continuación a los Liederkreis, Op.39, donde Gerhaher trastocó a oyentes con certeras recreaciones de Schöne Fremde, Auf einer Burg (insolente línea de canto aquí la de Gerhaher) o Frühlingsnacht, en un desarrollo dramático a partir de una conseguida melancolía y ensoñador clima que resultaron perfectos para dibujar los bucólicos poemas de Eichendorff.
Die Löwenbraut (La novia del león), compuesta un par de meses antes de su boda con Clara Wieck, supone una clara alusión a su suegro Friedrich Wieck, quien durante tanto tiempo se opusiera al enlace, haciéndose más que evidente en el juego de tonalidades que Schumann realiza al otorgar al solista la voz de la muchacha (de sol menor a sol mayor), al igual que hiciera en la primera de las canciones que compusiera para Clara el día de su matrimonio, Myrthen, Op.25 que como he comentado se ofreció en parte al comienzo del recital. Acertadísimas las formas de Gerhaher dibujando a la delicada novia y su amor por el león en “Ich aber muss folgen…”, de conciso contraste y precisas modulaciones con la narración, desde el “die rosige Maid” de la primera estrofa a la encolerizada reacción de la fiera, realmente bien expresada, apoyada en una proyección siempre controlada y sin necesidad de afectaciones desbordantes. A su lado Gerold Huber dejó que todo el lirismo recayera en el barítono, con un fraseo incluso seco, tajante tanto en la presentación como en los dos interludios pero siempre dentro de la poesía necesaria en un piano tan exigente como el de Schumann, como demostró durante toda la velada.
Brillaron también las piezas finales de Zwölf Gedichte, Op.35, tras regalar todo un ciclo cargado de matices, tan exigente en variadas líneas de expresión tanto para el pianista como para el vocalista, desde la tormenta al teclado y la ardiente pasión del enamorado en Lust der Sturmnacht, al impetuoso Wanderlied, para acabar con la evocadora poesía de Stille Tränen en un sobrecogedor encuentro consigo mismo que sirvió a Gerhaher para desplegar todo su arte y rematar la noche, junto a la propina Requiem, Op.90, ya de un Schumann de formas más liberadas, con unos impecables Wer machte dich so krank? (con el juego de medias voces anteriormente comentado) y Alte laute, donde a través del marcado Langsam, leise y la engañosa introducción del piano, pareció detenerse el tiempo en 1840 y atraparnos para siempre en aquellos Sonidos de otro tiempo. Y nosotros encantados.
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