No era sencilla la tarea de escenificar una semi-ópera, inacabada para más señas, y lo cierto es que Sellars, aunque con notables altibajos de ritmo y tensión a lo largo de la representación, consigue armar un relato consistente, de gran sugestión y perfectamente encabalgado con una música inspiradísima, de belleza subyugante. Con esta versión de Peter Sellars la obra de Purcell crece por encima incluso de sus propias circunstancias y se nos brinda de paso la ocasión para una reflexión sobre lo que sucede en un teatro cada vez que se levanta el telón. Y es que con demasiada frecuencia el espectador considera que una representación operística es la mera ejecución de una partitura, al dictado que el compositor dejó por escrito, como si no hubiera margen ya alguno para la creación sobre las tablas. Muy al contrario, lo que vemos en escena nada más alzarse el telón no es otra cosa que una constante sucesión de interpretaciones, de recreaciones a partir de lo legado por el compositor. De ahí que Sellars, en este caso, haya podido ofrecer un espectáculo brillante precisamente por cuanto contiene de creación y de recreación al mismo tiempo. La obra de un compositor, pongamos el caso de Purcell, no se agota en sus partituras. La vitalidad y vigencia de la ópera reside precisamente en esa gradual dosis de creación que músicos y registas van sumando a ese registro semántico primordial que es la partitura. Cuando esa partitura está incompleta y corresponde además a una semi-ópera, a un espectáculo pensado expresamente para ser 'rellenado' por otros textos y géneros, lo cierto es que no cabe sino asumir el trabajo de Sellars como algo lógico, coherente y perfectamente pegado a la pretensión original del compositor. Además, toda la música a la que Sellars recurre para amalgamar su narración procede del propio Purcell, y se rescatan con ello fragmentos de gran valor y belleza, como sus salmos.
Vocalmente nos encontramos con un equipo de solistas más que solvente, aunque lejos de poderse valorar como brillante. Cabe destacar el canto sentido y bien medido de las dos sopranos, Julia Bullock como Doña Luisa y Nadine Koutcher como Doña Isabel. De los contratenores nos gustó más lo exótico y penetrante del timbre de Vince Yi que lo convencional, aunque ortodoxo, de Christophe Dumaux. Muy teatral y ajustadamente enfático el desempeño de Luthando Qave como sacerdote maya. En el caso de los dos tenores, Noah Stewart y Markus Brutscher, echamos de menos una emisión más resulta y un timbre más consistente y homogéneo. Por último, si algo nos pareció del todo desafortunado, hasta el punto de desentonar con el resto de la inspirada propuesta, fue la coreografía de Christopher Williams, insistente e irritante incluso en algunos momentos.
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