Violeta Urmana, que parece volver a la cuerda de mezzo (se anuncia este verano en Verona como Amneris), aquí sin problemas con la tesitura derivados de la erosión de su registro agudo y liberada de su falta de teatralidad, de ese obstáculo que constituye su escaso temperamento, exhibió en todo su esplendor su centro mórbido, bello, cremoso y esmaltado, así como su gran clase como vocalista y su fraseo nobilísimo y señorial. Fue la mejor del cuarteto con mucha diferencia.
No se puede negar la calidad del material de Jorge de León, un tenor lírico-spinto de tintes recios y viriles, con agudos potentes y squillanti, que dada la escasez de tales voces en la actualidad, provoca comprensibles adhesiones. Todo ello no puede ocultar que el fraseo es pedestre donde los haya, monocorde, ayuno de matices y la emisión, irregular con sonidos bailones y abiertos, incorrectamente apoyados. El canario, incapaz de la mínima regulación de las intensidades y con la afinación, aunque mejorada, lejos de ser segura, abordó uno de los "Hostias" más deficientes que uno pueda escuchar, sin atisbo, no ya de mediavoz que sería una pura entelequia, sino de canto piano, recogido y mórbido. Se defendió mejor en el "Ingemisco" que coronó con un brillante si bemol, uno de sus impactantes "pepinazos".
Aseadísimo, musical y elegante Ildebrando D'Arcangelo, fuera de juego en este repertorio ya que su sonido adolece de falta de anchura, amplitud, rotundidad, pastosidad y timbratura, incapaz de llenar la frase Verdiana. Todo ello quedó de manifiesto en el "Confutatis", así como la escasa entidad de los graves y los agudos taponados, pobres de metal, en una voz más propia del Figaro mozartiano.
La soprano armenia Lianna Haroutounian, que recientemente pudimos ver en Londres sustiuyendo a Anja Harteros como Elisabetta de Valois en Don Carlo, naufragó en su importantísimo cometido. En primer lugar dada la inexistencia de registro grave que provocó momentos embarazosos en el grandioso Libera me ("Libera me, Domine di morte eternain dies illa tremenda...", "Tremens factus, sum ego et timeo"... con abundantes sonidos abiertos e inaudibles), en segundo lugar, porque la soprano frasea con una vulgaridad pasmosa, ayuna de la mínima elegancia y clase. Apenas una voz sonora y algunas notas altas potentes y timbradas (junto a otras desabridas) ofrece esta soprano en medio de un canto falto de delicadeza, de elegancia, de clase, siempre en forte y una técnica deficiente y somera, que no le permite regular el sonido, filar o apianar una nota.
Foto: Javier del Real