Esta magnífica obra litúrgica ya fue ofrecida en el Teatro Real en 2007 dirigida por Jesús López Cobos y con intervención del Orfeón Donostiarra. En esta ocasión se interpretó en la segunda parte del concierto y encontró en la batuta de Renato Palumbo, un intérprete eficaz ya que no elegante, ni especialmente inspirado. El director italiano resaltó los aspectos más operísticos de la obra y acompañó con atención a los cantantes. La orquesta ofreció un nivel aceptable con una cuerda que ha mejorado mucho y sonó limpia, mórbida, empastada, aunque la agrupación titular aún tiene camino por recorrer en cuanto a refinamiento y transparencia del sonido. Notable el coro, de sonido poderoso, lleno, amplio y calibrado a pesar de alguna estridencia de la sección femenina.
La soprano americana Julianna di Giacomo volvía al Real después de su Valentine de Huguenots y su Suor Angelica. Estamos ante una soprano lírica con cuerpo, de centro redondo y esmaltado pero que va siempre abierta al agudo, que no esta técnicamente resuelto. Buena prueba de ello fue su interpretación de la magnífica y muy operística "Inflammatus et accensus" con ascensos muy hirientes, agilidad muy trabajosa y un fraseo compuesto pero poco vibrante. Mucho más incisiva Ann Hallenberg, que cantó la parte de la mezzo y se anuncia como tal, aunque el material de la cantante sueca es un tanto híbrido con un centro sonoro y corposo, grave débil y ascensos con cierta tensión al agudo. Muy desvaída la intervención de un incómodo Ismael Jordi, que justo es decirlo, cogió la sustitución del anunciado Charles Castronovo con muy escasa antelación. La voz, ya se sabe, resulta escasa de presencia sonora, muy pobre tímbricamente y la proyección muy justa ya que, además, el tenor carece de squillo y no logró emitir una nota sola con expansión y mordiente. Muy forzado y abierto el ascenso a re bemol sobreagudo en la fermata de la espinosa aria "Cujus animam gementen". Seguramente su próxima intervención en el Teatro Real como Nemorino será mejor oportunidad para poderle escuchar en mejor condición y que al menos, si no una voz de tenor protagonista, sí pueda lucir el innegable buen gusto de su canto. El rocoso Dmitry Ulianov, bajo oficial del Teatro Real en las últimas temporadas, monolítico y poco dúctil, luchó con una escritura poco favorable en la que tiene que apechugar con una complicadísima pieza a cappella junto al coro.
En la primera parte se interpretó la Sinfonia su tempi dello Stabat Mater del celebre Rossini de Saverio Mercadante. Una especie de suite con temas de la referida composición sacra en la que ésta se combina ya con elementos de un claro romanticismo. Un tanto atropellada y poco situl la interpretación de Palumbo, que tampoco remontó el vuelo en la subsiguiente pieza del programa, la exquisita Sinfonía nº 104 de Haydn. Una interpretación con algún momento destacable en cuanto a vivacidad, pero irregular, falta de hilazón, de transparencia, de delicadeza, de verdadera clase y fantasía.