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CRÍTICA: MARISS JANSONS DIRIGE A LA ROYAL CONCERTGEBOUW ORCHESTRA EN MADRID DENTRO DEL CICLO DE IBERMÚSICA. Por Alejandro Martínez

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Autor: Alejandro Martínez
8 de febrero de 2013
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¿DEMASIADO BRILLANTE?

Royal Concertgebouw Orchestra, dir. Mariss Jansons. Auditorio Nacional de Madrid, Serie Arriaga, Ibermúsica. 05/02/2012

      Quien firma estas líneas guardaba, y guarda, un recuerdo esplendoroso del paso de la Royal Concertgebouw Orchestra por el Auditorio de Zaragoza, en 2010, también con Mariss Jansons a la batuta. En aquella ocasión ofrecieron una lectura de la Quinta Sinfonía de Brahms de las que se graban a fuego en la memoria. Qué sonido, qué color orquestal, qué brillo y que esmalte el de esta orquesta. Ese sonido sigue estando ahí, y es reconocible, epatante y singular, pero no se ajusta por igual a todos los repertorios o a determinadas obras en particular. Quizá fuera el caso de la Sinfonía no. 5 de Tchaikovsky que se propuso aquí como segunda parte del concierto.
      Tampoco cabe duda, a estas alturas, del magisterio de Mariss Jansons, pero seguramente sí haya repertorios con los que guarde una mayor o menor afinidad. En este sentido, se echó de menos un mayor despliegue de imaginación y personalidad en su perspectiva sobre esta sinfonía de Tchaikovsky. Así las cosas, y dentro del evidente virtuosismo de esta formación, que se diría compuesta por un centenar de músicos que bien podrían haber hecho carrera como solistas, nos encontramos con un Tchaikovsky demasiado enfático, de sonido siempre brillante y triunfal, cuando de algún modo debiera sonar más bien lacerante, como si de una herida abierta en el alma de Tchaikovsky se tratase. En general, fue una recreación algo acelerada en sus tiempos. Quizá el recuerdo demasiado cercano de Gergiev y la orquesta del Mariinsky en su actuación en Barcelona nos llevase a comparar, sin pretenderlo, lecturas tan dispares, sobresaliendo así el dinámico Gergiev en la comparativa. De ahí que nos quedase la sensación, ante Jansons y la orquesta del Concertgebouw, de asistir al despliegue de un sonido demasiado brillante y no todo lo denso que debiera en su desempeño dramático, si bien siempre dentro de la excelencia técnica.

      Antes de la citada sinfonía de Tchaikovsky, en la primera parte del concierto se ofreció una fogosa e idiomática recreación del segundo Concierto para violín y orquesta de Bartok, a cargo del solista griego Leonidas Kavakos. El suyo es un violín firme, decidido, de una personalidad arrolladora y de un virtuosismo técnico que asombra, haciendo sonar sencillo lo endiabladamente complejo. No es casual su galopante proyección. Espléndida su contribución al concierto, por tanto, que cerró ofreciendo como propina el Andante de la sonata para violín en La menor BWV 1003 de Bach. Al final del concierto, como propina, la orquesta y Jansons ofrecieron una vivaz interpretación de la Danza eslava número 7 de Dvorak.
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