La disposición de los solistas vocales sobre el escenario tampoco estuvo exenta de cierta extravagancia, situándose los intérpretes de Minnie, Johnson y Rance (también Sonora, en el tercer acto) por delante del maestro Maazel, en sillas con atril, como si se tratase de unos profesores más, y el resto del elenco vocal en la parte posterior del escenario, por detrás del coro masculino (que estuvo a un gran nivel en su difícil e ingrata parte) a una muy considerable distancia del público. Con este planteamiento la descompensación sonora entre unos y otros solistas era evidente e imposible de evitar. Se intuían diferencias de volumen entre los más lejanos pero hasta el instrumento más aventajado llegaba muy mermado al respetable. Creemos que otra disposición hubiese sido preferible dotando de mayor prestancia a las interpretaciones de dichos solistas.
La triunfadora de la velada, por encima del propio Maazel, fue la soprano rusa Ekaterina Metlova. Habiendo iniciado su carrera como mezzo, ha sido apenas hace un año cuando su voz ha evolucionado a soprano y, a decir verdad, no se aprecia en ella nada de su pasado mezzosopranil. Creemos que su éxito de público, indudable, fue un tanto exagerado y en cierto punto nos atrevemos a considerar que ha sido un caso evidente de "más es mejor" donde el auditorio ha refrendado con más ovaciones al instrumento de mayor potencia. Analizando su prestación vocal encontramos una soprano de timbre un tanto impersonal y genérico que tampoco ofrece un fraseo de especial riqueza ni personalidad aunque técnicamente sí resolvió todos los escollos de una partitura escarpada como pocas. Apenas lució en un par de ocasiones ciertos detalles de recogimiento vocal ya que en el resto se dedicó a lucir decibelios en todas y cada una de las numerosas oportunidades que la partitura le ofrece lo cuál no significa que, por ejemplo, no sea lo que pide un momento musical tan impactante como el final del segundo acto, con ese tsunami orquestal y con una voz que siendo capaz de cabalgar por semejante oleada de sonido no deja impertérrito a nadie. No obstante, un incremento del metal y un estrechamiento del vibrato conforme la voz asciende al agudo recordaron en alguna ocasión a la ínclita Mara Zampieri, con notas que no pueden calificarse de "bellas" bajo ningún prisma.
Belleza faltó de forma especial en el timbre del tenor americano Jonathan Burton. Voz leñosa y con cierta suciedad en el registro central que mejora en brillo y color a partir del paso, con una zona grave solvente, así como con sólidos fundamentos técnicos en cuanto a la cobertura del pasaje, ascendiendo de forma brillante y con valentía en los momentos más exigentes de su rol. Quizás fue el intérprete que, en relación a las expectativas, más favorablemente nos sorprendió ya que es sabida la mayor dificultad de encontrar voces masculinas de este calibre. Creemos sinceramente que puede hacer una carrera interesante aunque no pueda contar con su figura ni con las dotes actorales que pudimos intuir como especiales activos. Salvó con fraseo incisivo y seguro el "Una parola sola...or son sei mesi" haciendo incluso algún alarde de fiato al ligar algunas frases. El "non sappia mai, la mia vergogna, ahime" resultó más que solvente y meritorio así como el "Ch'ella mi creda". En definitiva, un tenor capaz de salir airoso de un papel como el Dick Johnson ya es más que noticia en los tiempos que corren.
El sheriff Jack Rance fue interpretado por el barítono americano Paul LaRosa. Proveniente de la prestigiosa Juilliard School de Nueva York pertenece a esa "etiqueta" que ha venido en denominarse por algunos aficionados barihunks, o lo que es lo mismo, barítonos con rostros y físicos especialmente agradables en la línea abierta por Nathan Gunn o Simon Keenlyside y que frecuentemente son despojados de toda la ropa posible siempre que la propuesta escénica lo permita (cosa que suele suceder). Partiremos del hecho de que la interpretación de LaRosa no fue la que habitualmente se espera de este papel y que viene heredada desde Anselmo Colzani, Titto Gobbi o Gian Giacomo Guelfi hasta, más recientemente, Silvano Carroli, Lucio Gallo o Mark Delavan. Apenas encontramos atisbos de la rudeza habitual de estos intérpretes ni tampoco notas arrastradas o frases en parlato. Por el contrario, LaRosa ofreció una lectura mucho más intimista y legato, más propia de un Billy Budd o un Papageno, con una voz de barítono lírico de cierta brillantez en su registro central, graves justos y agudo esforzado. A todas luces parecía que el dramatismo del papel sobrepasaba claramente sus medios aunque al final de la función nos convenció parcialmente este acercamiento más cantado que hablado a un rol que quizás el aficionado tiene en exceso viciado por las interpretaciones del pasado. Se hubiera agradecido, en cualquier caso, algo más de tensión dramática en la "partita a poker" sin buscar tanto refugio tras el atril.