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CRÍTICA: GRAN 'PEPITA JIMÉNEZ' EN LOS TEATROS DEL CANAL. Por Gonzalo Lahoz

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Autor: Gonzalo Lahoz
26 de mayo de 2013
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Foto: Jaime Villanueva
FONDO DE ARMARIO

Madrid. Teatros del Canal. 23/05/13. Pepita Jiménez, de Isaac Albéniz. Nicola Beller Carbone (Pepita). Gustavo Peña (Don Luis de Vargas). Marina Rodríguez Cusí (Antoñona). Federico Gallar (Don Pedro). José Antonio López (Vicario). Axier Sánchez (Conde de Genazahar). Diego Blázquez (Primer oficial). Alfonso Martín (Segundo oficial). José Ramón Encinar, director. Calixto Bieito, director de escena. ORCAM. Coro de la Comunidad de Madrid. Coro Pequeños Cantores.

      Resulta paradójico que en el Teatro Real se haya estado representando Don Pasquale de Donizetti mientras que casi al mismo tiempo se representaba en la Sala Roja de los Teatros del Canal de Madrid Pepita Jiménez. Lo digo porque se ha de recordar que el intendente del Real, Gérard Mortier, erigido por sí mismo como adalid de la ópera española (al menos lo que él entiende como ópera española) y guardián de las puestas en escena para público "que piensa", ideó para estas fechas un Mercadante: La Reppresaglia, como título español (aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid ossia que se estrenó en Cádiz), pero finalmente Riccardo Muti, batuta encargada de la orquesta, desestimó el proyecto y acabamos escuchando un Don Pasquale donizzetiano con una puesta en escena de lo más ramplona y aburrida mientras que, en Canal, se ha hecho lo propio con Albéniz, genuino autor español y con una rabiosa régie cargada de contenido y sentido. Lo que viene siendo un gol por toda la escuadra, normal que Mortier no haya ni aparecido por los fueros de Boadella.
      En un principio Pepita se concibió como una comedia costumbrista, siguiendo más o menos de manera fiel lo escrito por Juan Valera en su novela homónima. Más tarde, durante los años sesenta, el insigne compositor y director de orquesta Pablo Sorozábal se preguntó, como muchos otros nos hemos preguntado, cómo una orquestación tan densa y rica podía albergar una comedia, cuando la orquesta arrastra al oyente a presagiar lo contrario prácticamente en todo momento;  por lo que decidió reconstruir la obra y transformarla en un drama al más puro estilo massenetiano. Muchas veces se habla de la gran, enorme y evidente influencia de Richard Wagner en la música de Isaac Albéniz, pero muchas menos se trata a Massenet como el filtro por el que bebe el catalán, siendo tantas las similitudes aquí en Pepita Jiménez (en su versión ulterior) más que evidentes, en el tratamiento de la orquesta obviamente, pero también en la vocalidad de los personajes y la psicología de los mismos.
      En esta subida a escena en los Teatros del Canal de Madrid, tal y como contaba recientemente Borja Mariño en un artículo para Codalario, se ha escogido una versión intermedia entre aquellas barajadas por Albéniz desde su creación en 1895 hasta su edición definitiva en 1904. Se respeta la orquestación original, reconstruida a partir de los diferentes manuscritos conservados, y se mantiene la división  en dos actos ideada para el estreno en Praga en 1896. Se presenta pues una visión que pretende ser lo más fidedigna posible a las intenciones del compositor, sin añadiduras ni recortes impuestas por manos ajenas. No es una comedia costumbrista en stricto sensu, aunque sí que se enmarca dentro del Realismo literario, tampoco es un drama puesto que no acaba mal. Es una historia de amor en la que por una vez no "è tardi" para los enamorados, aunque para ello se hayan tenido que superar las vicisitudes que la vida pone en el camino.
      Para plasmar esas amarguras, ayuda a la orquesta de Albéniz un inspirado Calixto Bieito (recalcar la soberbia iluminación de Carlos Márquez y Miguel A. Camacho, casi un personaje más), con una dirección de escena ambientada durante los años de represión franquista en nuestro país; de lo más simbolista, con un escenario repleto de armarios donde se esconden tragedias, opresiones y oscuridades fomentadas y apoyadas por una Iglesia amoral que juega una papel predominante durante todo el libreto, recalcándolo así el director burgalense. De este modo, durante el transcurso de la obra observamos monaguillos, toquillas, plañideras, celebraciones varias; pero también puertas marcadas, hambre, maltrato, sangre, abusos sexuales, muertos en la cuneta... y mucho, mucho silencio, siempre con la mirada cómplice o indiferente de una todopoderosa Iglesia.
      Evidentemente no todos los miembros que conformaban la Iglesia católica en España durante la dictadura se comportaron del mismo modo, esta es sólo una visión, que no deja de ser real por mucho que no quisiéramos que así fuese, y ahí está el mismo personaje de Don Luis de Vargas, que sufre por los desfavorecidos, que ama, que siente como suyo el dolor ajeno para recordárnoslo. Le da vida el tenor Gustavo Peña, con proyección más que solvente y cubierto el agudo, aunque se echaron en falta mayor intención en las dinámicas, mostrando una línea algo monocorde, siempre en el forte, aunque cantada con gusto, abriéndose camino por encima de la densa orquestación del de Campodrón. Marina Rodríguez Cusí creó y se recreó en el rol de Antoñona, regalando una sublime creación, como sólo las más grandes saben hacer; mientras que Nicola Beller Carbone en el papel protagonista se mostró algo histriónica en los gestos, entiendo que para acentuar la edad y el ansia de libertad de Pepita, y con un canto sensible, un tanto abierto en la zona aguda. Correctos por su parte Federico Gallar como Don Pedro y José Antonio López como El Vicario, con sus funciones bien resueltas.
      La Orquesta de la Comunidad de Madrid cumplió dentro de la corrección debida, si bien faltó un mayor grado de refinamiento por parte de José Ramón Encinar, aunque la orquestación pueda resultar algo áspera y desabrida ya de por sí. En conjunto una estupenda noche de ópera que acercaba al público madrileño una obra no muy habitual en el repertorio y que permitió a muchos acercarse a la ópera de Albéniz gracias a estas funciones (a tenor de los comentarios levantados en la primera frase de Antoñona al escuchar que oh, sopresa, la ópera se cantaba en inglés).  Finalizada la temporada lírica en los Teatros del Canal (a excepción del Festival Operadhoy), esperamos impacientes al anuncio de la próxima temporada, que según los mentideros de la villa será como viene siendo habitual: breve, pero coqueta.
 
Foto: Jaime Villanueva 
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