El clavecinista italiano ofrece un recital muy pobre y repleto de errores que no hace justicia a la Fundación Juan March, aunque no logra empañar una temporada que se salda con un balance sobresaliente.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 13-VI-2017 | 19:00. Fundación Juan March. Músicas en las cortes del Antiguo Régimen [Viernes temáticos]. Entrada gratuita. Obras de Domenico Scarlatti, Sebastián de Albero y Carlos Seixas. Rinaldo Alessandrini.
Concluía el ciclo Músicas en las cortes del Antiguo Régimen, uno de los de mayor enjundia de la temporada 2016/2017 de la Fundación Juan March –recién finalizada–, con la presencia del clavecinista y director italiano Rinaldo Alessandrini. El concierto, que estaba programado en un principio para los días 24 y 25 de marzo, tuvo que ser aplazado por enfermedad del intérprete, siendo trasladado a la presente fecha, ya fuera de la temporada oficial de la Juan March. Sin duda, y a priori, la ocasión lo merecía. Pero como sucede en tantas ocasiones –más de la que debería–, la velada pintaba mejor sobre el papel escrito que en el resultado final ofrecido. Y es una verdadera lástima, dado que el programa era uno de los que más podía atraer al espectador ya iniciado –no es un programa para todos los públicos, esa es la verdad–. Resulta un punto preocupante comprobar que, de todos los artistas programados para este ciclo, han sido precisamente las grandes figuras históricas ya establecidas desde hace décadas en el panorama de la interpretación con instrumentos originales, quienes más han defraudado al que escribe: Florilegium, Ensemble Aurora | Enrico Gatti y el propio Alessandrini. Poco o nada se puede achacar a los programadores en este caso, pero resulta lamentable que esto se produzca, pues no parece casual.
Alessandrini acudía a la Fundación con un magnífico programa de clave ibérico conformado por diversas obras de tres de los grandes compositores para tecla de España y Portugal en el siglo XVIII: Domenico Scarlatti (1685-1757), Sebastián de Albero (1722-1756) y Carlos Seixas (1704-1742). El programa se vio alterado con respecto al anunciado inicialmente, quedando estructurado en tres grandes bloques, cada uno de los cuales se dedicó por completo a uno de los tres autores. Comenzando por Scarlatti, el afamado clevecinista y compositor italoespañol nacido en Napoli, pero que pasó buena parte de su vida y su carrera en España, al servicio de la corona. De él se interpretó, como no podía ser de otra forma, una selección de sus celebérrimas 555 sonatas para clave. Se escogieron cinco de ellas, quizá de las menos interpretadas habitualmente en concierto: K 162, 58, 60, 30 y 173, conformando una selección que alternaba sonatas virtuosísticas en tempo rápido, con otras en tempo lento y escritura fugada con notables cromatismos. Las sonatas de Scarlatti no se han ganado su posición como uno de los mejores ejemplos de la música para tecla en la historia de la música occidental por nada, y es que estamos ante obras de una genialidad absoluta, como se demuestra sonata tras sonata.
El segundo bloque, compuesto por otras cinco sonatas, estuvo dedicado a la figura de Sebastián de Albero, clavecinista, organista y compositor navarro que desarrolló una importante carrera en la Capilla Real, a pesar de abandonar este mundo demasiado pronto. Por este y otros motivos lamentablemente existe y se ha conserva muy poca su producción, pero la existente, treinta sonatas para tecla que se conservan en la Biblioteca Marciana de Venezia, así como seis obras aisladas que transitan entre la fuga, la sonata y la recercada –conservadas en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid–, es un ejemplo brillante, luminoso y fascinante de su capacidad creadora. Si este fuera un país normal, se dedicaría menos tiempo y esfuerzo en pelear la nacionalidad española de Scarlatti y se emplearía en poner en valor la magnífica música de este autor. Son obras muy en el estilo scarlattiano, con resonancias a las sonatas de este, aunque con toques más imaginativos, mayor presencia de las progresiones y un toque más colorista en sus melodías.
Para concluir, se introdujo la presencia de Carlos Seixas, el compositor, organista y clavecinista portugués, cuya presencia en el presente programa se justifica por su relación con Maria Bárbara de Bragança. De él se interpretaron cuatro piezas, tres toccate –en Do menor, Sol mayor y La mayor–, así como su Sonata n.º 6. Las tres primeras piezas aparecen extrañamente en el programa con la denominación toccata, además de sin el número de catálogo, sobre todo porque, como bien dice el clavecinista portugués Miguel Jalôto, esta denominación cayó en desuso hace varios años, siendo actualizada en su catálogo por estudiosos como João Pedro d’Alvarenga. Sea como fuere, las obras denotan un estilo en mayor medida alejado del scarlattismo, con obras estructuras en dos o tres movimientos, con notable presencia del minuetto y una escritura más personal, aunque los movimientos rápidos no pueden menos que trasladarnos al universo de Scarlatti en varios momentos. Es música de gran altura, realmente idiomática y de notable virtuosismo.
Un programa fabuloso, de inmensa calidad compositiva y enorme belleza, repleto de contrastes y momentos apabullantes. ¿La pega?, que presenta complejidades técnicas muy elevadas que exigen del intérprete mucho trabajo y estudio, así como un conocimiento profundo del estilo. ¿Y el problema principal? Pues que Alessandrini parece haber acudido con las obras cogidas con pinzas, a tenor de la multitud de errores y la suciedad permanente en su interpretación, lo que terminó por empañar todo su recital. No estuvo cómodo en ningún momento de la velada. Los tempi elegidos, alejados quizá del frenesí enérgico de algunos interpretes cuando acometen las sonatas de Scarlatti, pueden ser visto como una elección puramente interpretativa y como tal ha de respetarse, pero realmente no funcionó en ningún momento: los movimientos rápidos resultaron demasiado lentos y los lentos totalmente anodinos. Terminó por existir muy poco contraste entre los movimientos en Allegro y Andante, lo que provocó una monotonía que tiñó de un tono plúmbeo la actuación. Por lo demás, una visión carente de toda vida y expresión, que resultó absolutamente plana, sin apenas juego de dinámicas y registros, con un fraseo cansino y tremendamente aburrido. Antes que la música deben estar las notas; aquí no hubo ninguna de las dos.
De cualquier manera, y aunque la Juan March no se merezca una despedida amarga como esta para la temporada que ahora concluye, no cabe sino felicitar a la institución madrileña por la excepcional programación para 2016/2017. Son pocos los peros que se le pueden poner a Miguel Ángel Marín y su equipo, y estoy seguro de que ellos mismos están ya trabajando de cara a septiembre para subsanarlos convenientemente. Personalmente, y habiendo disfrutado de muchas de las temporadas musicales de las grandes instituciones que operan en la capital, debo decir que la de la Fundación Juan March me parece la más cuidada y exquisita de todas ellas. Por tanto, únicamente cabe poner deberes a su público, que sigue ofreciendo muestras de su falta de respeto, decoro y la más mínima educación concierto tras concierto. Quizá en la temporada 2017/2018 dejemos de ver a buena parte del respetable abandonar el reciente antes de que acabe el concierto o cuando el intérprete está todavía saludando en el escenario; de observar tan notables faltas de puntualidad, especialmente en las conferencias o charlas radiofónicas previas a sus conciertos; o de disfrutar de una manera más respetuosa y silenciosa los magníficos conciertos que los programadores se afanan en ofrecer al público de forma gratuita. Por pedir…
Fotografía: fondazionetoscanini.it
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