El legendario conjunto francés recaló en la capital española dentro de su gira de celebración de sus 40 años de existencia, ofreciendo una gala barroca de enorme impacto emocional, con un gran equilibro entre el ambiente distendido, el intimismo más sobrecogedor y la opulencia bien entendida.
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 15-XII-2019. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Universo Barroco]. Una odisea barroca. 40 años de Les Arts Florissants. Obras de George Frideric Handel, Henry Purcell, Marc-Antoine Charpentier, Jean-Baptiste Lully, Honoré d'Ambrius y Jean-Philippe Rameau. Sandrine Piau [soprano], Lea Desandre [mezzosoprano], Christophe Dumaux [contratenor], Marcel Beekman [tenor], Marc Mauillon [bartítono], Lisandro Abadie [bajo] • Les Arts Florissants | William Christie y Paul Agnew.
Que mis divinos conciertos, que mi dulce armonía,
felices guerreros, colmen vuestros corazones
de mil dulzuras inocentes.
Floreced, doctas artes, la discordia está desterrada,
y vuestra enemiga, la guerra,
[…] ejerce su furor muy lejos de estas tierras.
[…] Quiero que mis divinos conciertos, que mi dulce armonía,
felices guerreros, colmen vuestros corazones
de mil dulzuras inocentes.
Anónimo, en Les Arts Florissants de Marc-Antoine Charpentier [1685].
Llegué a Les Arts Florissants [LAF] y a William Christie hacia finales del pasado siglo y los inicios del presente, cuando era un joven embebido en la música de Jean-Philippe Rameau, que supuso para mí un impacto realmente brutal. Por aquel entonces, y en décadas precedentes, LAF y Christie eran los máximos exponentes de aquel compositor, a través del cual comencé a imbuirme de manera profunda en el maravilloso universo del Barroco francés. De hecho, aún recuerdo con absoluta nitidez la primera vez que pude escuchar a este conjunto en directo, en una de sus visitas a Madrid, allá por el 2005, para presentar la segunda edición de su recién creada academia para jóvenes cantantes bajo el título de Le Jardin des Voix. Las sensaciones vividas en aquel concierto me persiguieron varios años.
Espero no haberles importunado con estas breves líneas de tinte personal, pero cuando me encontré el pasado 15 de diciembre sentado de nuevo en el Auditorio Nacional para atender al evento que allí había aglutinado a un público totalmente entregado –que casi llenaba por completo la más de 2.300 localidades sala sinfónica–, no pude evitar acordarme de aquella ocasión, hace ya tres lustros. El Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM], que desde luego tiene una querencia especial a este conjunto, volvía a presentarlo dentro de su temporada musical, aunque en esta ocasión con una razón de peso: la conmemoración de su 40.º aniversario, dado que LAF fue fundado por Christie en Paris en el año 1979. Bajo el título Una odisea barroca. 40 años de Les Arts Florissants, recalaba la magnífica agrupación dentro de su celebrativa gira europea para ofrecer una auténtica gala barroca, en el mejor de los sentidos, la cual ha pasado ya por Londres, Hamburg, Baden-Baden y que concluirá en la capital parisina el próximo 21 de diciembre.
¡40 años no es nada! Eso cabría decir a tenor de lo escuchado en esta festiva velada. El programa, inteligentemente concebido y engarzado, estaba dedicado a las dos naciones a las que LAF y Christie han dedicado más tiempo, tanto en su discografía como en sus conciertos: Francia e Inglaterra. Decir que este conjunto es el máximo exponente en la interpretación historicista de la música del Grand Siècle no es faltar, ni un ápice, a la verdad. ¿Qué ha habido y hay otros magníficos ensembles especializados en estos repertorios? Absolutamente. Pero considero que la música de Rameau, Marc-Antoine Charpentier, Jean-Baptiste Lully, André Campra, Louis-Nicolas Clérambault, Michel Pignolet de Montéclair, Guillaume Bouzignac, Michel-Richard de Lalande, Jean-Joseph Cassanéa de Mondonville, Henry Desmarest o François Couperin pocas veces ha encontrado mejor acomodo que en las manos de Christie y los suyos, especialmente cuando se trata del repertorio escénico o la gran música sacra, lo que en su día les otorgó la inmensa fama que han logrado ostentar hasta la actualidad.
Este fue un concierto enfocado claramente en el devenir del tiempo, en una clara alusión a los que el conjunto ha sido, pero también a lo que pretende ser. De ahí la presencia del factótum, Bill Christie, fundador y alma mater de LAF –sin el cual este conjunto no hubiera sido nunca lo que fue y sin el cual tiene poco sentido–, pero también de Paul Agnew, invitado de excepción aquí como director musical asociado del conjunto que es desde hace seis años. Y es que Christie, que es persona de enorme inteligencia, se ha dado cuenta de que el legado de LAF no debería desaparecer con él, y por ello ha ido creando –poco menos que a su imagen y semejanza– a alguien que pueda sucederle al frente de su conjunto cuando él ya no esté. No obstante, Agnew –otro músico de enorme talla y gran inteligencia– ha querido darle sus matices a este conjunto, recorriendo algunas sendas que con Christie parecían inviables, como evidencia su trabajo con el repertorio madrigalístico. A buen seguro la «era Agnew» traeré maravillosos momentos a los seguidores de LAF. Pero de momento, parece que queda Christie para rato.
El concierto, concebido en dos grandes bloques, comenzó con una primera parte dedicada íntegramente a Inglaterra, con la presencia de quienes son –con sus meridianas diferencias– los dos representantes más importantes del Barroco en las islas: Henry Purcell (1659-1695) y George Frideric Handel (1585-1759). Del primero se interpretaron algunos fragmentos de sus semióperas The Fairy Queen, Z 629 y King Arthur or The British Worthy, Z 628, así como la obertura y el primero coro de la oda Welcome to all pleasures, Z 339. La música de Purcell –a la que Christie y su conjunto dedicaron en su día importantes esfuerzos– les resulta muy cercana, quizá por esa gran carga de afrancesamiento que la música tiene. Fantástica presencia en las obras escénicas del británico por parte del tenor Marcel Beekman, así como de Christophe Dumaux, Marc Mauillon y Lisandro Abadie en el trío «May the God of Wit inspire» [The Fairy Queen]. No obstante, el papel más destacado lo protagonizó aquí el coro de LAF, brillante en los momentos que le tocó acometer, especialmente en el precioso Pasacalle «How happy the lover» del acto IV de King Arthur. Magníficas prestaciones, asimismo, en el célebre himno «Zadok, the Priest», HWV 258, de Handel, con que se abrió la velada, tras la interpretación de la magnífica y noble obertura de su ópera Atalanta, HWV 35 con gran participación, aunque breve, de Gilles Rapin, Serge Tizac y Fabien Norbert a las trompetas barrocas. Mención especial, por tanto, para un coro notablemente nutrido, en el que se logró una mixtura interesante al mezclar contratenores con mezzosopranos para el repertorio inglés, así como la presencia de los específicos haute-contre [tenores agudos] para el francés. Balance muy bien compensado entre las partes, con una afinación muy correcta en todo momento, un empaste bien trabajado y una emisión de gran belleza sonora, solventando muy bien los momentos más delicados, especialmente en algunos de los coros de Handel, Charpentier y Rameau. Sin duda, el coro de LAF siempre ha sido uno de sus los garantes del éxito de Christie. Qué placer comprobar que la cosa continúa, especialmente comprobando que se puede mantener un delicado pero firme equilibrio en miembros ya históricos de la formación con incorporaciones recientes.
Los coros y partes orquestales se intercalaron, como no podía ser de otra forma, con arias para el lucimiento de los solistas invitados, de nuevo una mezcla inteligente de cantantes que llevan colaborando con la agrupación tres décadas –caso de Sandrine Piau–, junto a otros jóvenes intérpretes salidos en algún momento de Le Jardin des Voix –Lea Desandre, Christophe Dumaux y Marc Mauillon–, además de otros cantantes que colaboran desde hace algunos años con LAF –caso Beekman y Abadie–. Podrían ser otros, sin duda, pero desde luego las prestaciones ofrecidas aquí por los presentes se situaron entre lo notable y lo excepcional. Sandrine Piau es una de las grandes voces del repertorio barroco desde hace décadas, pero su presencia escénica y su magnificencia vocal siguen en estado de gracia permanente, como demostró en esta primera parte en el aria «Tornami a vagheggiar» de Alcina, HWV 34, exhibiendo una magnífica elegancia y solvencia en la coloratura, un enorme refinamiento en su línea de canto, con un timbre noble, de notable proyección y de una delicadeza en el agudo apabullante. La joven mezzosoprano francesa Lea Desandre es sin duda una de las mejores voces de cuantas se acaban de incorporar al panorama internacional. Es precisa, muy expresiva, refinada, sutil, inteligente y está repleta de recursos. Interpretó un «Scherza infida» de Ariodante, HWV 33, de inmensa altura, a pesar de que la magnífica línea independiente para el fagot –tan importante en esta aria– no estuvo a la altura de las circunstancias. Juntas acometieron una brillante y sutil versión del dúo «Bramo aver mille vite», de esta misma ópera. El contratenor galo Christophe Dumaux no brilló especialmente en la magnífica «escena de la locura» de la ópera Orlando, HWV 31, a pesar de que es uno de los momentos «handelianos» más logrados dramáticamente. Su emisión resultó demasiado pequeña para la sala sinfónica y fue engullido por la orquesta en más de una ocasión. Presentó un timbre algo tenso en el agudo, aunque es un cantante excepcionalmente expresivo, lo que sin duda logró subir muchos enteros a su aportación a esta fiesta. Por su parte, Beekman es un tenor con una vis cómica notable, que se adapta muy bien al repertorio «purcelliano», como demostró en la canción «Come all ye yongsters» [The Fairy Queen], aligerando la emisión en el agudo para aportar un carácter más «insustancial». Supo cambiar de registro con fortuna en el aria «I’ll to the well-trod stage anon», perteneciente al oratorio L’Allegro, il Penseroso ed il Moderato, HWV 55, de Handel.
A todo esto, importante el aporte orquestal, liderada a la cuerda por el histórico violinista Hiro Kurosaki –que en la segunda parte intercambió el puesto con el magnífico Emmanuel Resche-Caserta, que lidera la sección de cuerda desde hace algún tiempo y que toca con un fantástico Francesco Ruggeri–. La presencia y el intercambio de ambos ejemplificó de forma clarificadora el momento actual en el que se encuentra LAF. En la orquesta pudieron escuchar algunas de las «viejas glorias» de LAF que sin embargo siguen muy presentes, como el violonchelista David Simpson, el contrabajista Jonathan Cable, la percusionista Marie-Ange Petit, los flautistas Charles Zebley y Sébastien Marq, las violinistas Sophie Gevers-Demoures y Myriam Gevers, el violista Simon Heyerick o la clavecinista Béatrice Martin, todos ellos intérpretes que llevan junto a Christie varias décadas –algunos de ellos casi desde los inicios de LAF–. El conjunto se completó con grandes músicos de generaciones posteriores, algunos de los cuales son realmente jóvenes, caso del genial Thomas Dunford, que es sin duda uno de los mejores activos que tienen el conjunto en la actualidad.
Creo que éramos muchos los que esperábamos con especial interés la segunda parte, dedicada exclusivamente al Grand Siècle, pues este es el repertorio en el que mejor se han movido Christie y sus huestes. Tres compositores fueron los protagonistas, quizá los que mejor representan lo que ha sido LAF desde hace cuatro décadas: Marc-Antoine Charpentier (1643-1704), Jean-Baptiste Lully (1632-1687) y Jean-Philippe Rameau (1683-1764). Del primero, dos fragmentos de la obra de la que LAF tomó su nombre, con Piau y el coro abriendo este segundo gran bloque. Honoré d’Ambrius (1660-1702), un compositor muy poco conocido, probablemente alumno de Michel Lambert, sirvió para ofrecer el momento más íntimo y sin duda uno de los más especiales de la noche, con su air de cour «Le doux silence de nos bois». Fue gracias al barítono Marc Mauillon, quien concibe este género de forma muy especial, con un timbre muy particular, un conocimiento realmente profundo de la ornamentación y una verdad sobre el escenario como pocas veces se pueden escuchar en la actualidad. Estuvo acompañado de manera increíblemente sutil y efectiva por la tiorba de Thomas Dunford, que por otro lado ofreció un continuo a lo largo de las dos horas de música de un nivel estratosférico. Tras este momento tan subyugante, la presencia de Lully, con Atys –ópera indisolublemente unida a la legendaria versión de Christie y LAF en 1987. Con dirección escénica de Jean-Marie Villégier–, marcó otro de los momentos más emotivos de la noche, especialmente gracias a la belleza del Preludio y el trío: «Dormons, dormons tous», en una magnífica plasmación de los solistas masculinos.
Jean-Philippe Rameau fue, de largo, el autor más representado en este concierto de gala, quizá porque es el compositor más unido a Christie y LAF, quienes han grabado buena parte de sus obras escénicas a lo largo de estas cuatro décadas. Se interpretaron fragmentos de tres de sus obras para la escena, comenzando por Les Fêtes d’Hébé ou les Talens lyriques, RCT 41, con una exquisita Lea Desandre encarnando a la música en el aria «Pour rendre à mon hymen tout l’Olympe propice», y dejando clara constancia de que el repertorio barroco francés le es muy apropiado a su voz. Afortunadamente Francia sigue dando voces de una calidad extraordinaria para continuar rescatando esa mina de oro patrimonial que es la música francesa de los siglos XVII y XVIII. Fantástica también la adecuación de Mauillon el drama «rameauniano» en «Ah! qu’on daigne du moins», «Puisque Pluton est inflexible» de Hippolyte et Aricie, RCT 43. Con Platée, RCT 53, llegó el desenfreno a esta Odisea barroca, primeramente de la mano de Marcel Beekman, que encarnó a la protagonista –travestismo incluido– en su maravillosa ariette «Que ce séjour est agréable!», cantada con un registro agudo interesante, aunque a veces un tanto abierto, pero con una vis cómica que sin duda sacó las sonrisas de los asistentes. Lástima que el propio Agnew –quien en su día encarnó probablemente a la mejor Platée que se recuerda sobre los escenarios– no se animara a ponerse de nuevo en la piel de esta fascinante náyade. Le siguió la brillante escena protagonizada por La Folie [la locura], que Piau encarnó de manera muy verosímil y vocalmente excepcional, tanto en el preludio «Formons les plus brillants concerts» como especialmente en la ariette «Aux langueurs d’Apollon», que exige un dominio de la coloratura y un registro realmente extenso, solventados ambos con excelencia por la soprano gala.
El concierto concluyó con Les Indes galantes, RCT 44, una de las óperas más célebres del compositor de Dijon, de la que se extrajo la segunda entrada «Les Incas du Pérou» casi completa, eliminando las partes de danza orquestales y algunas de las partes solistas finales. Piau y el magnífico bajo argentino Lisandro Abadie –que por fin aparecía de manera continuada, tras haber participado de manera casi testimonial hasta el momento– fueron los encargados de darle vida a los roles de Phani y Huascar, con exquisito resultado. El aria de Phani «Viens, Hymen» es probablemente uno de los momentos más maravillosos de toda la ópera, y a fe que fue expuesto de igual manera en la voz de Piau, que ofreció una antológica versión, con suma delicadeza y solventando con total autoridad la exigencia técnica que presenta. Brillante, del mismo modo, la participación del coro, con esa sonoridad tan típicamente francesa que solo estos conjuntos especializados logran recrear de forma tan efectiva. Magnífico, asimismo, el concurso de la plantilla orquestal. Excepcional la sección de cuerda en todo momento, con un empaste muy logrado, una tersura en la emisión y una imponente presencia. No lo fue menos el continuo, especialmente en la escritura armónica tan particular y sorprendente de Rameau, que fue delineada con suma inteligencia por Simpson, Cable, los fagotes de Claude Wassmer y Robin Billet, y especialmente por el clave y órgano positivo de Béatrice Martin y la tiorba de Thomas Dunford. Qué dos monumentales intérpretes y continuistas, logrando un equilibrio tan delicado y fascinante entre la sobriedad y severidad de la primera con la fantasía, imaginación y despliegue técnico del segundo. Pocas veces puede presenciarse un continuo de este nivel sobre el escenario.
Con el celebérrima «Forêts paisibles», de la cuarta entrada de la misma ópera, se cerró esta festiva velada, con una Marie-Ange Petit acaparando –con total merecimiento– todas las miradas al tambor y los cascabeles, quien además ofreció una lección magistral de percusión histórica a lo largo del concierto.
William Christie y Paul Agnew son dos directores de suma inteligencia, pero con claras diferencias entre ellos. Christie es quizá más cerebral, con un gusto más marcado por lo francés, por el drama escénico, por las líneas orquestales y los solistas, mientras que Agnew se desenvuelve con mayor destreza en el trabajo de conjuntos vocales, con un mayor acierto en el repertorio italiano, quizá un punto más visceral, aunque muy analítico, también con una gran atención a los solistas, pero sin duda un director más coral que su mentor. Juntos logran una conjunción perfecta. Agnew, que apareció aquí de forma secundaria, dando más protagonismo a aquel que ha sido todo en LAF desde sus inicios, brindó una dirección de Purcell exquisita, así como Lully, incluyendo el magnífico Handel de la coronación, todo ellos con enorme éxito, aportando a veces una luminosidad que Christie parece no lograr. El galo, por su parte, afrontó Handel, uno de sus predilectos –quizá el terreno en el que diría no destaca excepcionalmente sobre otros–, así como la gran parte del repertorio francés, terreno donde se mueve como nadie y del que ha sido dueño y señor durante décadas. Regaló, además, su presencia como continuista sentado al órgano en algunos momentos, un lujo que cabría valorar como merece. Sin duda, una magnifica conjunción que supuso un regalo infinito para los allí presentes…
Como propina, dos coros más firmados por Rameau, el segundo de los cuales fue el hermosísimo cuarteto «Tendre amour», extraído de la tercera entrada de Les Indes galantes, y que en arreglo para coro es un habitual para despedir este tipo de galas por parte de Christie y LAF desde hace tiempo. Un momento, con todos los solistas y el coro al frente del escenario, con Agnew cantando, Christie dirigiendo y toda la orquesta tras ellos, regalando a los asistentes quizá el momento emocionalmente más intenso. Un merecido homenaje para un conjunto que lleva nada menos que cuatro décadas legando a la humanidad momentos de arte y de belleza de un valor incalculable. Christie es uno de esos pioneros de los que aún podemos disfrutar en vida, y solo esto ya es motivo suficiente de regocijo. Tanto él como Agnew defendieron con su plasticidad y apasionamiento habitual estos dos siglos de música en Inglaterra y Francia, cada uno con sus capacidades propias, pero evidenciando que LAF parece tener una larga vida por delante, bien sea de la mano del legendario maestro, bien de la del superlativo alumno. En cualquier caso, el agradecimiento a Christie, Agnew y Les Arts Florissants ha de ser infinito por todo lo que han hecho por la cultura y el arte no solo franceses, sino universales…
Fotografías: Elvira Megías/CNDM.
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