Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 18-XII-2017. Teatro de la Zarzuela. Centro Nacional de Difusión Musical. Recital Extraordinario. Leo Nucci (barítono) y James Vaughan (piano). Obras de R. Leoncavallo, G. Verdi, F. P. Tosti, John Field, A. Buzzi-Peccia, G. Rossini, U. Giordano y C. A. Bixio.
Como regalo adelantado de Navidad –con ganas de que llegara el esperado momento–, durante el transcurso de los días previos a este recital, se han ido desgranando, con cuentagotas, algunas de las posibles piezas que lo habrían de conformar, indicando inicialmente –y como única pista-, que sería un programa dedicado a la 'Canción Italiana'. Si recordamos pasados recitales en Madrid de Leo Nucci (1942), como la del ya extinto ciclo de Grandes Voces del Teatro Real (en la última etapa de Antonio Moral como director artístico), o la del Ciclo de Lied del 2014, llegamos a la conclusión de que Nucci no necesita comprometerse –y, además, nos gusta que así sea– con un programa oficial ni constreñirse a un determinado modelo de recital clásico, medido o purista y que, por tanto, su teatral presencia, el dominio de la palabra cantada y su superlativa desenvoltura escénica es lo que prima en su concepción artística de la lírica, siendo para él prioritarios frente a un formato prefijado de recital.
Y, tal cual, así fue. Un muy auténtico recital escénico. Sobre las tablas, una minimalista mesita velador en la que reposa una botella de vino. James Vaughan aparece en escena, saluda al público y ataca de improviso el comienzo de I Pagliacci. Saliendo de entre bambalinas, y ataviado con sombrero de copa y bastón, Nucci hace lo propio con Il prologo: una inesperada y maravillosa propina nada más comenzar el recital, además de una asombrosa lección de canto.
Si bien el recital se caracterizó por su variedad de estilos y compositores, la primera parte conjugó una selección de obras de lo que podríamos denominar 'canción italiana de concierto': el raramente interpretado Brindisi de G. Verdi, de carácter marcadamente prosaico y popular, ensalzando las virtudes del vino, en el que Nucci desplegó todo su desparpajo actoral jugando con la botella y el vaso. La Danza, de Rossini, pieza archiconocida y usualmente interpretada por tenores dado su carácter y acelerada dinámica, que Nucci resolvió de manera efeciva, dada su proverbial destreza en la dicción y agilidad en el parlato, así como a su consabido control del fiato. Asimismo, dotó de pícara frescura interpretativa a la bella y amorosa Lolita, del milanés Buzzi-Peccia. En el otro lado, de modo más intimista e introspectivo, con profusión de matices dinámicos, sujetando la voz en pianos y pianísimos, y aplicando un canto legatissimo, interpretó Nucci las tres canzoni italiane seleccionadas de Tosti: Malia, Donna, vorrei morir y, como colofón, Non t’amo piú.
El acompañamiento del irlandés James Vaughan es toda una garantía. De hecho, se puede hablar de complicidad absoluta entre ambos intérpretes. El pianista también tuvo ocasión de lucirse en sendos nocturnos (los números 4 y 18) de su compatriota John Field (1782-1837), compositor que, como es sabido, ejerció gran influencia en otros grandes como Chopin, Brahms, Schumann o Liszt.
Por obvio no es menos oportuno resaltar que escuchar a Nucci y admirar su técnica de canto es como realizar un viaje en el tiempo, y retrotraernos a épocas en las que el canto, basado en una buena técnica de respiración, adecuada cobertura, ausencia de sonidos abiertos y una emisión relajada, eran lo acostumbrado y no la excepción, como ocurre actualmente. Su voz, de inicios mucho más líricos, es ahora más redonda en la zona media y grave, y podemos afirmar que nunca se ha resentido en la zona aguda, donde mantiene todavía un envidiable esmalte y proyección.
Estos apuntes que comentamos, se pusieron de manifiesto en la segunda parte, cuando el recital se tornó puramente operístico. Destacaron sobremanera sus creaciones del 'Eri tu' verdiano y del 'Largo al factotum' rossiniano –que se consideran ya de referencia-, así como saber dotar de acusado carácter histriónico al personaje de Gianni Schicchi. Resaltamos el hecho de que sería muy difícil encontrar actualmente a un cantante de su cuerda que sepa o pueda conjugar tan diferentes arias y estilos de forma tan brillante, amoldando y encajando la vocalidad, los timbres y la psicología de tan distintos personajes.
Para terminar, Nucci añadió impagables propinas para que la temperatura del recital continuara in crescendo, en sintonía con el delirio del público que ya estaba rendido a su arte: 'Per me giunto' del Don Carlo, uno de sus grandes y legendarios éxitos en Teatro alla Scala. A continuación, 'Cortigiani, vil razza', del rol que ha hecho más famoso a Nucci últimamente (más de 42 años cantando el papel y más de 500 representaciones encarnándolo). Para finalizar –previa felicitación de las Navidades y Año Nuevo a todos los asistentes–, el artista interpretó 'Nemico della patria', del Andrea Chenier de Umberto Giordano, rememorando con todavía impecable pundonor, tantas y tantas veladas de este título acompañando a Pavarotti o a Plácido Domingo. Como anécdota, a petición de una señora de la primera fila a la que Nucci atendió amablemente, el recital finalizó con Mamma, canción popular de Cesare Andrea Bixio que Nucci hizo corear al público en el estribillo.
En suma, un recital muy variado y un nuevo éxito del CNDM, en el que el público premió con vítores y puesto en pie la segunda parte, la dedicada a la ópera. Desde aquí, damos las gracias y la enhorabuena al gran maestro y artista Leo Nucci porque a sus 75 años sepa y pueda defender el arte del canto y de la escena como sólo él sabe hacerlo: con una entrega, una dedicación y una ilusión que rezuma de los escenarios que pisa y que supera con creces a la de muchos otros de edades menos provectas.
Fotografía: Roberto Ricci.
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