El descomunal clavecinista francés se presentó en el escenario de la institución madrileña para ofrecer una propuesta tan singular como sorprendente, mostrando una vez más que es uno de los intérpretes más dotados y libres del panorama musical internacional, a quien resulta muy difícil ponerle cualquier tipo de etiquetas
Un mago sentado ante el clave
Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid, 1-II-2025, Fundación Juan March. Fantasía, ciclo de seis conciertos. Entre la escritura y la improvisación. Obras de… [para conocer el programa completo, si así lo desean, pueden acudir al final de este texto, aunque es preferible que no lo hagan hasta leer la crítica completa]. Jean Rondeau [clave].
Esto no es un programa. Es un ancho de banda sonoro donde se entrelazan fragmentos musicales y se reactiva nuestra percepción a través del clave, agudizando la escucha atenta y cristalizando el carácter efímero de cada concierto.
Jean Rondeau.
«Esto no es un programa. Olvídese del marco, del programa, del menú. Libérese de la secuencia obligatoria, de las obras apiladas unas sobre otras en rebanadas musicales, untadas entre medias con pausas y aplausos», le espetaba Jean Rondeau al espectador en las breves, pero absolutamente iluminadoras, notas al programa de este recital a solo celebrado en la Fundación Juan March, en el cuarto de los seis conciertos que la institución está dedicando a la fantasía como género y extensivo concepto. Continuaba: «Libérese del plan más o menos arbitrario de un orden decidido hace meses, del ‘y luego’, la progresión, el intermedio, esos momentos de angustiosa fatiga visual cuando los oyentes tratan de adivinar la siguiente pieza del programa para evitar la sorpresa. Me gustaría invitar al público a escuchar de un modo nuevo y redescubrir la fluidez de un paseo que permite perderse en lo que se ofrece, explorar sin detenerse, sin necesidad de saber qué hay a la vuelta de la esquina, donde a cada paso se revela un nuevo torrente musical. Una excursión de lo improvisado a lo escrito, desde el presente de la improvisación y la interpretación hasta el pasado de la notación creativa. Estos elementos estilísticamente diversos habitan una cartografía en la que los puntos de convergencia lingüística crean ecos, en lugar de surgir de una cronología lineal».
Y es que Rondeau es muchas cosas, pero lo que no es, en absoluto, es un intérprete al uso. Y aquí lo demostró de principio a fin con tan solo cuatro piezas, que el público desconocía previamente –como ya se ha visto–, con las que completó un total de sesenta minutos de recital, una hora de continuum sonoro apabullante en el que no hubo prácticamente concesiones. Y si existe un marco programático en la ciudad de Madrid en el que una propuesta así cobre todo el sentido, ese es sin duda el creado a lo largo de todos estos años por Miguel Ángel Marín en La March. Un programa en el que el concepto de improvisación era un pilar irreductible, como dejó claro el clavecinista francés: «El objetivo de este programa también es reavivar un estilo histórico de improvisación para clave. Este instrumento siempre ha estado estrechamente relacionado con la improvisación en preludios, postludios y transiciones, pero también en las propias obras musicales. Pensemos en los preludios franceses no medidos del siglo XVII, que son esencialmente improvisaciones anotadas, o en la importancia factual de esta práctica para tantos compositores clavecinistas de la época. Hoy en día, la improvisación para clave se encuentra en las salas de concierto principalmente en su forma de bajo continuo, pero las oportunidades de escucharla en solitario son bastante escasas».
Y dado que este no es un programa al uso, ni lo es tampoco Rondeau como intérprete, tampoco se esperen aquellos que conocen mi manera de acercarme a la crítica un texto al uso, en la línea habitual en que suelo afrontar mi labor profesional, porque no tendría mucho sentido. Lo cierto es que el hecho de conocer previamente las obras le aporta al escuchante una sensación especial, por lo que supone de maravillosamente sorpresivo toparse con una música que no espera. Y aunque aquellos oídos más expertos pudieron reconocer, una vez metidos en harina, algunas de las obras –en mi caso tres de las cuatro propuestas–, el impacto que estas producen es infinitamente mayor que cuando uno espera lo que está por venir, a sabiendas de que va a juzgar, quiera o no, aquello que anhela escuchar, en tanto que preconcebido. Rondeau despoja así al público de ese sentimiento y le infunde otros muchos, algo que no es siempre habitual es una sala de conciertos. Es plausible, por tanto, que los asistentes pasasen de la sorpresa a la expectación, de la emoción a la admiración y de esta a esbozar una sonrisa, incluso habría quien pudo experientar cierta angustia, pero también quien se preocupó por el estado del instrumento, pues recibió una buena dosis de dureza, especialmente en una de las piezas, y eso que el clave utilizado, un espectacular Andrea Restelli (2004) realizado sobre un modelo alemán construido por Christian Vater en 1738 –que hoy alberga Museo Nacional Alemán de Núremberg–, es tan poderoso como compacto. Se manejó en ellos Rondeau a placer, hizo lo que quiso con sus dos teclados y 237 cm de envergadura. Una muestra absolutamente magistral de destreza técnica, de control del sonido, de manejo de los tiempos, de expresión y de una teatralidad tan apabullante sobre un clave como resulta muy difícil ver en solistas actualmente, e incluso en algunas agrupaciones completas.
Hizo vibrar al instrumento, pero sobre todo a los asistentes, creo que muchos verdaderamente anonadados ante lo que se estaba presenciando. Personalmente, el clavecinista francés me regaló uno de los momentos más emocionantes y admirables de los últimos años, uno de esos que recordará largo tiempo, al trasladarme a la plena dulzura, calidez y refinamiento de la obra que forma parte del 15.e ordre en el Troisiéme livre de piéces de clavecin [Paris, 1722] de François Couperin. En una obscuridad total de la sala, iluminado de forma muy sutil en el escenario, presenciamos durante una hora a un artista singular, que se enfrenta a la música con tanta libertad como talento derrocha, sin ataduras, limitaciones ni cortapisas. Con él no hay normas que constriñan, ni expectativas que cumplir, sólo esperar e ir construyendo el recital junto a él. Por ello, les invito a que puedan escucharlo pinchando en este vínculo, dado que tienen esa oportunidad al menos hasta inicios de marzo, cuando probablemente el audio dejará de estar disponible. Yo que ustedes no dejaría pasar esta oportunidad. Para que puedan disfrutar en las condiciones deseadas por el intérprete, no voy a desvelar el programa exacto hasta el final de este texto, con un margen para que el scroll de sus dispositivos no les pueda jugar una mala pasada. Por tanto, aquellos que quieran conocer las obras sólo han de acudir al final de esta página para descubrirlo, pero mi consejo es que no lo hagan. Admírense, sorpréndanse y emociónense –si lo logran– con este recital, porque no muchas veces van a escuchar algo tan singular y deleitoso. Quedan, pues, avisados…
Fotografías: Dolores Iglesias/Fundación Juan March.
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Si usted ha llegado hasta aquí es que quiere conocer el programa completo antes de escuchar el concierto al que le he emplazado más arriba. Queda, pues, bajo su responsabilidad. El programa es el siguiente:
Chaconne en re menor, de Louis Couperin (1626-1661).
Le dodo, ou l'amour au berceau, en 15.e ordre del Troisiéme livre de piéces de clavecin, de Francçois Couperin (1668-1733).
Passacaille Hongroise, de György Ligeti (1923-2006).
Chaconne, de la Partita para violín solo n.º 2 en re menor, BWV 1004, de Johann Sebastian Bach (1685-1750), en arreglo para clave.
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