No defraudó ni mucho menos la Jansen, que, sin duda, recibió la aprobación desde el más allá del legendario Joseph Joachim, destinatario de la composición. Ataviada de un rojo intenso, que ensalzaba su belleza y atractivísima figura, desgranó el terso sonido que obtiene de su Stradivarius "Barrere", bellísimo, personal, de importante sonoridad, aunque quizás le falte un punto de esplendor al metal de sus notas altas. Además, la artista, siempre entregada, atesora elegancia, garra, personalidad, sentimiento, vitalidad y energía, además de un fraseo amplio y siempre refinado. Impactante la interpretación de la cadencia del primer movimiento en el que, incluso, pareció detener unas inoportunas toses del público, que quizás, decayeron rendidas ante el hechizo de la violinista. Efectivamente, la gran artista fue capaz de transmitir toda la emoción e intensidad romántica que contiene la música de este movimiento. En el segundo, tras una estupenda introducción con una buena y ajustada prestación de las maderas, se produjo un musical y delicadísimo diálogo con la orquesta del violín solista, envolvente en su lirismo, poético y ensoñador en manos de la Jansen. A continuación y sin solución de continuidad, atacó el tercer movimiento, "allegro giocoso" con esa entrega y apasionamiento conjugados con una impecable musicalidad y ejecución técnica, que la caracterizan.
Atento y adecuado fue el acompañamiento de la orquesta Nacional dirigida por Josep Pons, que escuchó en el escenario la partita de Bach ofrecida por Janine Jansen como propina, en justa correspondencia a las clamorosas ovaciones recibidas.
Las dos obras contenidas en la segunda parte del concierto fueron concebidas inicialmente para la danza, pero, sin embargo, resultaron una adecuada piedra de toque para comprobar el buen momento que atraviesa la Orquesta Nacional. Si bien en la Suite escita de Prokofiev, un proyecto de ballet que no llegó a buen puerto
convertido en composición en cuatro movimientos, pudo acusarse alguna estridencia en los metales y algún momento de trazo grueso, irreprochable fue la interpretación de la difícil suite orquestal del ballet de Bela Bartok "El mandarín maravilloso". La orquesta conducida por su director honorario lució una cuerda compacta, empastada y pulida, capaz de magníficas gradaciones dinámicas, secundada adecuadamente por las demás secciones de la orquesta. Las disonancias, los variados elementos e influencias que se conjugan en la partitura, su particular y pronunciado sentido rítmico, fueron brillantemente traducidos por la magnífica intepretación de la Orquesta Nacional bajo la dirección de Josep Pons, que hizo levantar, una a una, a cada sección de la agrupación, para que recibiera los vítores y ovaciones del público.