En la actualidad, el veterano maestro se encuentra en una fase totalmente manierista de la que da cumplida cuenta en esta grabación del concierto vienés al aire libre. Los tempi lentos hasta la exasperación llevan a la absoluta desnaturalización de alguna de las piezas. Por ejemplo, la escena y marcha triunfal de Aida, totalmente morosa y caída de tensión. Lo mismo puede decirse del Preludio de Tristán, amaneradísimo, en los que la desaforada lentitud y un alambicado afán preciosista tendente a desmenuzar cada recoveco de la composición, despojan de intensidad y trascendencia a la pieza. Sin embargo su enorme técnica le permite construir un buen clímax en la muerte de amor interpretada a continuación. En estos casos, la intervención de la batuta es tal, que hacen casi irreconocibles las piezas y parecen ser otras nuevas, de autoría del director. En otros momentos sin embargo, hemos de rendirnos ante el explendor de esos tempi que en ningún momento impiden que aflore la consabida brillantez que siempre ha caracterizado al maestro franco-americano; además, le permiten recrearse en sonoridades de inaudita belleza, en muestras de pura filigrana, gradaciones dinámicas y texturas diáfanas en las que se oye a cada instrumento. Para ello cuenta con la absoluta colaboración de una espléndida Filarmónica de Viena, flexible, sedosa y que brilla con mil fulgores. Ejemplo de ello es la obertura de Meistersinger, a la que uno no tiene más remedio que rendirse por la vía del hedonismo auditivo. En este mismo capítulo podemos incluir, incluso, la obertura de La Forza del destino o la de su querida Luisa Miller,el fragmento verdiano mejor interpretado del concierto. Muy interesante la inclusión de la música de ballet que Verdi compusiera para la intepretación parisiense de Otello en 1894.
Los dos fragmentos vocales del evento, uno por compositor, están a cargo del tenor Michael Schade. A pesar de que no puede negarse el buen gusto del cantante, se muestra totalmente fuera de juego en el aria "La mia letizia infondere" de I lombardialla prima crociata de Verdi, en la que se escucha un timbre ingrato, árido, biancastro, pobretón, falto de consistencia y absolutamente despojado de squillo, además de emisión gutural, inexistencia de pasaje de registro, deficiente dicción y acentos desvaídos. El acompañamiento resulta parsimonioso hasta la irritación. En el relato de Lohengrin, al menos resulta más idiomático, pero sin duda insuficiente, además de prodigarse en unos falsetes raquíticos.