Por F. Jaime Pantín
Franz Schubert. Piano Sonatas D 960 & D 664. Javier Perianes, piano. Harmonia mundi.
Hace ya muchos años que Alfred Brendel afirmaba: Schubert no posee, como Beethoven, un concepto arquitectónico de la sonata. Sus sonatas no se construyen sino que surgen de un estado de la mente generador de acontecimientos y esto es lo que debemos reflejar. Estas palabras explican perfectamente la esencia de la dificultad que entraña la interpretación de una sonata de Schubert o de mucha de su música en general. No basta con el análisis, la reflexión, el conocimiento, la musicalidad y la técnica para conseguir interpretar esta música sino que, aparte de todo ello, se requiere una especial actitud espiritual, un estar dispuesto a participar de manera directa en cualesquiera que fueren las vicisitudes que la música pueda deparar, a partir de un estado de movilidad emocional constante, a veces rapidísima, en el que sentimientos tan contradictorios como plenamente compatibles se suceden sin transición, bajo una óptica existencial que parece dirigirse a lo humano global más que a la expresión singular y que da idea del alcance trascendental del mensaje humanístico que esta música encierra. La capacidad de captación de estos aspectos se ha definido como schubertianismo y se refiere más a lo peculiar que a lo cualitativo. Han existido grandes schubertianos entre los pianistas, así como grandes pianistas no schubertianos e incluso muchos schubertianos anónimos, que a veces ni siquiera son pianistas pero que conviven con Franz Schubert en sus grandes viajes, como el que se plantea en esta Sonata en Si bemol D 960, última de la trilogía póstuma de las sonatas finales que abre esta grabación, en la que el excelente pianista español Javier Perianes ofrece además su versión de la conocida Sonata en La mayor D.664, la primera que Schubert concluye en su totalidad, perfecta en su concisión y de lirismo plenamente schubertiano claramente reflejado en sus dos primeros movimientos, de clara vocación liderística, mientras en el Allegro final parece sumergirse en el mundo de la danza, aspecto igualmente esencial en la estética del compositor vienés. Perianes despliega aquí sus mejores recursos. Cantabile fluido y gran refinamiento sonoro, a través de una pulsación sensible capaz de desgranar los matices más sutiles, tanto en la entonación como en la respiración, como si de un verdadero cantante se tratara. Extraordinaria precisión técnica y colorido muy natural en un movimiento inicial muy fluido que hace apreciar todas las delicias de esta música. Recogimiento sonoro y tempo voluntariamente ralentizado en un Andante en el que un canto progresivamente interiorizado alcanza cotas de alto nivel expresivo sin llegar a salir del universo intimista que el pianista consigue crear desde el primer momento, conduciendo a un final cuya cierta ambigüedad tonal parece mantener una inquietud que se disipa totalmente en el Allegro que cierra la sonata y que Perianes aborda desde un prisma casi mozartiano, con un toque perlado y transparente no reñido con la potencia sonora y el virtuosismo con que desgrana las rápidas figuraciones de escalas y arpegios, de ámbito más orquestal, que Schubert proyecta en su desarrollo.
Las dimensiones y el alcance expresivo de la Sonata en Si bemol D. 960 se sitúan en una esfera muy superior, casi inaccesible y, a pesar de ser una de las obras más tocadas del repertorio, son pocas las versiones capaces de hacer justicia a una música que se sitúa en el ámbito de lo intemporal y que, de alguna manera, resume el legado pianístico de su autor, siendo la más compleja de todas en lo relativo a su interpretación. Desde el primer momento no se ve a Perianes tan cómodo y convencido como en la sonata anterior y el larguísimo Allegro molto moderato muestra notables altibajos en su exposición, a partir de un tempo algo nervioso e inestable que en lugar de evolucionar parece cambiar de manera brusca en varios momentos. El refinado sonido del pianista acusa en este caso cierta tensión y por ejemplo el importante trino, tétrico y disonante, que, ubicado en el registro grave Schubert anota con doble o triple pianísimo, suena siempre excesivamente fuerte. Asimismo, el bellísimo y mágico momento en el que el tiempo parece suspenderse, al final del desarrollo, suena excesivamente rítmico por la presencia de unos acordes repetidos muy marcados que imponen una métrica rigurosa en exceso.
En el Andante sostenuto, la melodía central es cantada primorosamente por Perianes pero la insistencia en la exageración del puntillo, en el ostinato sobre el do sostenido que le sirve como base, atenúa su carácter de trágica resignación para introducir un matiz de marcha (supuestamente fúnebre en este caso) que deshace en buena medida su poder hipnótico. El Scherzo, Allegro vivace con delicatezza supone el mejor momento en la interpretación de la sonata y el pianista consigue aquí una maravillosa combinación entre la ligereza no exenta de incisividad y una dulzura que contrasta con la cierta crudeza de la sección en menor del trío, mientras que el Finale, Allegro ma non troppo, resulta perfectamente expuesto, con sus tres temas bien definidos y dispares en carácter e instrumentación, a partir de una lectura que subraya los aspectos más brillantes del movimiento y que desemboca en una coda abordada con espíritu lisztiano.
La grabación aporta una reverberación claramente excesiva, con una toma de sonido algo opresiva que conduce pronto a la saturación. Se advierte un exceso de fundido en la zona media-grave, con lo que se pierde transparencia en la textura articulatoria- que tiende así a la homogeneidad- anulando buena parte de la riqueza de la escritura extremadamente meticulosa de Schubert. La cercanía de los micrófonos pudiera ser la causa de los continuos ruidos de la mecánica del piano que se aprecian en esta grabación y, concretamente, el de los apagadores graves al despegarse de las cuerdas y volver a caer en ellas resulta especialmente molesto y debería haberse evitado.
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