Por Esteban Rey
Teatre Principal de Sabadell. 10-10-2014. Sergey Belyavskiy, piano. Orquestra Simfònica del Vallès. Eduardo Portal, director. Rachmaninov: Concierto para piano y orquesta núm. 2. Beethoven: Sinfonía núm. 5 en do menor op. 67
La gestión de la OSV configura año a año una temporada sugerente y empática dentro de sus posibilidades económicas y del repertorio canónico. Por ello aprovecha vínculos con concursos del país como el María Canals y ofrece a sus ganadores la posibilidad de actuar. Además participa en obras sociales dedicando conciertos como el referido a la Fundación Vicente Ferrer. Y, por si fuera poco, las sillas de la Sinfónica privilegia a espectadores a disfrutar de la velada entre los músicos: ya lo decía Berlioz “la música se ha de escuchar cuánto más cerca posible”. En fin, que la OSV es muy consciente de que las líneas de actuación hoy día –y ya desde antaño requieren movilidad e intercambios en muchas lides-. Y lo hacen bien: repertorio romántico, éxito seguro.
Vaya por delante que el firmante aborrece –salvo momentos de exhalante belleza- la mayoría de las obras de Rachmaninov. Razón de más para felicitar al joven pianista ruso Sergey Belyavskiy tras sobrevivir a esa soporífera página que es el segundo concierto para piano y orquesta de Rachmaninov, cuya partichela es un continuum de notas a menudo ahogadas –sobretodo en la mano izquierda- por una orquesta cuyo papel tanto combate la melopea del teclado como se acopla sin aportar demasiado. Quizá por ello, como bis ofreció una patente demostración de escalas para la mano izquierda en un ejercicio desplegado con organicidad, habilidad en el crescendo y el decrescendo con fehaciente dominio de la tensión. Lo esperamos ilusionados en el futuro con un concierto menos excesivo y que permita calibrar mejor su intuición y su halo poético –vislumbrado en el Adagio sostenuto-, puesto que el espectros técnico y rítmico quedó claro que los domina.
En la segunda parte la Quinta de Beethoven acaparó la atención en un elogio mayúsculo hacia los planteamientos y la ejecución lograda por Eduardo Portal. Lo primero: la originalidad de tocar de pie. Al margen de posibles cuestiones de historicismo –quizá más propios en repertorios de hausmusik, música de cámara y música al aire libre-, esto daría para reflexionar sobre la psicología de la música en cuanto a estímulo de los músicos y del público y, sobretodo en determinadas obras, tanto por la exigencia técnica como en el discurso musical. No es este el sitio pero tocar la Quinta de este modo es un golpe de efecto.
Con las oportunas repeticiones (primer y último movimientos), Portal primó una lectura intensa y dramática pero sin tremendismos. Busco los sforzandi y otros acentos con inteligibilidad de la articulación. Su gesto recuerda al de Abbado aunque los resultados pueden remitir a valores como los de Jonathan Nott. Tiene mucha intuición y elige bien sus recursos: tanto en los juegos de tensión y distensión como en los contrastes de tempi de los que la tercera variación del Andante fue una ejemplo soberbio. Apostó por una lectura ligera de tempo sin precipitarse, de trabajados pianissimi aunque en los tutti del último movimiento no se oyeron las cuerdas graves. Faltó, quizá, un carácter más enigmático y expectativo en la reexposición en pizzicato del scherzo. En conjunto, dejó la impresión de un trabajo serio, hábil en la dirección y en la preparación y suficientemente astuto para que sacar partido de violas y dejar relativamente a piacere el solo de oboe en la cadencia de la reexposición del Allegro con brio inicial. Sin duda, lo esperamos la próxima temporada.
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