Por Beatriz Cancela
Santiago de Compostela. 28/VII/16. Plaza de la Quintana. Concierto especial por las Fiestas del Apóstol. Director: Paul Daniel. Obras de Tchaikovsky y Chabrier.
Precisamente en la misma semana en la que la orquesta daba a conocer el contenido de la temporada 2016-2017 que se avecina, tenía lugar este concierto que en sí fue un homenaje de la orquesta a la ciudad y viceversa.
Y atendiendo al ambiente de júbilo que impregna las rúas compostelanas, a punto de clausurar las Fiestas del Apóstol, la Real Filharmonía salió del Auditorio de Galicia para tomar la Plaza de la Quintana. ¡En qué poco espacio cabe tanta historia! La catedral con su Puerta Santa, fin último de tantos y tantos peregrinos que acuden a Compostela; enfrente, el monasterio de San Paio de Antealtares (s. IX); la magnánima Berenguela que no contuvo sus campanas como una más de la orquesta (s. XIV); o las barrocas Casa de la Conga y Casa de la Parra. Para completar el conjunto, un repertorio romántico y una orquesta contemporánea, que todavía festeja sus 20 años.
Pena que ante tanta grandeza, el empleo de micrófonos y altavoces entorpeciese la audición, dificultando la percepción de matices o añadiendo sonidos residuales imperceptibles en una sala de conciertos ad hoc.
Dos polonesas pertenecientes a dos óperas prácticamente coetáneas, Eugene Onegin (1879) y Le Roi malgré lui (1887) de los también contemporáneos Tchaikovsky y Chabrier arrancaron un recital jovial y festivo, destacando especialmente en la segunda de ellas el gran cuidado que aportó el director a la realización de ritardandi y cambios de tempo que la orquesta, haciendo gala de la gran sintonía que la caracteriza, acompasó en todo momento.
La gran apuesta de la velada fue sin lugar a duda la Sinfonía número 4 en fa m, op. 36 del ruso. La incorporación de alguna sinfonía en conciertos como éste es algo que hasta el momento de la llegada del británico a la RFG no era tan habitual, siendo más frecuente hallar un repertorio configurado por piezas breves, como reconocía el propio director a la prensa.
Paul Daniel sabe explorar las particularidades sonoras de la orquesta, indagar en sus más recónditos registros aportando gran expresividad a obras como esta sinfonía, que recorre los más dramáticos temperamentos, desde una extenuante agitación a la más dolorosa melancolía o la alegría más enardecida. En este sentido, las distintas secciones y solistas por los que iba discurriendo la melodía coadyuvaron a la hora de enfatizar el sentido del discurso sobremanera. Especialmente destacaríamos el tercer movimiento, donde la cuerda en pizzicato primero y los metales después, demostraron pulcritud y precisión en la ejecución de este movimiento tan significativo y peculiar de la obra de Tchaikovsky.
Los ensordecedores aplausos que retumbaron en las inmemoriales piedras ensordecieron la plaza después de cada movimiento y alcanzaron su máximo tras los dos bises que realizó la orquesta: un pequeño fragmento del Cascanueces -¡cómo no, Tchaikovsky de nuevo!- y un inesperado intermedio de La boda de Luis Alonso, que de nuevo nos trasladaron a aquel ambiente festivo inicial. El público, al final, no dudó en alzarse y aplaudir fervorosamente.
Los vítores que director y orquesta despertaron en la plaza por su magnífica ejecución, se vieron incrementados por la simpatía y el humor que desplegó Paul Daniel a lo largo del concierto, interactuando con un auditorio encandilado.
Los tiempos cambian y las agrupaciones también. Nada que ver con aquel conjunto que recordaba Torrente Ballester: "La orquesta era, en un principio, de cuerda. Cinco o seis profesores que también tocaban en la orquesta de la catedral, y en la del teatro, si había zarzuela u ópera". Por ello, los compostelanos la valoran esperando, impacientes, el inicio de la temporada que se aproxima y que prometen que será novedosa.
Foto: Facebook Real Filharmonía de Galicia
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